Si alguien no se
ha considerado nunca como víctima, ese es Lacan. A pesar de que hubo al menos
una circunstancia en la que las condiciones fueron reunidas para que le sirvieran
en bandeja el veneno del sacrificio. De ese pasto no quiso probar.
El 20 de
Noviembre de 1963 comienza su seminario sobre «Les Noms du père». Anuncia de
entrada que le pondrá fin después de esta única lección. Esta interrupción
surge en el contexto de los eventos que conducen a Lacan fuera de la IPA, y unos meses después, a
la fundación de la École Freudienne
de Paris. En Enero de 1964 retoma su enseñanza y comienza un seminario sobre
“Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis”. Este seminario, que se
inscribe en ese momento de crisis, constituye un punto de inflexión mayor en el
desarrollo de su reflexión sobre el descubrimiento freudiano. Lacan había
empezado su enseñanza con su “Discurso de Roma”, también tras una crisis que
había sacudido al grupo analítico francés. El nuevo seminario se sitúa en la
continuación de este primer texto. En una nota, hace tiempo señalada por
Jacques-Alain Miller, que es contemporánea de este seminario XI y que figura en
el final del escrito “Posición del inconsciente”, Lacan indica que en ese texto
aborda la función de lo que llama objeto a y subraya el retraso que
lleva en el desarrollo de este punto clave de su elaboración de la doctrina analítica.
Escribe esto: “Mediremos el obstáculo que debemos aquí superar, con el tiempo
que nos ha hecho falta para dar al discurso de Roma el seguimiento de este
texto”.
¿De qué
obstáculo habla? Se trata del obstáculo que debió superar para introducir en el
psicoanálisis una noción del objeto, hasta entonces siempre referida a la
regresión siguiendo el modelo pregenital. La novedad es la concepción de un
“objeto causa” del deseo desarrollada en el seminario y en este escrito. Falta
de entender por qué Lacan interpreta esto que hacía obstáculo al seguimiento de
su enseñanza refiriéndolo al objeto a, y cómo en las circunstancias que
preceden al Seminario XI, encuentra la posibilidad de superar este obstáculo.
Al final del
año 1963 la Société Française de Psychanalyse, que Lacan había
contribuido a fundar en 1953, estaba a punto de obtener su afiliación a la IPA, tras difíciles tratos que
duraban desde hacía cuatro años. El obstáculo era Lacan. La IPA pedía a la SFP, como precio a su
habilitación, la proscripción de la enseñanza de Lacan en la formación de los
analistas, y la retirada definitiva de su nombre de la lista de didácticos.
Únicamente le estaba permitido dejarle trabajar en paz como simple miembro.
Lacan está torturado. La SFP
se quiebra, los que toman partido por la
IPA crean una nueva sociedad que obtiene sin dificultad su
afiliación. Lacan, que desde entonces vuela con sus propias alas, funda su
escuela poco después.
En la primera
lección del Seminario XI Lacan recita
este episodio, y cualifica su exclusión de excomunión. Buscó una moraleja en lo
que le había ocurrido. Su rechazo y el de su enseñanza de parte de la comunidad
freudiana eran un fracaso. Durante casi tres décadas había sido un miembro
activo de esta comunidad, en la vida de la cual había ocupado una posición
dominante. Se encontraba ahora solo, fuera de la asociación que Freud había
fundado, y que agrupaba a aquellos que reclamaban su descubrimiento.
Es difícil
pensar que Lacan no contara para nada en lo que le pasaba. Si era rechazado, es
sin duda porque había ocupado, en el grupo analítico, el lugar de ser un objeto
de rechazo. Es cierto que en sus relaciones con la sociedad internacional fue
un objeto inasimilable, irreductible e incompatible. Más allá del dramatismo de
estos sucesos, Lacan supo reconocer la estructura de la situación, y no se le
escapó que en esta cuestión él fue tratado como un objeto. Fue un objeto y es
esta posición de “ser un objeto” lo que retuvo su atención, para extraer de
ello un saber sobre lo que significa “ser un objeto” para un ser hablante.
Lacan señala que
él fue objeto de negociación, entre sus colegas y la sociedad francesa,
encargados de parlamentar con el comité internacional. Se trataba de saber si
el valor habilitador de su enseñanza podía contrarrestar la habilitación
internacional de la sociedad. Lacan introduce aquí una nota decisiva que
condiciona la resolución de la situación: “(ser negociado) puede ser vivido,
cuando se está en ello, desde la dimensión de lo cómico”, y precisa: “No puede
ser entendido plenamente, creo yo, más que por un psicoanalista.” Ser negociado
no es una situación tan rara para el sujeto humano, remarca Lacan. En la
sociedad cada uno en cada instante y en todos los niveles, es negociable.
Lévi-Strauss había señalado que las mujeres se inscribían como objetos de
intercambio en las estructuras de parentesco. Lacan generaliza esta
observación, todo sujeto entra en el orden social como un objeto de
intercambio.
Esta dimensión
de objeto revela dónde se encuentra la verdad del sujeto. Sin duda sólo la
experiencia analítica demuestra que la verdad del sujeto está en un objeto que,
por naturaleza, está velado. “Hacer surgir este objeto es propiamente el
elemento cómico puro”, subraya Lacan, es la razón por la que esta dimensión puede
ser vivida desde el punto de vista analítico bajo el ángulo del humor, es decir
en el reconocimiento de lo cómico de la situación. Abordar la dimensión de ser
tratado como un objeto bajo el acento de lo cómico ofrece una salida favorable
al sujeto. Éste puede al contrario, vivir esta experiencia bajo el ángulo de la
depreciación, del rechazo o de la depresión, e instalarse en la posición de víctima.
No fue el caso
de Lacan. Después de un tiempo para comprender, percibió lo cómico de la
posición, y transformó su marginalización fuera de la comunidad fundada por
Freud, en la ocasión de un segundo nacimiento del movimiento freudiano, con la
fundación de una escuela que lleva su nombre. Este episodio permitió a Lacan el
desarrollar un punto de la doctrina, su teoría del objeto a, que sigue
siendo su contribución más original al psicoanálisis. El Seminario XI participa
a esta elaboración. El sujeto es, en su verdad más profunda, un objeto. Esta
constatación tiene consecuencias clínicas. El sujeto no sabría orientarse en su
vida, cualquiera que sea, a partir de su imagen, ésta es siempre engañosa, y
las técnicas de reforzamiento de la autoestima no cambian nada a este hecho. El
estatus del sujeto en lo simbólico y su referencia a un ideal no constituyen
una brújula más segura. Lo que falta al sujeto en cada uno de estos casos es el
mando de este objeto que es él mismo. Es lo que la experiencia del análisis es
susceptible de revelarle, en el elemento de lo cómico, único capaz de darle una
posibilidad de maniobra.
En la
negociación de la que Lacan era objeto, supo reconocer el estatus que es el del
sujeto en la relación social, y la dimensión cómica de su posición. Pudo
entonces superar esta posición y producir un saber sobre aquello de lo que se
trataba. Estos eventos tuvieron otra consecuencia. Lacan era rechazado de esta
asociación que Freud había querido, mientras él mismo se agarraba a restaurar
la verdad de su descubrimiento del inconsciente. ¿Había entonces que suponer
alguna impureza en la voluntad del padre del psicoanálisis? Es lo que Lacan
admitirá. El obstáculo a la continuación de su elaboración es Freud, y por ello
tratará de cuestionar el deseo de Freud.
Traducción de
Itxaso Muro Usobiaga