A modo de introducción
El psicoanálisis es el resultado del modo particular en el que Freud anudó sus estudios médicos, su investigación sobre la hipnosis y la lectura de textos del romanticismo alemán y de la mitología griega, entre otras fuentes.
Mención aparte merecen la incorporación de elementos de su propia biografía para desarrollar, analizar y definir sus postulados teóricos. El olvido del nombre del pintor Signorelli, el juego del carretel y el sueño de la inyección de Irma son claros ejemplos del modo en el que Freud se implicó a sí mismo en la elaboración del corpus teórico del psicoanálisis. Complementario a ello, su perspicaz modo de explorar en la clínica las diversas expresiones de las neurosis, le llevaron a comprender la topografía y la dinámica del inconsciente.
Así, el psicoanálisis nace de la convergencia de diversos modos de hacerse con ese saber no sabido en el cual el analista siempre está concernido y al cual podemos acceder mediante la escucha, la lectura y la interpretación. ¿Cómo se transita ese recorrido analítico en el caso de la histeria y qué efectos tiene para el saber psicoanalítico? Aquí algunas ideas.
Dora y “la bella carnicera”: la revisita lacaniana sobre la histeria
Como resultado de la articulación entre teoría y clínica, Freud estableció que los sueños son la vía regia[1] para acceder al inconsciente, aquella otra escena donde se inscribe y se despliega lo constitutivo de la vida anímica del hombre. Por ello, les prestó particular atención en el tratamiento de sus pacientes.
Así, pues, la interpretación de los sueños de Dora y de “la bella carnicera” ocupan un lugar central en la comprensión de la histeria, ese terreno de investigación tan propio del psicoanálisis. A partir de una lectura en clave lacaniana, se encuentra en ambos casos que -más allá de la riqueza simbólica del material- los elementos transferenciales puestos de manifiesto dan cuenta de una particular posición del sujeto frente al Otro.
Como bien apunta Lacan en el seminario sobre las formaciones del inconsciente[2], nada intersubjetivo puede constituirse si no hay Otro. Es en el campo del Otro donde el sujeto se constituye como efecto de la división del lenguaje: “solo en un mundo de lenguaje el sujeto de la acción hace surgir la pregunta que lo sostiene, a saber, ¿para quién actúa?”, dirá en el Seminario 14[3].
En ese mismo texto, Lacan[4] establece que el sujeto es para hacer que el Otro diga. Podemos agregar, para que responda a la interrogante “¿qué me quieres?”. Y es que el deseo es siempre el deseo del Otro. Esto tiene particular relevancia en el caso de la histeria.
Deseo
y saber en la histeria
En el artículo “Las diferencias entre la histeria freudiana y la histeria lacaniana”, los autores encabezados por Roberto Mazzuca señalan que: “la insatisfacción es constitutiva del deseo, pero resulta acentuada doblemente en el histérico. Por una parte, se crea un deseo insatisfecho para no quedar sometido a la demanda del Otro; por otra, insatisface al Otro para sostener su deseo”[5]. Asimismo, refieren que -tanto en la interacción con los otros como en la relación transferencial- la histeria empuja al amo a producir un saber sobre lo sexual y el goce, a la par que le impide hacerse con dicho saber. Con estos recortes puede darse cuenta de que en la histeria la intención es rechazar el saber y barrar al Otro.
Desde esta perspectiva, puede señalarse que -en su dinámica transferencial- tanto Dora como “la bella carnicera” cuestionan y ponen en entredicho el saber que detenta Freud como analista. En su posición de sujeto-supuesto-saber, Freud propone una lectura, un desciframiento de aquello que se articula a nivel del deseo inconsciente de aquellas. Sin embargo, toda vez que evidencian la división subjetiva, estas interpretaciones son rechazadas como intento de negar la castración.
Y he aquí lo particular de la histeria, no tanto como patología neurótica sino como posición subjetiva. En la histeria, la insatisfacción es consecuencia de la evidencia de que no hay relación sexual, por más que el sujeto histérico se esfuerce por ser y tener el falo.
En su análisis sobre la histeria, Lacan propone que el goce se manifiesta -entre otras formas- como un constante intento por ser el objeto que causa la insatisfacción. Por otra parte, se encuentra que en la histeria se produce una doble identificación: con el objeto de deseo del otro masculino y con la posición masculina misma. No obstante, esta operación no alcanza para hacerse de un goce-todo. Tal es la verdad que se elabora en la experiencia analítica.
Ante las neurosis en general y en la histeria en particular, para el psicoanálisis de orientación lacaniana no se trata de insistir en la producción de sentido. Este fue el principal impasse de Freud en el análisis de Dora. Se trata de aceptar en acto que no hay palabra que alcance a dar plena cuenta del deseo, pues este tiene un lado que es inefable.
Aceptar los límites de lo simbólico en el modo de operar del analista es asumir la castración. En ese sentido, el acto analítico supone transmitir la imposibilidad de la relación sexual en la experiencia transferencial misma y con ello recortar el goce propio de la histeria asociado a una insatisfacción donde el recurso de apelación al Otro le exonera de hacerse con la pregunta por su propio deseo; esto es, por enfrentar la verdad de su falta constitutiva.
De
un saber supuesto a un saber expuesto
En su artículo “Actualidad de la clínica y clínica de la actualidad”, Gustavo Dessal[6] precisa que “hay analizante en tanto el analista supone en él el saber inconsciente. [Aquella] es la condición para que el analizante lo suponga en el analista”.
Sobre este punto, en “El analista y los semblantes”[7], Jacques-Alain Miller refiere que el saber supuesto/saber semblante es suficiente para hacer funcionar la experiencia analítica. De allí que en la orientación lacaniana se establezca que con la asunción de un sujeto supuesto al saber se instala la piedra angular de la experiencia analítica: la transferencia.
En “Intervención sobre la transferencia”, Lacan[8] precisa que "la mera presencia del psicoanalista aporta, antes de toda intervención, la dimensión del diálogo"; un diálogo muy particular, en la medida que la dirección de la cura se sostiene en la pregunta al sujeto respecto de cuál es su parte en el malestar que le aqueja. Como enfatiza Lacan en la conferencia “Apertura de la Sección Clínica”[9] del 5 de enero de 1977, la clínica psicoanalítica consiste en discernir cosas que importan y que son de gran envergadura respecto al inconsciente.
Desde los primeros descubrimientos freudianos, para el psicoanálisis, la clínica se ha constituido como el punto de encuentro entre la teoría, la investigación y el tratamiento del malestar psíquico. El trabajo psicoanalítico implica transitar estos tres caminos en una constante revisita, teniendo siempre en cuenta que -tal como descubrió Freud- no es posible formalizar un saber previo a la experiencia.
A partir del análisis de las intervenciones de Freud en el caso Dora, Lacan establece que -en tanto está implicado en la transferencia- el analista debe hacer de la interpretación un modo de lanzar el proceso; esto es, poner el énfasis no en el saber que (se) produce sino en su propio modo de operar en la clínica.
Siendo dócil a la histérica, Freud pudo dar con el descubrimiento del inconsciente y desde allí edificó el psicoanálisis, cuya enseñanza implica un saber expuesto, a decir de Jacques-Alain Miller[10]. El saber expuesto es el resultado de pasar del trabajo de transferencia a la transferencia de trabajo.
En su libro, “Clínica y psicoanálisis”, Fernando España recoge la propuesta de Miller y precisa que la formalización de la experiencia psicoanalítica se logra “haciendo del saber supuesto, que atañe al inconsciente del analizante, un saber expuesto, producto de la lectura y la elaboración que el analista puede realizar en cada caso [para así] orientar su acción por medio de la interrogación de su acto y los efectos que habrán de producirse en el sujeto a lo largo de un análisis”[11].
En palabras de Lacan[12], la clínica psicoanalítica nos permite cuestionar la experiencia freudiana a la par que impone la necesidad de interrogar no solo al psicoanálisis como praxis, sino sobre todo a los analistas. En tal sentido, los analistas estamos llamados a cuestionar el saber de Freud, no para barrarlo como ocurre en la histeria, sino para servirnos de esta operación y recordar junto con Miller que “en la experiencia analítica, la relación con el saber no es de captura, sino de imposibilidad de toda captura”[13], toda vez que -en tanto pulsátil- el inconsciente no puede ser atrapado. Por esa razón, en el psicoanálisis de orientación lacaniana no se trata de articular sentido, sino de promover el deseo de saber; deseo de saber que indefectiblemente porta la marca de la castración. Tal enseñanza se funda en la experiencia producida por Freud en sus estudios sobre la histeria.
[1] Freud, S., La interpretación de los sueños (segunda
parte), Obras completas. Tomo V, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 2000,
p. 597.
[2] Lacan, J., El Seminario. Libro 5. Las
formaciones del inconsciente, Paidós, Buenos Aires, 2003, pp. 365 y 367.
[3] Lacan, J., El seminario. Libro 14. La
lógica del fantasma, Paidós, Buenos Aires, 2023, p. 116.
[4] Lacan, J., Op.
cit, 2023, p. 99.
[5] Mazzuca, R., Mazzuca, S., Canónico, E. y
Esseiva, M., Las diferencias entre la histeria freudiana y la histeria
lacaniana. XV Jornadas de Investigación y Cuarto Encuentro de Investigadores
en Psicología del Mercosur. https://www.aacademica.org/000-032/577, 2008,
p. 178.
[6] Dessal, G., Actualidad de la clínica y
clínica de la actualidad, En: Delgado, E. (Ed.), Psicoanálisis lacaniano:
clínica y época, Fondo Editorial PUCP, Lima, 2019, p. 19.
[7] Miller, J-A., El analista y los semblantes. En:
Cómo tiene éxito el psicoanálisis. Textos de orientación hacia las 32
Jornadas Anuales de la EOL. https://jornadaseol.ar/32J/TO_32J_Miller_ElAnalistayLosSemblantes.pdf,
Escuela de Orientación Lacaniana, 2023, p.15.
[8] Lacan, J., Intervención sobre la
transferencia, Escritos I, Siglo XXI, Buenos Aires, p. 205.
[9] Lacan, J., Apertura de la Sección Clínica.
5 de enero de 1977. https://ecole-lacanienne.net/wp-content/uploads/2016/04/ouverture_de_la_section_clinique.pdf,
Ecole Lacanienne, 2016, p. 6.
[10] Miller, J-A., Op.
cit., 2023, p. 27.
[11] España, F., Clínica y psicoanálisis, Ediciones
Eón, Ciudad de México, 2020, pp. 24-25.
[12] Lacan, J., Op.
cit., 2016, p. 24.