27 de septiembre de 2013

Boletín Bordes 25

José Parra
(1890)
BORDES
No. 25
27 de Septiembre de 2013

Boletín de la NEL hacia el VI Encuentro Americano de Psicoanálisis de la Orientación Lacaniana
XVIII Encuentro Internacional del Campo Freudiano

HABLAR CON EL CUERPO
LAS CRISIS DE LAS NORMAS Y LA AGITACIÓN DE LO REAL
Buenos Aires, 22 y 23 de noviembre de 2013

En este boletín:
Editorial.- Ruth Hernández B.
Modos de hacer existir la relación sexual en las psicosis.- Maritza Bernia

Opiniones y Comentarios:
 Comentario al texto de Liliana Bosia.- Marcela Almanza  
El dolor a la deriva.- Beatriz García Moreno
Cultura y psicoanálisis: Here Comes Everybody.- Dora García

Modos de hacer existir la relación sexual en las psicosis
Maritza Bernia
NEL-Delegación La Habana.

Acerca de la “no relación sexual”, Jacques Lacan aborda  en su obra elementos para fundamentar dicha inexistencia. Dice por ejemplo “...que el significante no es apropiado para dar cuerpo a una fórmula de dicha relación, que la relación sexual, como cualquier otra relación, en último término sólo subsiste por lo escrito. Otro  es ubicable en referencia al objeto a, resultando que “…el  goce del Otro considerado como cuerpo es siempre inadecuado —perverso, por un lado, en tanto que el Otro se reduce al objeto a— y por el otro, diría, loco, enigmático”.
Frente a la inexistencia de la armonía  entre los sexos, los sujetos, desde su estructura  “hacen con eso”, responden subjetivamente de maneras diversas, una de ellas articulada con lo sintomático. Las versiones son múltiples en cuanto a proveer cierto anudamiento de goce y significante. En las neurosis una creencia en el síntoma descifrable, en las psicosis la certeza  de un goce excesivo que viene del Otro. Lacan dice que para el presidente Schreber, “no hay relación sexual más que con Dios”.
Parto de las referencias relacionadas con la cuestión del cuerpo en las psicosis. En Schreber  “hacerse un cuerpo de mujer” le permite al sujeto cumplir con la tarea de proporcionar un goce a Dios más soportable. Los sentimientos de voluptuosidad de Schreber atañen fundamentalmente- como refiere Carlos Dante García- a  “...el signo de que hay relación sexual entendida como complementación entre su feminización y el goce de Dios” y  “El goce permanente de Dios indica un "hay relación sexual",  no por vía de la identificación, sino por la vía del goce. Se trata efectivamente de hacerse de un cuerpo con cierta independencia del Goce del Otro. Invenciones que no permiten lazo social, que no “entran” en los delirios comunes.
En la  práctica clínica, he encontrado con bastante frecuencia, sujetos psicóticos con referencias directas de que las relaciones de pareja que han sostenido, o la sexualidad en tanto tal,  provocan la vivencia de complementariedad entre los sexos, de modos diferentes, tomando prestado “del discurso social” la nostalgia de una experiencia de satisfacción transitoria, o haciendo alusión a satisfacciones máximas entre partes fragmentadas de su cuerpo, haciendo un Uno Todo. No desde partes de una imagen corporal lograda, constituida, sino desde fragmentos que funcionan como sintonizados en tanto dos cuerpos al unísono.
Serían modos de hacer desde “la propia estructura psicótica” con lo que sitúa Lacan como más Real, con “lo que no cesa de no escribirse”. En las neurosis desde un velamiento fantasmático, en las psicosis con una presentificación.
Por el retorno en lo real de algo no inscrito en lo simbólico es que estos sujetos psicóticos aparecen  en la clínica, mostrando que los modos de hacer con la “no relación sexual” permiten la presentificación de su “existencia”, desde la propia certeza.

Bibliografía:
-          Jacques Alain Miller “La invención psicótica”
-          Jacques Lacan, Seminario 20 “Aún”
-          Paula Borsoi. “¿Cuál el lugar para el síntoma psicótico en el   
       diagnóstico estructural de Lacan?”
-        Carlos Dante García. “El cuerpo como efecto de goce”

Comité organizador BORDES:
Piedad Ortega de Spurrier, Marcela Almanza, Elida Ganoza, Johnny Gavlovski E., Ruth Hernández
Ver más en: Bordes 25

25 de septiembre de 2013


TDAH (I): ¿Cajón de sastre de problemas sociales o excusa para medicar?
Por Miguel Jara - 11 de septiembre de 2013

El psiquiatra Mariano Almudevar me envía un texto sobre el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH). Dado que es algo largo voy a ofrecerlo y editarlo en varios capítulos. El objetivo es intentar contribuir a un debate amplio, abierto y sostenido, basado en hechos y argumentos, que a muchas personas nos parece urgente, dado el proceso de medicalización de la infancia que está produciéndose en la sociedad. El TDAH, fue definido como “trastorno” específico de la infancia en el Manual Diagnóstico y Estadístico de las Enfermedades Mentales (DSM III).

Dicho libro es la “biblia” de la psiquiatría moderna, el sistema de clasificación estadounidense de trastornos mentales que se publicó por vez primera en 1980, fecha que podemos señalar como el inicio de un crecimiento sostenido de diagnósticos que adquiere carácter de incontrolable epidemia global a fines de siglo.

Anteriormente, a niños inatentos, inconsecuentes y muy movidos, particularmente si había dificultades específicas del aprendizaje como la dislexia, se les atribuía un “daño cerebral mínimo” (minimal brain damage) o “hiperactividad”, cuya frecuencia era baja, creo recordar que de 0,2 por ciento o menos, y requería la presencia de tal hiperactividad en entornos de escuela, hogar y clínica. El primer concepto “daño cerebral mínimo”, desapareció de la clínica por falta de pruebas de los llamados “signos neurológicos blandos” (soft neurological signs) que lo justificarían, y el segundo “hiperactividad” se incorporó en los DSM.

Es muy significativo que la hiperactividad pasó pronto a segundo plano hasta el punto de utilizarse como categoría el TDA (sin hiperactividad). Las “cláusulas de exclusión” de otros trastornos también fueron progresivamente ignoradas y hoy muchos de los diagnosticados de TDAH en USA tienen otros “trastornos co-mórbidos”.
En el DSM 5, la última versión del manual, ha subido el límite de edad de comienzo hasta los doce años, pero en la práctica se puede diagnosticar el TDA en adultos sin probar que empezó antes de esa edad. Hasta ese registro en 1980 se entendía que la hiperactividad tendía a desaparecer con los años y tenía alguna relación con el uso de aditivos alimentarios o incluso el plomo de la gasolina (ver estudios relacionados con The Isle of Wight Studies, M. Rutter et al., 1964).

El TDAH ha sido y es objeto de controversia pública en la sociedad angloamericana. Algunos, dicen que está infra-diagnosticado, otros que al contrario. Hay neurólogos (Baughman) y psiquiatras (Breggin) que llevan muchos años diciendo que es una falacia; otros piensan que es un cajón de sastre en el que se incluyen un número de conductas problemáticas y bajos rendimientos escolares, o simplemente niños “trasto” o despistados.

Detrás del diagnóstico puede haber desde chavales inteligentes y curiosos que se aburren con las rutinas homogeneizadas del aula, a otros con dificultades específicas del aprendizaje; desde la expresión en el escenario escolar de situaciones familiares complicadas o negligentes, hasta aquellas en la que el niño no llega a las expectativas de los padres; desde maestros que por una razón u otra necesitan una tranquilidad regimentada en el aula, hasta psicólogos con escasa o nula conciencia de la diversidad o variabilidad en el ritmo del desarrollo humano.

Solo una minoría de diagnosticados, muestra hiperactividad en sesiones clínicas y a pesar de ser el más ampliamente estudiado de los trastornos psiquiátricos de la infancia, su diagnóstico se hace sobre la base de quejas y observaciones de maestros, a veces bajo amenazas de sanciones; y su frecuencia y la polémica siguen creciendo.

A pesar del repetido lema de que hay alguna anormalidad biológica diferenciada del trastorno y marcadores biológicos, tales marcadores siguen siendo elusivos  o tan heterogéneos y especulativos que son incapaces de dar unidad nosológica a un diagnóstico que depende de la subjetividad, no del paciente sino de otros, pues el niño no se queja de nada. En fin, que tales marcadores biológicos específicos del trastorno no existen.

En el sistema clasificatorio de las enfermedades de la Organización Mundial de la Salud, CIE 10 (F90), que se utiliza en general en Europa y no implica ni tratamientos ni causas, sino solo “listas de problemas con las que el paciente visita al psiquiatra”, esas conductas vienen bajo la categoría de Trastorno de Hiperactividad, algo más rigurosa y que tiene a la hiperactividad como faceta necesaria para el diagnóstico. Los síntomas catalogados en el DSM, se han vuelto cada vez más vagos y subjetivos, hasta estar presentes en casi toda la población en algunos momentos de sus vidas.

La frecuencia del “trastorno” baila enormemente aunque la cifra más repetida hoy es la de del 6%, si bien encuestas recientes la acercan al 10% en los USA. La frecuencia ha ido aumentando a un ritmo de un 3% por año acelerándose al 5,5% al año recientemente. En los USA varía mucho entre estado y estado llegando en algunos de ellos hasta más del 15%.

23 de septiembre de 2013

"La videocámara más difícil de desinstalar es la que se nos ha metido dentro"

Entrevista con Gustavo Dessal

Por Pablo E. Chacón
Agencia Nacional de Noticias Télam
18.09.2013

T: ¿En qué dirección pensar algunas conjeturas para el psicoanálisis en el siglo XXI?
D: Ayer por la noche una colega de nuestra Escuela dictó una magnífica conferencia sobre el deseo. Resulta muy interesante volver de tanto en tanto a revisar los conceptos clásicos, fundamentales del psicoanálisis, una buena ocasión para encontrar algo nuevo, especialmente si hacemos el esfuerzo de situarnos en la contemporaneidad que nos toca vivir.
 
El deseo. Todo un clásico del psicoanálisis, y que Lacan, incluso a pesar de su teoría del goce, no olvidó jamás. ¿Cómo pensar el problema del deseo en el siglo XXI? Algo salta a la vista, que no podemos pasar por alto. Tanto Freud como Lacan definieron el deseo como inconsciente e insatisfecho. Hoy en día, estos dos términos tropiezan con el obstáculo de un discurso que se confabula en su contra. Por una parte, la sociedad de la transparencia ve con muy malos ojos (¡valga la metáfora!) que algo pueda ser invisible.
 
El inconsciente ya no despierta en la actualidad el sentimiento de ofensa narcisista del que hablaba Freud en Las resistencias al psicoanálisis. Nadie es hoy en día tan necio como para creer que la conciencia sea capaz de agotar la gigantesca y compleja actividad que supone la vida mental. Hasta el más mediocre neurocientífico sabe eso. Otra cosa es aceptar que el deseo no puede hacerse visible ni por la palabra ni por las imágenes cerebrales; que el deseo humano solo puede vivir si no se ataca su derecho al misterio y al medio decir. 
 
Por otra parte, tenemos el bendito asunto de la insatisfacción, palabra de la que actualmente nadie quiere siquiera oír hablar. ¿Insatisfacción? Eso hiere mucho más la sensibilidad contemporánea que las observaciones de Freud sobre la sexualidad en la Viena de principios del siglo pasado. En El malestar en la cultura, texto de 1930, la civilización se define por aquello que es capaz de limitar y de inhibir. Hoy día es todo lo contrario: vivimos en la cultura de la satisfacción, que se exige rotunda, inmediata, absoluta.
 
Ello no significa que sea posible, sino que la desdicha que esa imposibilidad genera se ha vuelto definitivamente insoportable. Vivimos en un estado de la civilización que propicia la cobardía moral, y que ha degradado la falta fecunda del deseo, lo que Freud llamaba la pulsión de vida. Thanatos no ha nacido en el siglo XXI, pero actualmente está más contento que nunca con las condiciones tan ventajosas en la que puede ejercer su viejo oficio.
 
T: ¿Por qué crees que hay tantas personas que eligen otros modos de tratar su malestar? El psicoanálisis no creo que esté reservado sólo a una elite que hará o no el pase. Incluyo a la religión entre esos otros modos.
D: Desde luego, existen muchas formas de abordar el malestar humano. La religión ha sido (y continúa siendo) un método por excelencia. A título personal, estoy tan convencido de la potencia del método analítico que no necesito aplicarme a la crítica feroz que otros colegas dedican a las múltiples terapias que existen. En primer lugar, porque Lacan nos enseñó que el secreto reside en saber cómo actuar con el propio ser.
 
Muchos psicoanalistas no lo consiguen, y a veces algunos psicoterapeutas sí. Por lo tanto, cuando recibo a un paciente que proviene de alguna experiencia terapéutica anterior, no investigo ni el método, ni la corriente del tratamiento que ha realizado. Prefiero preguntarle qué es lo que aprendió en dicha experiencia. La respuesta me resulta más instructiva que conocer el modo en que la ha alcanzado.
 
Y desde luego, el psicoanálisis no está reservado para ninguna elite. En primer lugar, porque el deseo de saber no existe para nadie, y si acaso logramos hacer surgir una pequeña chispa, esta puede darse en un aristócrata o en un cartonero. Y no debemos desdeñar la religión, que a mucha gente le aporta un sostén fundamental en la vida. ¿Con qué derecho habríamos de oponernos a que existan algunas personas que se dediquen a salvar almas? Los psicoanalistas deberían preocuparse más por no sucumbir a esa misma tentación, y sobre todo a no contribuir a que sus instituciones se parezcan demasiado a la Iglesia. Y subrayo lo de demasiado. Pretender que no se parezcan en nada ya está visto que es imposible...
 
T: Al respecto, Lacan, si entendí bien, forjó, alguna vez, una ley de hierro: psicoanálisis o religión. En ese caso, la religión gana por robo.
D: Lacan era lo suficientemente astuto como para comprender que el verdadero ateísmo es algo muy difícil de obtener. Creer que por definición el pase nos librará de la creencia religiosa es una ingenuidad. Podría ser hasta divertida si no fuese porque no tiene gracia.
 
T: Si el psicoanálisis es una experiencia del ser, ¿están los psicoanalistas, los que se nombran así, a la altura de semejante desafío? Consideremos la cantidad de repeticiones y habladurías que se escuchan en un congreso, las cantidades que ignoran que la escritura de William Faulkner también es una experiencia del ser.
D: Sin duda, un psicoanálisis es una experiencia del ser. Eso es inobjetable. Claro que no es la única, desde luego. No estoy muy seguro de que los analistas suelan frecuentar a Faulkner. Si lo hicieran probablemente analizarían mucho mejor a sus pacientes. Muchos escritores me han ayudado a entender algunos de mis casos bastante mejor que lo que a veces me aportan los locos literarios, como ironizaba Lacan respecto de la literatura analítica. Pero ¡ojo!, sin olvidar el deber de la supervisión, y desde luego el principio de los principios: el propio análisis.  
 
Tu comentario encierra además un dilema muy grave, y hasta cierto punto insoluble. La soledad del analista suele conducirlo al delirio. En el extremo opuesto, la comunión con sus compañeros de partido, produce en demasiadas ocasiones efectos de identificación que estrangulan los postulados éticos del psicoanálisis. Puesto a elegir entre un psicoanalista delirante, o un delirio psicoanalítico entre varios, necesito pensarlo un buen rato.
 
T: Los psicoanalistas lacanianos no quieren adaptarse, ni renunciar a sus principios, estructuralmente es una práctica refractaria al poder. ¿Cómo entender entonces que en la AMP no esté más Colette Soler, Stuart Schneiderman, Slavoj Zizek, Jean Allouch? ¿O no son lacanianos?
D: Bueno, que el psicoanálisis sea una práctica refractaria al poder..., suena muy bien. Lacan inicia su escrito La dirección de la cura diciendo que el poder que los analistas quieren ejercer traduce una impotencia para sostener una práctica verdadera. Si empezó de este modo, es porque sabía que el poder no está en absoluto reñido con la práctica analítica, o al menos con los analistas. Como lo decía él con su habitual acidez: mirémonos a las caras.
 
¿De verdad podemos creer que estamos hechos de otra pasta? Por otra parte, la ausencia de esos nombres en la AMP responde a vicisitudes e historias que desconozco en detalle, y que además no puede explicarse en virtud de una fórmula general. De todos modos, nunca ha sido fácil que varios amos convivan bajo un mismo techo. ¿Por qué habría de serlo bajo el techo del psicoanálisis?
 
T: Algo incurable habita al ser hablante. En tiempos de vigilancia global, policía, fundamentalismo, disolución de lo público y lo privado, ¿cuál pensás qué es el estatuto de la intimidad frente a esa invasión?, ¿cómo decir no en un mundo que obliga todo el tiempo a decir ?
D: Los esclavos romanos solían llevar un cartel colgado del cuello que decía: Tenemene fucia et revo cameadomnum et viventium in aracallisti, o sea: Detenedme si escapo y devolvedme a mi dueño. Claro que en esa época no había cámaras de videovigilancia. Ahora lo tenemos un poco más difícil, y no necesitamos llevar ese cartelito para que nos devuelvan a nuestro dueño. Peor aún: nos devolvemos solos, sin que nadie nos lleve. Después de todo, en eso consiste el discurso rayado del que hablaba Lacan.
 
Tu pregunta me evoca el eterno problema del superyo: Freud creyó al principio que era el policía que soplaba el silbato y nos hacía ¡No! con el dedo. Al final de su obra se dio cuenta de que era al revés, y eso Lacan lo pescó al vuelo. Es el policía, desde luego, pero uno muy especial, porque nos incita a decir que sí. Sí al goce. Más que una incitación, es un mandato. Como lo dice Zygmunt Bauman: ser hoy un buen ciudadano es cumplir con los deberes del shopping game. El psicoanálisis descubrió una cosa muy interesante: el no es una invención del padre. No ser loco consiste en decir  al no paterno.
 
Pero en el siglo XXI las reglas del juego han cambiado. Se puede decir  ¡no! al no paterno, hacerle pito catalán, y sin embargo no estar completamente loco. Hay síntomas con los que uno se puede arreglar para solventar ese problema. El neurótico suele quejarse (y es un motivo frecuente para consultar a un analista) de que no sabe decir que no, que con tal de sentirse amado es capaz de soportar cualquier cosa. Va a necesitar un tiempito para comprender que soportar cualquier cosa es un goce que puede rozar el éxtasis, y que debe librarse de ese goce, y no del Otro al que procura complacer. La videocámara más difícil de desactivar es la que se nos ha instalado adentro. Para que se le agote la batería, hay que usar mucho el diván. 

21 de septiembre de 2013

Goce, culpa, impunidad - XII Jornadas de la ELP


Lenguaraz Buscón
Antoni Vicens

“Yo, señora, soy del campo freudiano. Mi padre se llamó; no era natural siendo del pueblo del Otro. El Padre lo tenga en el cielo de los nombres. Fue, tal como todos dicen, de oficio castrador, aunque eran tan altos sus pensamientos, que se corría de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de topologías y sastre de goces.
Decían que era de muy buena cepa, y, según él hablablaba, todo iba a Otra parte.”
El Buscón es el pícaro de una vida sin valor, que encuentra todo mal como efecto de lalengua, Witz que se disuelve en la mortificación de la pena: azotes, cárcel, ejecución capital. La pulsión, sin enmarcar, guía al pícaro.
Ninguna culpa, dice un especialista; nihilismo, responde otro; escepticismo, replica un tercero; paganismo, encarece uno más; erasmismo, dice Bataillon (que sabe de qué habla). El más católico lee el nacimiento del mal en la literatura, floreceriente en Baudelaire y escrito por Bataille. Nosotros leemos, en el chiste, la angustia: objeto sin cáscara.
El goce: “Repartiéronlo todo y a don Diego dieron no sé qué güesos y alones, diciendo que ‘del cabrito el huesecito y del ave el aloncito’ y que el refrán lo decía. Con lo cual nosotros comimos refranes y ellos aves.” Del hambre al hablablambre, el goce. Luego queda el decir donde resuena aún el imperativo “¡goza!” que se disolvió en el mismo gozar. No todo, claro, pues quedó el resto quevedesco, aún, todavía, encore, diciendo y cantando el chiste flotante que lo creó.
Para la culpa del pícaro, tomemos la lección quevedesca: que, en el fondo, el pecado no toca la culpa. En esta novela no hay culpa sino por virtud del escribano que la guarda (“no hay cosa que tanto crezca como culpa en poder de escribano”). O por virtud del “músico de culpas”, el pregonero que va clamando: “¡A esta mujer, por ladrona!” Todo viene pues de haber estado en la cárcel: el pícaro es el hombre libre, libre de recaer en prisión; y, si lo hace, es culpable de haberse dejado atrapar. Pero sí, Quevedo, moralista, se disculpa en el último capítulo. Si no escribe más, dice, es por no dar a imitar vicios; si escribió es para avisar a los ignorantes. Con esta artimaña, en la que cayó el presbítero Peralta, censor, crea culpables después de haber gozado.
El Buscón, culminación del pícaro, es el héroe de la impunidad. Si a su padre Clemente Pablo lo hicieron “cuartos”, es decir, lo descuartizaron después de haberlo ahorcado, es porque no pagó nada, ni un ochavo. Si la madre, doña Aldonza, está presa de la Inquisición por bruja, esperando la muerte que le llegará antes de terminar la cuenta de los cuatrocientos azotes que recibirá, el hijo, don Pablos, la redime con una tierna expresión: “la prisioncilla de mama”.
Quevedo describe un mundo en el que todo se mueve en el terreno de la demanda, inmortal. Siguiendo los conceptos con los que Jacques-Alain Miller presentaba recientemente el Seminario VI de Jacques Lacan, El deseo y su interpretación, la pulsión es demanda sin objeto real, toda ella en el circuito del significante: nada natural por tanto, ni instintivo. Luego Lacan introduce un objeto real para el fantasma, lo que sirve al sujeto para construir una defensa contra la Hilflosigkeit, el desamparo fundamental en el que nos deja la oscuridad del deseo del Otro.

El mundo quevedesco del Buscón aparece como el mapa de los circuitos de una pulsión que no quiere saber nada del fantasma. La vida no tiene objeto, parecería, ni ilusión. El goce no parece hacer deseo. Don Pablos se fuga echando la llave por la gatera, sin pagar. Leemos un mundo cruel, extremo del mal; pero sólo hasta que encontramos el objeto real: el brutal ingenio lingüístico del chiste quevedesco. El Buscón se pierde; pero el escritor y el lector devienen Encontrón, criados creadores de lengua, lenguaraces descarados, fulleros del significado, escribidores de ingenios, agudos labradores de letra, descifradores de las cartas marcadas que van y vienen, analistas del goce que hace hablar. En lo crudo. Así nos advierte para concluir: “son infinitas las maulas que te callo.”

Leer más en: XII Jornadas de la ELP

19 de septiembre de 2013

Entrevista a José Fernando Velásquez - Primera parte


Por: Angélica Ballón Sánchez
         Roberto Carlos Galván Sánchez


P: A la luz de las últimas enseñanzas de Lacan sobre el inconsciente, considerando el inconsciente transferencial y el inconsciente real, acerca del inconsciente real Lacan dice que “no hay allí amistad alguna que ese inconsciente soporte”. ¿Cómo se puede pensar la transferencia?, ¿cómo se sostiene la transferencia en la clínica del autismo, y también de las psicosis?

R: La transferencia hay que pensarla en términos generales como el anudamiento que se produce entre las posiciones de goce del analizante y algún rasgo, alguna pieza que está en el semblante del analista; puede ser la voz, la mirada, su título, el ideal que representa, una impresión…“no me parece querido, o amable”, o  “me lo referenciaron muy bien”. Eso es para cualquier ser hablante.

En el caso de las psicosis y del autismo la transferencia se va a instalar por el anudamiento entre el autista o psicótico a una posibilidad que le dé ese analista de alojar algo de la construcción que él viene haciendo. Y, eso no es sencillo. Porque nos podemos disponer para recibir a los niños psicóticos, a los autistas, pero es el niño mismo el que elige cómo se va a anudar,  cuándo se va a anudar, y la manera generalmente estereotipada de anudarse. Puede ser simplemente porque el analista no hable, o por el contrario, por que su voz sea muy suave, o porque no lo mira, o por el contrario porque lo mire mucho, o encontró un lápiz o cualquier objeto que le llame la atención. Hay una serie de condiciones que son contingentes en ese anudamiento que hace el niño al espacio, a la persona, al cuerpo, a los objetos del analista.  El arte es que sea un anudamiento sostenido a través del tiempo, porque puede haber anudamientos momentáneos, el chico se entusiasma, se prende de un objeto, por ejemplo, o del hecho de que “no me mira”, el analista no lo mira directamente, y eso hace que el autista o el psicótico pueda sentirse cómodo,  tranquilo, sin amenaza; o porque la sesión sea breve, o porque la sesión sea larga; todo depende del caso por caso. Entonces, ese anudamiento que se da ahí hay que tratar de sostenerlo en la medida en que se sepa leer qué es lo que lo anudó.

Es una transferencia no al sujeto supuesto saber,  lo que sí ocurre en la neurosis, sino que pasa por una dimensión puramente real, por lo imposible, lo ilimitado, lo repetido. Eso hace que por ejemplo se pueda trabajar entre varios con un solo autista. La práctica entre varios lo que muestra es que la transferencia el autista la instala, diríamos, a un Otro insustancial, no personificado, no individualizado, sino más bien a unas ciertas condiciones de espacios, de sonidos, de ambientes, de modos de ser recibido. Eso es lo que el analista tiene que tener en cuenta, que no va a ser una transferencia de suposición de saber, y que se basará sobre todo en alimentar esa transferencia a través de hacer una buena lectura de lo que está sucediendo en él a nivel real.  El autista o el psicótico, es muy sensible a cualquier surgimiento de una encarnación del Otro real. Por decir algo, hay mucha bulla afuera en el consultorio, o que el analista lo mire mucho, o que le haga una pregunta dirigiéndose directamente a él, o que perciba un determinado gesto. Eso ya puede encarnarle al autista el Otro real. Entonces se va a replegar, y se va a replegar detrás de su fortaleza, y bueno, va a ser mucho más complicado volverlo a sacar.

Insisto en que es con la lectura sostenida que permita entender y comprender cuál es el lugar que da el autista al analista, sobre todo en esa dimensión como espejo, y como receptor del objeto de la pulsión parcial.

Para mí me es muy importante lo que hizo la señora Rosine Lefort con Nadia. Nadia es una chica de 18 meses, que en ese momento está internada en un hospicio, y tiene muchísimas enfermedades, prácticamente es una niña desahuciada; pero está siendo asistida, alimentada, cambiada, cargada por todo el personal de la institución. Y lo que hace la señora Lefort es tachar ese Otro, descompletarlo, ser ex-istente a ese Otro. Ella decide: Nunca le voy a dar ni comida, ni le voy a cambiar pañales; así esté pidiéndomelo, así esté sucia, no lo voy hacer. Ella se sustrajo de ese Otro general, y eso no es algo que pase desapercibido para Nadia. Nadia se da cuenta, y empieza a construir una demanda: “déme papilla”.

Otra manera de sustraerse de la señora Lefort a ese Otro es prestándose a dejarse agujerear: Nadia requiere agujerear lo real, agujerear al Otro y la señora Lefort se presta para que la niña lo haga, presta su cuerpo. El Otro de la institución no lo hacía, solamente hacía una tarea de asistencia. La señora Lefort permite que la niña explore sus ojos, su boca, sus manos, la blusa, sus gafas. Con ese ejemplo te muestra cómo el analista sabiéndose situar frente al autista, instala la transferencia. Y que es una transferencia que no puede ser solamente de 5 o 10 minutos, sino que hay que sostenerla a través del tiempo. Eso será posible siempre y cuando entienda cómo es que se mueve, cuál es el sustrato de esa transferencia.


P: ¿Cuál es la especificidad del psicoanálisis frente a los otros tratamientos psi?

R: La especificidad viene de la conceptualización de la condición del ser humano como un ser de goce y como ser hablante. A través de la historia si bien somos definidos como seres humanos, también somos seres de goce, que obtenemos una satisfacción que va mucho más allá de la necesidad. El anudamiento entre lengua y satisfacción genera una serie de situaciones en la condición humana como es la demanda. Demandamos amor, demandamos afecto, demandamos cuidados, demandamos que el otro cumpla con nuestras expectativas. No sólo instala la demanda sino también instala las identificaciones, entonces yo quiero ser como tal o aquel, como este personaje o como mi papá. Y genera también una sensibilidad a la palabra, al significante como decimos en el psicoanálisis; el ser hablante de goce es un ser que no es indiferente a la palabra del Otro, al deseo del Otro o a la satisfacción del Otro.

Son esas tres respuestas del ser hablante lo que las demás disciplinas psi tienen en cuenta, cómo el ser hablante responde al deseo del Otro o a sus ideales. Sabemos que cualquier psicología trata para que un chico se instale en la demanda que el colegio quiere: Que marche bien, que se comporte bien, o la demanda al ideal que el padre o la madre quieren.

El psicoanálisis de orientación lacaniana tiene en cuenta la posición de cómo se responde desde una necesidad de satisfacer un goce que es muy singular en cada ser hablante; una satisfacción que se impone, que no es del orden de la necesidad, que siempre es repetitiva, que siempre va a estar a pesar de la edad o de la evolución de ese ser hablante. Y esa necesidad de satisfacer ese goce se vuelve algo sintomático.

Esto es lo que vemos por ejemplo en la anorexia; la anorexia está por fuera, dice el psicoanálisis, del ideal de la delgadez, está por fuera del sentido común de que me voy a enfermar, que ya tenga o no osteoporosis o que se le está complicando la cuestión de la salud porque se desmaya. Ahí vemos a un sujeto tomado absolutamente por una satisfacción que va mucho más allá del ideal, del deseo o de la identificación, que pretende satisfacer una condición muy autística de goce, muy singular en ese sujeto para sentirse realizado o satisfecho. Lo mismo en una toxicomanía o lo mismo se puede explicar por ejemplo en la relación entre los sexos.

El tomar en cuenta que en ese tipo de satisfacción no hay complementariedad, no hay pareja, no hay ideal, satisfacción en un orden muy autístico, muy singular, hace que el psicoanálisis de orientación lacaniana no pueda responder a los ideales de un tercero, ni el de los padres, ni el de la escuela, ni de una sociedad; no se puede decir que los sujetos sometidos a un psicoanálisis de orientación lacaniana van a rectificar una conducta o se van a acomodar a un ideal institucional, más bien buscarán estar más tranquilos con la satisfacción que pretenden.

El psicoanálisis de orientación lacaniana se oferta para que el sujeto en cuestión pueda leer y capturar ese rasgo de satisfacción, de goce singular y que el sujeto pueda asumirlo, que pueda consentir que eso es del él, que lo reconozca como algo propio a pesar de que sea ajeno, que genere un cierto tipo de extrañeza. No es algo del orden de la manera usual de pensar o que vaya acorde con los ideales; pero sí es posible que él se diga: “yo soy eso, yo repito eso, yo me veo varias veces en ese comportamiento, en esa conducta, eso es mío”. Que el ser hablante se reconozca en eso donde él goza, permite que ese ser hablante pueda tener un saldo de saber a su favor, que sepa cómo saber hacer con eso, porque eso va a estar ahí siempre en su existencia. Saber hacer con eso implica un poco una versatilidad respecto a ese rasgo de goce, una posibilidad de obtener una satisfacción pero de una manera en que él mismo lo decida, lo elija, y no simplemente ser arrebatado por esa condición de goce, que es lo que uno ve en muchos síntomas contemporáneos, o en el neurótico obsesivo que no quiere hacer esto, o la histérica que quiere que el otro la satisfaga de esta u otra manera.

Entonces lo que singulariza al psicoanálisis de las otras disciplinas psi es tener en cuenta la dimensión de lo que Lacan llamaba lo real, lo sin ley, aquello ilimitado, aquello repetitivo, aquello que siempre vuelve a ser lo mismo, aquello que es imposible de ser atrapado por el sentido.

18 de septiembre de 2013

Boletín Bordes 24

Immersed in Thought, Lonely
Jakub Schikaneder (1890)
BORDES
No. 24
20 de Septiembre de 2013

Boletín de la NEL hacia el VI Encuentro Americano de Psicoanálisis de la Orientación Lacaniana
XVIII Encuentro Internacional del Campo Freudiano
HABLAR CON EL CUERPO
LAS CRISIS DE LAS NORMAS Y LA AGITACIÓN DE LO REAL
Buenos Aires, 22 y 23 de noviembre de 2013

En este boletín:
·   Editorial.-  Johnny Gavlovski E.
·   ¿Cuál ley para la violencia de nuestros días?- Mercedes Iglesias
·   Una experiencia de cuerpo: de mortificado a vivificado.- Inés Anderson

Opiniones y Comentarios
·   Comentario al texto de Lizbeth Ahumada.- Daniela Negrete

EDITORIAL
Johnny Gavlovski E
NEL Caracas

En este boletín, dos analistas y una asociada hablan, disertan, reflexionan sobre violencia, cuerpo, mortificación. Violencia no sin consecuencias, duelo, dolor. Hay otro que la recibe. Un sujeto que la genera. Silvia Elena Tendlarz hace unos años se preguntó: ¿A quién mata el asesino? Dolor. Sinlencio. Angustia. ¿Quién mata a quién? ¿Qué del cuerpo que cae? ¿Qué de quien lo recibe? Las imágenes hoy no hablarán de violencia. Hablarán del resto. Del día siguiente. De lo que queda. Consecuencias subjetivas. Nunca sin consecuencias subjetivas. La RAE acude para intentar simbolizar un efecto de real que nos deja sin palabras.

Violencia exceso, exabrupto, coacción, constreñimiento, crueldad, furor, intensidad, profanación, ferocidad, furia, agresión, ensañamiento, arrebato, brusquedad, acometividad, dureza, vehemencia, atropello, violación

Matar asesinar, ajusticiar, ejecutar, ahorcar, ahogar, decapitar, desnucar, degollar, guillotinar, fusilar, asfixiar, electrocutar, envenenar, lapidar, linchar, inmolar, sacrificar.

¿A quién mata el asesino?

Consecuencias efecto, resultado, fruto, secuela, derivación, desenlace, corolario, conclusión, resulta

Violencia exceso, exabrupto, coacción, constreñimiento, crueldad, furor, intensidad, profanación, ferocidad, furia, agresión, ensañamiento, arrebato, brusquedad, acometividad, dureza, vehemencia, atropello, violación

¿Cuál ley para la violencia de nuestros días?

Ley legislación, justicia, jurisprudencia, legalidad, estatuto, código, constitución, norma, precepto, disposición, edicto

Dolor desconsuelo, mal, pesar, suplicio, tortura, aflicción, angustia, congoja, daño, pena, tormento, calvario

Consecuencias subjetivas. Nunca sin consecuencias subjetivas.

Mortificar disciplinar, sacrificar, azotar, castigar

…de mortificado a vivificado


Consecuencias subjetivas. Nunca sin consecuencias subjetivas.

Animales Feroces”  
Obra de teatro de I Chocron. Dir: J Gavlovski
Foto: T Ossers

¿Cuál ley para la violencia de nuestros días?
Mercedes Iglesias
NEL - Maracaibo

Nelson Mandela[1] sostiene que el siglo XX se recordará como un siglo marcado por la violencia. Y, afirma que esta no se encuentra sólo en el legado de destrucción masiva sino también en el sufrimiento de niños, mujeres y ancianos maltratados por todos aquellos que debieran protegerlos. “Debemos hacer frente a las raíces de la violencia. Solo entonces transformaremos el legado del siglo pasado de lastre oneroso en experiencia aleccionadora.”[2]
Ramírez[3] reseña que en el texto ‘La agresividad en psicoanálisis’ a Lacan le preocupaba las relaciones entre lo individual y lo social lo cual continúa a lo largo de toda su obra. Esta relación entre lo subjetivo y lo social hace que el tema de la violencia se encuentre relacionado no sólo con el sujeto sino también con el problema de la ley.
A juicio de Miller[4] el texto ‘La agresividad en psicoanálisis’ está marcado por un pasaje de la fenomenología a la metapsicología y, por un pasaje de la intención agresiva a la tendencia a la agresividad. Abandonar la fenomenología implica ir más allá de las descripciones para acceder a la causa de la violencia. 
A juicio de Freud el incesto y el asesinato del padre constituyen la causa de la ley.  Freud propone diferenciar la dimensión de la culpa de la de la responsabilidad[5]. El aparato jurídico las une y de este modo se pierde lo que el crimen significa subjetivamente para el criminal. Es por esto que Lacan sostiene que: “si el psicoanálisis irrealiza el crimen, no deshumaniza al criminal”[6] porque la práctica introduce una significación subjetiva que no es reconocida por el aparato jurídico social. Es claro que este aparato juzga y condena con la ley positiva del derecho, acepta la noción de culpa y de castigo correspondiente. Pero en esta universalización se pierde la dimensión subjetiva. El crimen será un ‘paso al acto’ y como sostiene Germán García “un acto es aquello que cambia a un sujeto de lugar y esto acontece para el criminal”[7] El acto puede ser muchas veces para el criminal un modo de solución. 
Lacan establece la violencia en su primera enseñanza tanto a nivel imaginario como a nivel simbólico. En la última enseñanza no se refiere explícitamente a ella pero emerge una dimensión real de la violencia. Los términos que utiliza son segregación y concentración que son las formas que definen nuestro mundo actual. Aflalo[8] explica esto muy bien al afirmar que: la segregación impone un ‘todos iguales’ y que al hacer esto se instala el principio del campo de concentración. “Cuando ya no opera la castración, la muerte es el único principio de limitación de goce.”[9] Así lo que tenemos es un cuerpo que actúa bajo la dimensión de la agresión sea agredido o agresor puesto que está colocado como puro objeto y no como sujeto.
Este modo de vida en que estamos inmersos implica estar regidos por otra ley que Lacan denomina ‘un orden de hierro’. Esta otra ley se presenta de dos modos según Laurent: un llamado a la seguridad con cámaras por todos lados o ‘la fascinación para vivirse como una máquina finalmente liberada de los semblantes’[10] Millas explica que Lacan introduce en su última enseñanza al padre como encarnando la singularidad del goce. Pero el orden de hierro es un orden de todos, no da lugar a la singularidad y más tarde o más temprano eso que se forcluye, retorna.[11] Esto vale tanto para las sociedades liberales como para aquellas microsociedades como las mafias y los narcotraficantes. El origen de la violencia parecería ser el mismo, diferentes semblantes pero una misma lógica. Hay otra ley, otra ley a la establecida por el orden jurídico, es una ley rígida y que al hace valer un ‘para todos’ hace surgir la violencia con mayor intensidad. 

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Agony (1895)
Edvard Münch

Comité organizador BORDES:
Piedad Ortega de Spurrier, Marcela Almanza, Elida Ganoza, Johnny Gavlovski E., Ruth Hernández



[1] Mandela, Nelson. Prólogo del Primer Informe Mundial de la Violencia y la Salud, Organización Mundial de la Salud, 2012, en: EL Nacional, domingo 20 de enero de 2013, Caracas, Venezuela.
[2] Ibid.
[3] Ramírez, M. Actualidad de La agresividad en psicoanálisis de J. Lacan, Grama Ediciones, Buenos Aires, 2010.
[4] Miller, J.A. et al. Agresividad y pulsión de muerte, Fundación Freudiana de Medellín, Medellín, 1991.
[5] García, German. J. ‘Lacan y la Criminología.’ En Caracteriología, 1995.
[6] Lacan, J. ‘Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología’ en Escritos 1, Siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 2002, pág. 132.
[7] García, Germán. ‘El acto criminal cambia al sujeto de lugar’ en Virtualia, Nº 18, Noviembre de 2008.
[8] Aflalo, A. ‘Subjetividades modernas y luchas de los cuerpos’ en El orden simbólico en el siglo XXI, Grama ediciones, Buenos Aires, 2012.
[9] Ibid.
[10] Laurent, E. ‘El orden simbólico en el siglo XXI. Consecuencias para la cura’ en Papers 1, 2010. pág. 9.

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