Por: Angélica
Ballón Sánchez
Roberto Carlos Galván Sánchez
P: A la luz de las últimas
enseñanzas de Lacan sobre el inconsciente, considerando el inconsciente
transferencial y el inconsciente real, acerca del inconsciente real Lacan dice
que “no hay allí amistad alguna que ese inconsciente soporte”. ¿Cómo se puede
pensar la transferencia?, ¿cómo se sostiene la transferencia en la clínica del
autismo, y también de las psicosis?
R:
La transferencia hay que pensarla en términos generales como el anudamiento que
se produce entre las posiciones de goce del analizante y algún rasgo, alguna
pieza que está en el semblante del analista; puede ser la voz, la mirada, su
título, el ideal que representa, una impresión…“no me parece querido, o amable”,
o “me lo referenciaron muy bien”. Eso es
para cualquier ser hablante.
En
el caso de las psicosis y del autismo la transferencia se va a instalar por el
anudamiento entre el autista o psicótico a una posibilidad que le dé ese
analista de alojar algo de la construcción que él viene haciendo. Y, eso no es
sencillo. Porque nos podemos disponer para recibir a los niños psicóticos, a
los autistas, pero es el niño mismo el que elige cómo se va a anudar, cuándo se va a anudar, y la manera generalmente
estereotipada de anudarse. Puede ser simplemente porque el analista no hable, o
por el contrario, por que su voz sea muy suave, o porque no lo mira, o por el
contrario porque lo mire mucho, o encontró un lápiz o cualquier objeto que le llame
la atención. Hay una serie de condiciones que son contingentes en ese anudamiento
que hace el niño al espacio, a la persona, al cuerpo, a los objetos del
analista. El arte es que sea un
anudamiento sostenido a través del tiempo, porque puede haber anudamientos
momentáneos, el chico se entusiasma, se prende de un objeto, por ejemplo, o del
hecho de que “no me mira”, el analista no lo mira directamente, y eso hace que
el autista o el psicótico pueda sentirse cómodo, tranquilo, sin amenaza; o porque la sesión sea
breve, o porque la sesión sea larga; todo depende del caso por caso. Entonces, ese
anudamiento que se da ahí hay que tratar de sostenerlo en la medida en que se
sepa leer qué es lo que lo anudó.
Es
una transferencia no al sujeto supuesto saber, lo que sí ocurre en la neurosis, sino que pasa
por una dimensión puramente real, por lo imposible, lo ilimitado, lo repetido.
Eso hace que por ejemplo se pueda trabajar entre varios con un solo autista. La
práctica entre varios lo que muestra es que la transferencia el autista la
instala, diríamos, a un Otro insustancial, no personificado, no individualizado,
sino más bien a unas ciertas condiciones de espacios, de sonidos, de ambientes,
de modos de ser recibido. Eso es lo que el analista tiene que tener en cuenta,
que no va a ser una transferencia de suposición de saber, y que se basará sobre
todo en alimentar esa transferencia a través de hacer una buena lectura de lo
que está sucediendo en él a nivel real. El
autista o el psicótico, es muy sensible a cualquier surgimiento de una
encarnación del Otro real. Por decir algo, hay mucha bulla afuera en el
consultorio, o que el analista lo mire mucho, o que le haga una pregunta
dirigiéndose directamente a él, o que perciba un determinado gesto. Eso ya
puede encarnarle al autista el Otro real. Entonces se va a replegar, y se va a
replegar detrás de su fortaleza, y bueno, va a ser mucho más complicado
volverlo a sacar.
Insisto
en que es con la lectura sostenida que permita entender y comprender cuál es el
lugar que da el autista al analista, sobre todo en esa dimensión como espejo, y
como receptor del objeto de la pulsión parcial.
Para
mí me es muy importante lo que hizo la señora Rosine Lefort con Nadia. Nadia es
una chica de 18 meses, que en ese momento está internada en un hospicio, y
tiene muchísimas enfermedades, prácticamente es una niña desahuciada; pero está
siendo asistida, alimentada, cambiada, cargada por todo el personal de la
institución. Y lo que hace la señora Lefort es tachar ese Otro, descompletarlo,
ser ex-istente a ese Otro. Ella decide: Nunca le voy a dar ni comida, ni le voy
a cambiar pañales; así esté pidiéndomelo, así esté sucia, no lo voy hacer. Ella
se sustrajo de ese Otro general, y eso no es algo que pase desapercibido para
Nadia. Nadia se da cuenta, y empieza a construir una demanda: “déme papilla”.
Otra
manera de sustraerse de la señora Lefort a ese Otro es prestándose a dejarse
agujerear: Nadia requiere agujerear lo real, agujerear al Otro y la señora
Lefort se presta para que la niña lo haga, presta su cuerpo. El Otro de la
institución no lo hacía, solamente hacía una tarea de asistencia. La señora
Lefort permite que la niña explore sus ojos, su boca, sus manos, la blusa, sus
gafas. Con ese ejemplo te muestra cómo el analista sabiéndose situar frente al
autista, instala la transferencia. Y que es una transferencia que no puede ser
solamente de 5 o 10 minutos, sino que hay que sostenerla a través del tiempo. Eso
será posible siempre y cuando entienda cómo es que se mueve, cuál es el sustrato
de esa transferencia.
P: ¿Cuál es la especificidad del
psicoanálisis frente a los otros tratamientos psi?
R:
La especificidad viene de la conceptualización de la condición del ser humano
como un ser de goce y como ser hablante. A través de la historia si bien somos
definidos como seres humanos, también somos seres de goce, que obtenemos una
satisfacción que va mucho más allá de la necesidad. El anudamiento entre lengua
y satisfacción genera una serie de situaciones en la condición humana como es la
demanda. Demandamos amor, demandamos afecto, demandamos cuidados, demandamos
que el otro cumpla con nuestras expectativas. No sólo instala la demanda sino
también instala las identificaciones, entonces yo quiero ser como tal o aquel,
como este personaje o como mi papá. Y genera también una sensibilidad a la
palabra, al significante como decimos en el psicoanálisis; el ser hablante de
goce es un ser que no es indiferente a la palabra del Otro, al deseo del Otro o
a la satisfacción del Otro.
Son
esas tres respuestas del ser hablante lo que las demás disciplinas psi tienen
en cuenta, cómo el ser hablante responde al deseo del Otro o a sus ideales.
Sabemos que cualquier psicología trata para que un chico se instale en la
demanda que el colegio quiere: Que marche bien, que se comporte bien, o la
demanda al ideal que el padre o la madre quieren.
El
psicoanálisis de orientación lacaniana tiene en cuenta la posición de cómo se
responde desde una necesidad de satisfacer un goce que es muy singular en cada
ser hablante; una satisfacción que se impone, que no es del orden de la necesidad,
que siempre es repetitiva, que siempre va a estar a pesar de la edad o de la
evolución de ese ser hablante. Y esa necesidad de satisfacer ese goce se vuelve
algo sintomático.
Esto
es lo que vemos por ejemplo en la anorexia; la anorexia está por fuera, dice el
psicoanálisis, del ideal de la delgadez, está por fuera del sentido común de
que me voy a enfermar, que ya tenga o no osteoporosis o que se le está
complicando la cuestión de la salud porque se desmaya. Ahí vemos a un sujeto
tomado absolutamente por una satisfacción que va mucho más allá del ideal, del
deseo o de la identificación, que pretende satisfacer una condición muy
autística de goce, muy singular en ese sujeto para sentirse realizado o
satisfecho. Lo mismo en una toxicomanía o lo mismo se puede explicar por
ejemplo en la relación entre los sexos.
El
tomar en cuenta que en ese tipo de satisfacción no hay complementariedad, no
hay pareja, no hay ideal, satisfacción en un orden muy autístico, muy singular,
hace que el psicoanálisis de orientación lacaniana no pueda responder a los
ideales de un tercero, ni el de los padres, ni el de la escuela, ni de una
sociedad; no se puede decir que los sujetos sometidos a un psicoanálisis de
orientación lacaniana van a rectificar una conducta o se van a acomodar a un
ideal institucional, más bien buscarán estar más tranquilos con la satisfacción
que pretenden.
El
psicoanálisis de orientación lacaniana se oferta para que el sujeto en cuestión
pueda leer y capturar ese rasgo de satisfacción, de goce singular y que el
sujeto pueda asumirlo, que pueda consentir que eso es del él, que lo reconozca
como algo propio a pesar de que sea ajeno, que genere un cierto tipo de
extrañeza. No es algo del orden de la manera usual de pensar o que vaya acorde
con los ideales; pero sí es posible que él se diga: “yo soy eso, yo repito eso,
yo me veo varias veces en ese comportamiento, en esa conducta, eso es mío”. Que
el ser hablante se reconozca en eso donde él goza, permite que ese ser hablante
pueda tener un saldo de saber a su favor, que sepa cómo saber hacer con eso,
porque eso va a estar ahí siempre en su existencia. Saber hacer con eso implica
un poco una versatilidad respecto a ese rasgo de goce, una posibilidad de
obtener una satisfacción pero de una manera en que él mismo lo decida, lo
elija, y no simplemente ser arrebatado por esa condición de goce, que es lo que
uno ve en muchos síntomas contemporáneos, o en el neurótico obsesivo que no
quiere hacer esto, o la histérica que quiere que el otro la satisfaga de esta u
otra manera.
Entonces
lo que singulariza al psicoanálisis de las otras disciplinas psi es tener en
cuenta la dimensión de lo que Lacan llamaba lo real, lo sin ley, aquello
ilimitado, aquello repetitivo, aquello que siempre vuelve a ser lo mismo,
aquello que es imposible de ser atrapado por el sentido.