Entrevista con Gustavo Dessal
Por Pablo E. Chacón
Agencia Nacional de Noticias Télam
18.09.2013
T: ¿En qué dirección pensar algunas conjeturas para
el psicoanálisis en el siglo XXI?
D: Ayer por la noche una colega de nuestra Escuela dictó una magnífica
conferencia sobre el deseo. Resulta muy interesante volver de tanto en tanto a
revisar los conceptos clásicos, fundamentales del psicoanálisis, una buena
ocasión para encontrar algo nuevo, especialmente si hacemos el esfuerzo de
situarnos en la contemporaneidad que nos toca vivir.
El deseo. Todo un clásico del psicoanálisis, y que Lacan, incluso a pesar de su
teoría del goce, no olvidó jamás. ¿Cómo pensar el problema del deseo en el
siglo XXI? Algo salta a la vista, que no podemos pasar por alto. Tanto Freud
como Lacan definieron el deseo como inconsciente e insatisfecho. Hoy en día,
estos dos términos tropiezan con el obstáculo de un discurso que se confabula
en su contra. Por una parte, la sociedad de la transparencia ve
con muy malos ojos (¡valga la metáfora!) que algo pueda ser invisible.
El inconsciente ya no despierta en la actualidad el sentimiento de ofensa
narcisista del que hablaba Freud en Las resistencias al
psicoanálisis. Nadie es hoy en día tan necio como para creer que la
conciencia sea capaz de agotar la gigantesca y compleja actividad que supone
la vida mental. Hasta el más mediocre neurocientífico sabe eso.
Otra cosa es aceptar que el deseo no puede hacerse visible ni por la palabra ni
por las imágenes cerebrales; que el deseo humano solo puede vivir si no se
ataca su derecho al misterio y al medio decir.
Por otra parte, tenemos el bendito asunto de la insatisfacción,
palabra de la que actualmente nadie quiere siquiera oír hablar.
¿Insatisfacción? Eso hiere mucho más la sensibilidad contemporánea que las
observaciones de Freud sobre la sexualidad en la Viena de principios del
siglo pasado. En El malestar en la cultura, texto de 1930, la
civilización se define por aquello que es capaz de limitar y de inhibir. Hoy
día es todo lo contrario: vivimos en la cultura de la satisfacción, que se
exige rotunda, inmediata, absoluta.
Ello no significa que sea posible, sino que la desdicha que esa imposibilidad
genera se ha vuelto definitivamente insoportable. Vivimos en un estado de la
civilización que propicia la cobardía moral, y que ha degradado la falta
fecunda del deseo, lo que Freud llamaba la pulsión de vida. Thanatos no ha
nacido en el siglo XXI, pero actualmente está más contento que nunca con las
condiciones tan ventajosas en la que puede ejercer su viejo oficio.
T: ¿Por qué crees que hay tantas personas que eligen otros modos de tratar
su malestar? El psicoanálisis no creo que esté reservado sólo a una elite que
hará o no el pase. Incluyo a la religión entre esos otros modos.
D: Desde luego, existen muchas formas de abordar el malestar humano. La
religión ha sido (y continúa siendo) un método por excelencia. A título
personal, estoy tan convencido de la potencia del método analítico que no
necesito aplicarme a la crítica feroz que otros colegas dedican a las múltiples
terapias que existen. En primer lugar, porque Lacan nos enseñó que el secreto
reside en saber cómo actuar con el propio ser.
Muchos psicoanalistas no lo consiguen, y a veces algunos psicoterapeutas sí.
Por lo tanto, cuando recibo a un paciente que proviene de alguna experiencia
terapéutica anterior, no investigo ni el método, ni la corriente del
tratamiento que ha realizado. Prefiero preguntarle qué es lo que aprendió en
dicha experiencia. La respuesta me resulta más instructiva que conocer el modo
en que la ha alcanzado.
Y desde luego, el psicoanálisis no está reservado para ninguna elite. En primer
lugar, porque el deseo de saber no existe para nadie, y si acaso logramos hacer
surgir una pequeña chispa, esta puede darse en un aristócrata o en un
cartonero. Y no debemos desdeñar la religión, que a mucha gente le aporta un
sostén fundamental en la vida. ¿Con qué derecho habríamos de oponernos a que
existan algunas personas que se dediquen a salvar almas? Los
psicoanalistas deberían preocuparse más por no sucumbir a esa misma tentación,
y sobre todo a no contribuir a que sus instituciones se parezcan demasiado a la Iglesia. Y subrayo lo
de demasiado. Pretender que no se parezcan en nada ya está visto que es
imposible...
T: Al respecto, Lacan, si entendí bien, forjó, alguna vez, una ley de
hierro: psicoanálisis o religión. En ese caso, la religión gana por robo.
D: Lacan era lo suficientemente astuto como para comprender que el verdadero
ateísmo es algo muy difícil de obtener. Creer que por definición el pase nos
librará de la creencia religiosa es una ingenuidad. Podría ser hasta divertida
si no fuese porque no tiene gracia.
T: Si el psicoanálisis es una experiencia del ser, ¿están los
psicoanalistas, los que se nombran así, a la altura de semejante desafío?
Consideremos la cantidad de repeticiones y habladurías que se escuchan en un
congreso, las cantidades que ignoran que la escritura de William Faulkner
también es una experiencia del ser.
D: Sin duda, un psicoanálisis es una experiencia del ser. Eso es inobjetable.
Claro que no es la única, desde luego. No estoy muy seguro de que los
analistas suelan frecuentar a Faulkner. Si lo
hicieran probablemente analizarían mucho mejor a sus pacientes.
Muchos escritores me han ayudado a entender algunos de mis casos bastante mejor
que lo que a veces me aportan los locos literarios, como ironizaba
Lacan respecto de la literatura analítica. Pero ¡ojo!, sin olvidar el deber de
la supervisión, y desde luego el principio de los principios: el propio
análisis.
Tu comentario encierra además un dilema muy grave, y hasta cierto punto
insoluble. La soledad del analista suele conducirlo al delirio. En el extremo
opuesto, la comunión con sus compañeros de partido, produce en demasiadas
ocasiones efectos de identificación que estrangulan los postulados éticos del
psicoanálisis. Puesto a elegir entre un psicoanalista delirante, o un delirio
psicoanalítico entre varios, necesito pensarlo un buen rato.
T: Los psicoanalistas lacanianos no quieren adaptarse, ni renunciar a sus
principios, estructuralmente es una práctica refractaria al poder. ¿Cómo
entender entonces que en la AMP
no esté más Colette Soler, Stuart Schneiderman, Slavoj Zizek, Jean Allouch? ¿O
no son lacanianos?
D: Bueno, que el psicoanálisis sea una práctica refractaria al poder...,
suena muy bien. Lacan inicia su escrito La dirección de la cura diciendo
que el poder que los analistas quieren ejercer traduce una impotencia para
sostener una práctica verdadera. Si empezó de este modo, es porque sabía que el
poder no está en absoluto reñido con la práctica analítica, o al menos con los
analistas. Como lo decía él con su habitual acidez: mirémonos a las caras.
¿De verdad podemos creer que estamos hechos de otra pasta? Por otra parte, la
ausencia de esos nombres en la AMP
responde a vicisitudes e historias que desconozco en detalle, y que además no
puede explicarse en virtud de una fórmula general. De todos modos, nunca ha
sido fácil que varios amos convivan bajo un mismo techo. ¿Por qué habría de
serlo bajo el techo del psicoanálisis?
T: Algo incurable habita al ser hablante. En tiempos de vigilancia global,
policía, fundamentalismo, disolución de lo público y lo privado, ¿cuál pensás
qué es el estatuto de la intimidad frente a esa invasión?, ¿cómo decir no en
un mundo que obliga todo el tiempo a decir sí?
D: Los esclavos romanos solían llevar un cartel colgado del cuello que decía: Tenemene
fucia et revo cameadomnum et viventium in aracallisti, o sea: Detenedme
si escapo y devolvedme a mi dueño. Claro que en esa época no había
cámaras de videovigilancia. Ahora lo tenemos un poco más difícil, y no
necesitamos llevar ese cartelito para que nos devuelvan a nuestro dueño. Peor
aún: nos devolvemos solos, sin que nadie nos lleve. Después de todo, en eso
consiste el discurso rayado del que hablaba Lacan.
Tu pregunta me evoca el eterno problema del superyo: Freud creyó al principio
que era el policía que soplaba el silbato y nos hacía ¡No! con
el dedo. Al final de su obra se dio cuenta de que era al revés, y eso Lacan lo
pescó al vuelo. Es el policía, desde luego, pero uno muy especial, porque nos
incita a decir que sí. Sí al goce. Más que una incitación, es un mandato. Como
lo dice Zygmunt Bauman: ser hoy un buen ciudadano es cumplir con los deberes
del shopping game. El psicoanálisis descubrió una cosa muy interesante:
el no es una invención del padre. No ser loco consiste en
decir sí al no paterno.
Pero en el siglo XXI las reglas del juego han cambiado. Se puede decir ¡no! al no paterno,
hacerle pito catalán, y sin embargo no estar completamente loco. Hay síntomas
con los que uno se puede arreglar para solventar ese problema. El neurótico
suele quejarse (y es un motivo frecuente para consultar a un analista) de que
no sabe decir que no, que con tal de sentirse amado es capaz de soportar cualquier
cosa. Va a necesitar un tiempito para comprender que soportar cualquier cosa
es un goce que puede rozar el éxtasis, y que debe librarse de ese goce, y
no del Otro al que procura complacer. La videocámara más difícil de desactivar
es la que se nos ha instalado adentro. Para que se le agote la batería, hay que
usar mucho el diván.
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