31 de enero de 2022

UNA MIRADA A LOS CASOS ANNA O. Y EMMY VON N.: ANALISTAS QUE ESCUCHAN, PACIENTES QUE GUÍAN Por Raúl B. Montesinos Parrinello

 Introducción

Este apartado nace de tres indagaciones, de tres caminos, que intentaré anudar a partir de un primer acercamiento, principalmente exploratorio.

Primero, parte de una interrogante que ha atravesado la práctica psicoanalítica desde sus inicios y que, hoy más que nunca, reclama un repensar permanente: la pregunta por la posición del analista en la sesión psicoanalítica. Si con Lacan veremos que todos los discursos se dirigen a un otro y desde un lugar, ¿cuál es la posición que adopta el psicoanalista frente al analizante y desde dónde enuncia su práctica? ¿Qué ocurre —o deja de ocurrir— entre analista y paciente en ese espacio, en esa interacción particular?

Como segunda entrada, este texto inicia con la intención de enlazar estas preguntas de partida con otro gran umbral del psicoanálisis, y origen de este trabajo grupal: la lectura del inconsciente. Esta posición que ocupa el analista ¿cómo se relaciona con lo inconsciente, concepto inasible y difícil de delimitar? ¿De qué manera se acerca a él y haciendo —o dejando de hacer— qué? Estas amplísimas interrogantes, por supuesto, han motivado diversos enfoques y siguen impulsando e interpelando la práctica psicoanalítica hasta nuestros días.

Por último, este trabajo se origina también —y quizá en primera instancia— en una inquietud personal que, aunque empieza teórica y externa, termina en un lugar más singular e íntimo: en la pregunta por mi propio deseo de estudiar psicoanálisis, de ser psicoanalista, si tal cosa es posible. Y, por supuesto, antes, también en otro deseo: el de ser analizante, el de estar en ese lado otro y pasar por la experiencia analítica.

Con estos disparadores iniciales, y como parte de una primera entrega de una investigación de más largo aliento, en las siguientes páginas me propongo, en este punto del camino, un primer objetivo más acotado: releer los dos primeros textos de los «Historiales clínicos» —escritos por Sigmund Freud y Josef Breuer hacia fines del siglo XIX y publicados dentro de los Estudios sobre la histeria[1], textos fundacionales de lo que hoy entendemos por psicoanálisis— y, específicamente, revisar, a partir del planteamiento narrado de sus casos, la posición que ejercieron los entonces médicos frente a sus pacientes. A partir de ahí, asimismo, me interesa examinar aquello que en el proceso van descubriendo en torno a lo que, unos años después, Freud denominará lo inconsciente.

Los dos casos a los que me acerco son «Señorita Anna O. (Breuer)»[2] y «Señora Emmy von N. (40 años, de Livonia) (Freud)»[3]. Selecciono el caso Anna O., paciente de Breuer que motiva el primer texto de los «Historiales clínicos» de la edición de Amorrortu, dado que es reconocido como un hito para el inicio del psicoanálisis; y el de Emmy von N. porque es uno de los primeros relatos clínicos publicados por Freud, quien por entonces empezaba a explorar —aún dentro de la hipnosis y en los prolegómenos de la asociación libre— con la sugestión y el método catártico.

Sobre la base de las preguntas planteadas al inicio de esta introducción, entonces, ¿qué aflora en lo escrito por Breuer y, especialmente, en este primer Freud de los «Historiales clínicos»?

Del médico científico al analista-escucha

Ella prestaba incondicional obediencia a las indicaciones médicas, pero siempre lo hacía con la más profunda desconfianza.

Sigmund Freud, sobre su paciente Emmy von N.[4].

Revisar cabalmente la posición de estos ya reputados médicos de fines del siglo XIX implicaría entender algo más de su formación y del contexto de la época, objetivo que sobrepasa los alcances de este trabajo. Diremos, sí, que Breuer y Freud —médico, fisiólogo y psicólogo, y médico neurólogo, respectivamente— hacían eco de la mirada científica de la época, que se nutría a su vez del positivismo imperante entonces. En este entorno, presentan sus casos en formato de informes clínicos. No debemos perder de vista que estos textos tienen como interlocutores esperados a los demás miembros de la comunidad científica; ante ellos muestran sus observaciones y deducciones, y ante ellos validan sus hipótesis de trabajo.

En ese contexto, y en su condición de profesionales de la medicina, ellos están posicionados como los especialistas para tratar diversas patologías —algunas de ellas de origen entonces incierto— en las enfermas. El discurso se mueve, comprensiblemente, entre lo normal y lo anormal[5]. En su relato —que no deja de serlo— cumplen con el rol esperado: son —o se muestran como— científicos expertos y voces de autoridad, que van llevando de la mano a sus interlocutores con el fin de presentar sus hallazgos, y también sus desencuentros. Esa es la posición discursiva que se establece desde un inicio y, en la presentación de los casos clínicos, se marca a partir de la presencia del analista, que dirige la indagación, y a través de sus herramientas más importantes: la observación y la palabra.

Ahora bien, ¿qué marcas discursivas concretas de esta mirada podemos encontrar en su exposición de los casos? Desde un somero análisis discursivo-textual, quiero detenerme en el uso de ciertos verbos en la narración de los casos. Destacan en los informes múltiples acciones/predicados dirigidos desde los médicos hacia sus pacientes. Muchos están relacionados con preguntar, pedir, indagar, decir, escuchar.Pero también leemos, en boca de los propios doctores, palabras o enunciados como la compelí a hablar[6], le quitaba todo el acopio de fantasmas —con lo cual ella se aliviaba[7], le arrancaba historias[8], entre otras, en el caso de Breuer; o le impuse la tarea de averiguar[9], la purifico[10], la reprendo[11], la liberé[12], resolví a convencerla de lo contrario[13], perdí la paciencia y le espeté en la hipnosis[14], le demandé que me dijera[15] y similares, para el caso de Freud.

Podríamos decir, en consecuencia, que ambos médicos, en primera instancia, se sitúan —y esto lo demuestra el uso preponderante de estos verbos/predicados— en posición de agentes frente a sus pacientes[16], quienes reciben las instrucciones de los médicos e, incluso, —como afirma en un momento Freud sobre la señora Emmy— ruegan por ayuda[17]. La influencia real o imaginada de la palabra del médico es notoria y parte muy explícita y directa de la cura. Al respecto, resulta interesante constatar cómo Freud termina su descripción del caso clínico de Emmy von N. refiriéndose, con algo de ironía, a la influencia de su palabra y sus promesas sobre la paciente, quien le pide permiso para que otro médico la hipnotice[18].

Esta primera mirada al lenguaje de los casos se refleja en una idea que atraviesa varias veces los historiales clínicos: que el médico es el único que puede curar o aliviar al paciente; para ello, decía, basta su palabra o su acción. Y el método usado en ese momento por ambos médicos se vinculaba eficazmente con ese acercamiento, al menos en un inicio. Breuer, por ejemplo, señala: «El modo de prevenir estas contingencias harto desagradables fue que yo (a su pedido) cada anochecer le cerrara los ojos con la sugestión de que no podía abrirlos hasta que yo mismo lo hiciera por la mañana»[19]. Freud ocupa una posición semejante:

Intento aminorar la significación del recuerdo, señalándole que nada le sucedió a su hija, etc. Dice que eso vuelve siempre que está angustiada o se aterra. — Le ordeno no tener miedo a las imágenes de los indios, más bien reírse de ellas a carcajadas y llamarme la atención sobre ellas. Y así ocurre después que despierta [las cursivas son mías][20].

Esta postura tiene de inmediato un efecto en la paciente, quien se halla profundamente preocupada por lo que piense Freud de ella y sus acciones. Al menos en un inicio, depende casi totalmente de las respuestas explícitas o implícitas del doctor, y así responde al tratamiento[21].

En suma, desde una mirada cientificista y positivista, y desde ese lugar de enunciación, Breuer y Freud observan y describen a sus pacientes enfermas, buscando sacarlas de ese estado. Indagan y hacen pesquisas, como moviéndose por terrenos a veces conocidos, otras veces inexplorados, y deducen sobre fenómenos que están ahí en ellas,dispuestos para ser descubiertos por su ojo experto y curioso. Ambos doctores clasifican, sistematizan lógicamente, categorizan, comprueban, diagnostican, demuestran. Informan a la comunidad científica sobre sus descubrimientos, intentando una objetividad que también es atravesada, por supuesto, por la subjetividad de la época. Intervienen por cierto en las condiciones patológicas de las histéricas. Y, en última instancia, curan o rectifican su método para conseguirlo; de hecho, no pocas veces se muestran críticos con sus propios alcances, conscientes de su ignorancia y de lo indescifrable que, por momentos, tienen enfrente[22]. Son, pues, médicos científicos en todos los sentidos de la palabra, herederos en ese momento de lo que Michel Foucault describiría como una práctica clínica médica —una forma de conocimiento— basada en un método de observación que, a partir de la mirada «objetiva», logra describir, descubrir y desvelar el objeto de análisis: el sujeto enfermo[23].

Pero no solo se colocan en ese lugar ni limitan su práctica representando ese papel. Este giro resulta clave, y hasta revolucionario: Breuer y, sobre todo, Freud, no solo observan, sino que escuchan a sus pacientes como tal vez nadie antes lo había hecho; en ese escuchar atento, de hecho, empieza el tratamiento.

Esta relación de dos vías llega a un curioso punto cuando el médico vienés describe una pequeña escena —en el contexto de los problemas estomacales que provocaba la ingesta de agua en la paciente—, que me permito transcribir completa:

«Yo se lo había dicho. Ahora se han perdido todos los logros que tanto tiempo y tantas penas nos llevó conseguir. Me he arruinado el estómago como siempre que me alimento en demasía o bebo agua, y me veré obligada a guardar una dieta total durante cinco a ocho días antes que tolere algo». Le aseguré que no sería necesaria esa abstinencia, pues era de todo punto imposible que el agua le arruinara a uno el estómago de esa manera; sus dolores sólo se debían a la angustia con que había comido y bebido. Era evidente que no le había causado impresión alguna con este esclarecimiento, pues cuando poco después quise dormirla la hipnosis fracasó por primera vez; y por la furiosa mirada que me arrojó supe que estaba en plena rebeldía y que la situación era muy seria. Renuncié a la hipnosis, y le dije que le daba veinticuatro horas para que reflexionara hasta admitir el punto de vista de que sus dolores de estómago sólo se debían a su miedo; pasado ese plazo yo vendría a preguntarle si todavía opinaba que uno podía arruinarse el estómago ocho días enteros a causa de una copa de agua mineral y de una frugal comida; en caso de afirmarlo ella, le rogaría que partiese. Esta pequeña escena estaba en agudísimo contraste con nuestras relaciones, de ordinario muy amistosas.

Veinticuatro horas después la encontré humilde y dócil. Al preguntarle su opinión sobre el origen de sus dolores de estómago, respondió, incapaz de disimular: «Creo que se deben a mi angustia, pero sólo porque usted lo dice»[24].

Este ejemplo sintetiza con claridad, creo, la particular relación que establecen médico y paciente a partir del tratamiento y el entorno en el que se sucede, y puede servir de bisagra con un segundo punto que me gustaría tocar en este trabajo: el papel de la paciente en el tratamiento, que no es menor ni secundario.

De la paciente observada a la analizante-guía

«Lo haré porque usted me lo demanda, pero le anticipo que será para mal, porque mi naturaleza lo rechaza, y mi padre era igual».

Paciente Emmy von N. dirigiéndose al Dr. Freud[25]

Podríamos decir que en ambos informes/relatos de Breuer y Freud hay una relación asimétrica de poder propia del contexto médico-paciente y de la época, pero también podríamos señalar que, en estos historiales clínicos, hay —si se me permite la hipótesis— una cierta disputa de ese poder desde la posición de las pacientes, hecho sobre el que parecen ser conscientes ambos y que aflora en varios momentos.

Quizá la muestra más perdurable de la incidencia de las pacientes en el tratamiento sea la manera en que ellas mismas nombraban lo que ocurría en las sesiones. Así pues, la doble referencia que propone la propia Anna O. a lo que sucedía en el tratamiento —la «cura de conversación» o la más coloquial «limpieza de chimenea»[26]— es ilustrativa y, de hecho, tiene resonancias en el psicoanálisis actual. La misma señorita Anna nombra «teatro privado»[27] a su soñar diurno y menciona también su «yo díscolo»[28]. No es menos sugerente el «revoltijo en la cabeza»[29] que le describe Emmy von N. a Freud. Ellas no solo dan pistas y delinean posibles caminos, sino que también explican y definen, con palabras muy precisas y expresivas, lo que les pasa. No son autoridad médica ni se expresan en términos científicos, pero cumplen, en esa dupla médico-paciente, una función igualmente importante mediante su percepción y sus palabras.

Estas pistas de las pacientes encuentran un correlato en el deseo de los médicos de tratarlas. Y este deseo se conjuga con otro no menos importante, que Anna O. se encarga de explicitar al Dr.  Breuer: el deseo de ser curada y la determinación de ella sobre esto último. En efecto, detalla Breuer que «la propia enferma se había trazado el firme designio de terminar con todo»[30].

En una línea similar, la señora Emmy parece entender rápidamente que el trabajo es conjunto. Y que, en este sentido, los logros son de los dos: médico y paciente. Así lo señala explícitamente ella cuando, en el texto citado párrafos atrás, se queja porque ve cómo «todos los logros que tanto tiempo y tantas penas nos costó conseguir»[31] tambalean ante un nuevo pedido de Freud.

De hecho, Freud percibe claramente y anota estas intervenciones dentro de su informe: «Le había provocado rabia el hecho de que yo diera por acabado su relato y la interrumpiera mediante mi sugestión terminante. Tengo muchas otras pruebas de que ella, en su conciencia hipnótica, vigilaba mi trabajo» [las cursivas son mías][32].

Por otro lado, en varios segmentos del caso, Emmy deja en sus respuestas a Freud pistas o derroteros, a veces muy explícitos, de por dónde ir —o por dónde no— durante la sesión:

Yo creo que en ella los dolores de estómago acompañan a cada ataque de zoopsia. Su respuesta, bastante renuente, fue que no lo sabe. Le doy plazo hasta mañana para recordarlo. Y hete aquí que me dice, con expresión de descontento, que no debo estarle preguntando siempre de dónde viene esto y estotro, sino dejarla contar lo que tiene para decirme. Yo convengo en ello, y prosigue sin preámbulos [las cursivas son mías][33].

La escucha atenta de Freud aguarda a que surjan las cosas desde la paciente[34]. Y este escuchar expectante permite que, en ocasiones puntuales, la paciente misma dé la explicación de lo que pasa, y no al revés[35]. Por momentos, asimismo, Emmy advierte que lo que plantea el doctor «no servirá de nada»[36].

No estamos, entonces, ante una relación solo activa-pasiva entre médicos y pacientes, sino que estas últimas también inciden en la cura y en el camino que toma el propio médico-analista[37]. Esta es una relación bidireccional que me interesa destacar aquí, clave no solo en estos primeros historiales clínicos, sino para la praxis psicoanalítica que se empezaría a desarrollar a partir de aquí.

La escucha que ponen en práctica Breur y Freud a fines del siglo XIX da voz a sus pacientes. Y a partir de ahí, de ese poner todos los sentidos sobre ellas, se teje la cura. Pero no solo eso: de alguna manera —y esto es lo más interesante— los médicos les hacen caso a las histéricas; es decir, confían en lo que les tienen que decir sus pacientes tanto como ellas en la voz y autoridad del doctor. Así pues, paradójicamente, las histéricas pasan de ser las pacientes observadas a ser, por momentos, quienes guían la exploración, su propia exploración.

Un lazo que se va tejiendo: hacia un nuevo método de análisis y la lectura del inconsciente

La conversación que sostiene conmigo mientras le aplican los masajes no es un despropósito, como pudiera parecer; más bien incluye la reproducción, bastante completa, de los recuerdos e impresiones nuevas que han influido sobre ella desde nuestra última plática, y a menudo desemboca, de una manera enteramente inesperada, en reminiscencias patógenas que ella apalabra sin que se lo pidan. Es como si se hubiera apoderado de mi procedimiento y aprovechara la conversación, en apariencia laxa y guiada por el azar, para complementar la hipnosis.

Freud, sobre su paciente Emmy von N.[38].

Aunque el concepto freudiano de inconsciente —el principal concepto de Freud, según Lacan— empezaría a establecerse recién en La interpretación de los sueños[39], en los Estudios sobre la histeria ya se empiezan a sentar las bases del término y, de hecho, aparece explícitamente para referir un contenido psíquico detrás del contenido manifiesto[40].

El propio Freud, por ensayo y error, empieza a notar que el tratamiento hipnótico no funciona como esperaba y que, en esa línea, tampoco sus indicaciones o demandas hacia la paciente, recibidas hasta de buena gana por ella, pero inútiles finalmente para tener efecto en sus traumas más profundos. Con base en lo que observa en la práctica, Freud empieza a girar su método y anota que «el declarar previo a la hipnosis cobra significación cada vez mayor»[41]. El epígrafe que abre esta sección da también cuenta de eso y es, como señala James Strachey, tal vez la primera referencia de lo que luego será el método de la asociación libre[42].

Desde estos primeros escritos de 1895, podemos constatar cómo estamos ante un médico-analista que pugna por encontrar un sentido, por descifrar e interpretar. Ese es, en efecto, el acercamiento freudiano que ya empieza a asomar sobre cómo abordar ese campo desconocido de lo inconsciente. En la escucha de sus pacientes y sus relatos, en la observación de sus cuerpos y en la lectura de sus gestos, Freud encuentra un campo fértil para la interpretación[43]. Se trata, como sabemos, finalmente, de un inconsciente de la interpretación y el desciframiento, y de un médico que va tras su sentido. Aunque ese sentido sea tan solo, a veces, un «resto, retenido […], de esa historia»[44].

Si más adelante en la obra de Freud comprobaremos que el síntoma tiene dos formas, una relacionada con el sentido y otra con la carga pulsional que se repite en todo sujeto, en estos primeros casos empezamos a observar a un analista que va en busca de lo primero, acaso más accesible, es decir, de un médico-analista que quiere encontrar un sentido en esas manifestaciones de sus pacientes, y que ya empieza a notar la existencia de lo inconsciente como resultado de sus deducciones.

A modo de cierre

Raúl B. Montesinos Parrinello (participante del CID-Lima)

Anotábamos al inicio de este trabajo que los Estudios sobre la histeria son un punto de partida fundamental para la teoría y la práctica psicoanalítica. Dan cuenta del inicio de un recorrido que parte de la investigación en campo de Breuer y Freud, pero que, en el camino, va descubriendo e incorporando distintos elementos reveladores y novedosos.

Este descubrimiento se produce, como hemos visto a lo largo de este trabajo, a partir de tres elementos que se entrelazan y que empiezan a definir la práctica psicoanalitica: el médico, la paciente y la relación que se establece entre ellos a través de esa escucha, de esa conversación. Esta surge y se desarrolla gracias a la posición que ocupan ambos sujetos.

Hoy sabemos, siguiendo a Lacan, que el dispositivo analítico tiene en la presencia del analista a su principal actor, y que esta presencia permite la emergencia del inconsciente del analizante; analista y analizante funcionan como dos caras de una misma moneda. Algo similar ocurre en esta relación en los «Historiales clínicos»: la escucha del médico implica asumir que las histéricas tienen algo que decir, precisamente, ante su presencia. Implica igualmente otorgarles voz. Y, sobre todo, este escenario lleva a escuchar e intentar descifrar eso que —bien en su estado «normal» o en su estado de «conciencia segunda», siguiendo a Breuer[45]— ellas tienen que decir, que dice algo.

Vuelvo ahora, al final de esta escritura, sobre las preguntas planteadas al inicio. Las relaciono con lo que años después Lacan denomina el dispositivo analítico y con conceptos como eldel deseo del analista, ideas que abren otras puertas y que me gustaría trabajar más adelante. Lacan, en efecto, se preguntará por el analista, por su presencia y su saber inconsciente, y lo pondrá en el centro del acto analítico, pero esta vez no como intérprete, sino, fundamentalmente, para representar y encarnar un vacío que produzca la emergencia del inconsciente del analizante. Este singular y transformador acercamiento a la práctica psicoanalítica tiene, sin duda, una semilla en las originales pesquisas que, hacia fines del siglo XIX, Josef Breuer y Sigmund Freud empezaron a delinear en sus historiales clínicos, y gracias a las llamadas histéricas y sus enseñanzas.


[1] Freud., S., «Estudios sobre la histeria (J. Breuer y S. Freud) (1893-1895)», en Obras completas, volumen II, Buenos Aires, Amorrortu, 1978/1992.

[2] Ibid., pp. 47-70.

[3] Ibid., pp. 71-123.

[4] Ibid., p. 88.

[5] Breuer, por ejemplo, mencionará el «estado normal y el “estado segundo”» en el que oscilaba la conciencia de la enferma (ibid., p. 67), así como el «carácter verdadero» (ibid., p. 69) frente al otro carácter díscolo de su paciente Anna O., nombre ficticio de Bertha Pappenheim.

[6] Ibid., p. 50.

[7] Ibid., p. 54.

[8] Ibid., p. 56.

[9] Ibid., p. 85.

[10] Ibid., p. 90.

[11] Ibid., p. 92.

[12] Ibid., p. 99.

[13] Ibid., p. 103.

[14] Ibid., p. 118.

[15] Ibid., p. 118.

[16] Puede verse información especializada desde la lingüística sobre pedricados y funciones semánticas de agente, paciente, etc., en Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española, Nueva gramática de la lengua española, tomo I, Madrid, Espasa Libros, 2009, p. 64.

[17] Freud, S., op. cit., p. 85.

[18] Ibid., p. 104.

[19] Ibid., p. 61. En esta cita aparece también una intervención de la paciente, hecho sobre el que volveré más adelante.

[20] Ibid., p. 76.

[21] Como muestra, véanse las páginas 81 y 79 de la misma edición, respectivamente.

[22] Por ejemplo, Freud en la p. 92.

[23] Foucault, M., El nacimiento de la clínica. Una arqueología de la mirada médica (trad. F. Perujo), Buenos Aires, Siglo XXI, 1963/2004, pp. 274-275.

[24] Freud, S., op. cit., p. 101.

[25] Ibid., p. 100.

[26] Ibid., p. 55.

[27] Ibid., p. 47.

[28] Ibid., p. 69.

[29] Ibid., p. 98.

[30] Ibid., p. 64.

[31] Ibid., p. 101.

[32] Ibid., p. 83.

[33] Ibid., p. 84.

[34] Ibid., p. 96.

[35] Ibid., p. 94.

[36] Ibid., p. 102.

[37] Para una discusión complementaria sobre los elementos innovadores propuestos por la práctica freudiana en torno a la relación entre médico y paciente, puede verse Foucault, M., Historia de la locura en la época clásica, II. (3.ª ed.), Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica, 1967/2015.

[38] Freud, S., op. cit., p. 78.

[39] Freud., S., «Lo inconciente (1915)», en Obras completas, volumen XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1978/1992, p. 158.

[40] Freud., S., «Estudios sobre la histeria (J. Breuer y S. Freud) (1893-1895)», en Obras completas, volumen II, Buenos Aires, Amorrortu, 1978/1992, pp. 11 y 68.

[41] Ibid., p. 86.

[42] Ibid., p. 78.

[43] Muchas veces, el lugar que usa Freud para exponer esta interpretación de los síntomas en sus informes son las notas a pie de página; como muestra, puede verse la nota 46 de la p. 112.

[44] Ibid., p. 84.

[45] Ibid., p. 65.

7 de enero de 2022

LOS PRIMEROS INTENTOS DE LEER LO INCONSCIENTE EN FREUD por Iván D’Onadío Muñoz

“…puesto que lo que digo está consagrado al inconsciente, es decir, a lo que se lee ante todo.” 

Jacques Lacan, Posfacio Seminario 11[1]

Lo “inconsciente” es un concepto que ha tenido mucho éxito: casi todo el mundo cree saber a qué se refiere. Se acostumbra apelar a la existencia del “inconsciente” cuando a alguna persona le sucede un lapsus, un olvido o cuando alguien narra un sueño sugerente. Sin embargo, para el psicoanálisis, es un concepto que sigue en permanente investigación y descubrimiento.


Freud comienza a reconocer lo inconsciente a partir de intentar comprender el funcionamiento de patologías como la afasia y la histeria. En esa época ya se había utilizado la palabra “inconsciente” como lo que no era consciente, era concebida a partir de su oposición a un concepto supuestamente conocido y “comprobado” como la conciencia, es decir, desde su negación. El cogito de Descartes se había convertido ya en un fantasma y había hecho más cercanos a los “observadores” (al “yo”) a un pensamiento más positivista. El “yo pienso, luego existo” enmarcaba a la “conciencia” en una preponderancia conceptual y ontológica que se mantiene hasta la actualidad. Sin embargo, si somos rigurosos, la conciencia es una noción todavía oscura, que hasta el siglo XXI aún es difícil de definir o categorizar, salvo por el proceso inverso, a partir de sus ausencias o vacíos, es decir, en base a otra negación. Freud intenta ir más allá desde el comienzo de sus estudios.

El primer paso fue, tal vez, la intuición persistente que tenía Freud de pensar lo inconsciente como causa, sistema o proceso. Ese deseo de descifrarlo, de leerlo. En esa búsqueda, encuentra al famoso neurólogo Charcot. Influido por este, a partir del estudio de la histeria en sus pacientes y por sus tratamientos con la hipnosis, Freud reconoce la importancia que tienen los procesos psíquicos inconscientes en la causa de la histeria. Ya en 1888, en su primer texto sobre la histeria, escribe:

Junto a los síntomas físicos de la histeria cabe anotar una serie de perturbaciones psíquicas en las que ciertamente algún día se descubrirán las alteraciones características de esta enfermedad… Se trata de alteraciones en el decurso y en la asociación de representaciones, de inhibiciones de la actividad voluntaria, de acentuación y sofocación de sentimientos… las alteraciones psíquicas, que es preciso postular como base del status histérico, se despliegan por entero en el ámbito de la actividad encefálica inconsciente, automática. [2]

En este texto, Freud utiliza por primera vez, aunque no desde lo específicamente psicoanalítico, la palabra “inconsciente” (unbewusst). La utiliza desde un aspecto más de adjetivo y la asocia a lo “automático”. En ese sentido, también deja ver otra de sus influencias, la teoría de Jackson, quien advierte de la confusión entre lo psíquico y lo físico, proponiendo dos ejes en el funcionamiento de lo psíquico: un eje que giraba en torno de lo organizado a lo desorganizado, y otro, de alguna manera análogo, de lo consciente a lo automático. Viéndolo desde un punto de perspectiva actual, esto ya nos podría remitir al principio de regresión y también podría guardar alguna relación con la idea de la organización en lo simbólico y lo “in-organizable” de lo “real”, que aparecerá más tarde ya como registros en Lacan.

Para Freud, lo psíquico se comienza a evidenciar como causa de procesos físicos, y se postula como base de la histeria. En esa misma página de su texto, agrega:

…en la histeria el influjo de procesos psíquicos sobre los procesos físicos del organismo está acrecentado (como en todas las neurosis), y que el enfermo de histeria trabaja con un excedente de excitación en el sistema nervioso, el cual se exterioriza ora inhibiendo, ora estimulando, y es desplazado con gran libertad dentro del sistema nervioso[3]

Aquí se esbozan las primeras ideas sobre lo que más adelante será el principio de constancia y cómo este inhibe o estimula a partir de los “desplazamientos”. La palabra “desplazamiento” pronto se usaría no solo para describir excitaciones en el sistema nervioso si no también para asociaciones y representaciones. Se van relacionando estos dos conceptos, y así podría decirse que las representaciones como los sentimientos podrán ser inhibidos como acentuados.

Ya desde su monografía sobre la afasia, en 1891, se muestran los intentos de Freud de entender el “aparato del lenguaje” no solo desde una teoría de la localización, muy acorde a la tendencia de su época, sino más como un aparato de procesos y asociaciones, lo cual paradójicamente sigue siendo el debate actual de las neurociencias sobre las funciones subjetivas. Hasta ahora existe el conflicto entre la teoría localizacionista y la contraria, la que piensa que no es posible localizar estas funciones en el sistema nervioso central.

Reconocidos investigadores en neurología como Edelman (biólogo ganador del premio Nobel de Fisiología en 1972) y Tononi (psiquiatra neurocientífico) escriben en su libro El universo de la conciencia del 2001:

Nuestras respuestas se basan en la suposición que la conciencia surge dentro del orden material de ciertos organismos, pero queremos dejar bien claro que no consideramos que la conciencia en toda su plenitud surja únicamente del cerebro, creemos que las funciones superiores del cerebro precisan interactuar con el mundo y otras personas… la conciencia y las funciones subjetivas no son un objeto sino un proceso.[4]

Para ellos, no habría lugar en el cerebro para almacenar toda la experiencia subjetiva. Junto con la conciencia y el recuerdo, estos serían procesos que no pueden localizarse ni explicarse únicamente en el cerebro. Entonces sería necesario la relación con el mundo, con el otro con “O” mayúscula, si lo vemos desde Lacan.[5]

Este “aparato del lenguaje” de Freud se convertirá, más tarde, en el aparato psíquico. Lo que luego le dará un “lugar/función/causa” no localizacionista a lo inconsciente ¾quizás ya empezando implícitamente a ser “estructurado como un lenguaje” y esperando otro soporte, nuevamente si lo vemos desde una perspectiva lacaniana¾. En esta monografía sobre la afasia, Freud critica la creencia de que una idea esté localizada en la célula nerviosa:

¿Cuál es pues el correlato fisiológico de la simple idea que emerge o vuelve a emerger? Obviamente, nada estático, sino algo que tiene carácter de proceso. Este proceso no es incompatible con la localización[6]

Freud empieza a plantear una especie de psicología del lenguaje, donde prioriza los procesos y la asociación de ideas. Argumenta que no se puede separar la asociación de ideas con la aparición de una idea en el individuo, así como la misma percepción y las funciones del aparato del lenguaje.

En este sentido, Freud postula lo siguiente: “Desde el punto de vista psicológico, la «palabra» es la unidad funcional del lenguaje; es un concepto com­plejo constituido por elementos auditivos, visuales y cinestésicos. El conocimiento de esta estructura lo de­bemos a la patología.”7

De alguna manera, Freud está tentando, si se puede decir así, un camino más “estructuralista”, basado en el lenguaje, en su intento de entender las afasias. También agrega lo siguiente:

…la palabra adquiere su significado mediante su asociación con la «idea (concepto) del objeto»… Según lo enseñado por la filosofía, la idea del objeto no con­tiene otra cosa; la apariencia de una «cosa», cuyas «pro­piedades» nos son transmitidas por nuestros sentidos, se origina solamente del hecho de que al enumerar las impresiones sensoriales percibidas desde un objeto de­jamos abierta la posibilidad de que se añada una larga serie de nuevas impresiones a la cadena de asociaciones.[8]

En esta última idea se entrevé la importancia que Freud le da a la palabra y al objeto, y a la relación entre los dos. Aplica una mirada lingüística para entender la afasia, y su idea central sobre la función de la palabra podría ser un atisbo al concepto de “significante” que luego usaría Lacan: cómo el “significado” depende de una larga cadena de impresiones y asociaciones.

Es interesante cómo en esta temprana monografía aparecen términos y conceptos tomados por diferentes autores y especialmente de Meynert, como “proyección, representación, ocupación, catectizar, inervación”, que luego Freud retomará, con algunas modificaciones, desde una perspectiva más psicológica, y utilizará para explicar el funcionamiento de lo inconsciente y el aparato psíquico.

Un par de años después, en unos bosquejos que Freud envía a Breuer mientras preparaban la Comunicación Preliminar, se habla por primera vez de la concepción de una segunda conciencia cuando explica su tesis del ataque histérico: “El recuerdo que forma el contenido del ataque histérico es un recuerdo inconsciente; dicho en términos más correctos: pertenece al estado de conciencia segunda, que en toda histeria posee un grado de organización más o menos elevado.”[9]

Freud, en varias ocasiones, le da una cualidad de “reino de las sombras” a estos designios (o representaciones) inhibidos e inconscientes que se apoderan de la conciencia yoica de las histéricas y también en otras neurosis. Lo dice como si el cuerpo pasara del dominio de la conciencia normal a esta segunda conciencia. Estos dos estados de conciencia no conversarían libremente. En una carta anterior a Breuer, plantea tres teorías bases en su doctrina de la histeria[10]:

aLa tesis de la constancia de la suma de excitación.

bLa teoría del recuerdo.

c. La tesis de que los contenidos de estados de conciencia diferentes no son asociados unos con otros.

Por esta época, Freud y Breuer usan la palabra “subconsciente” para hablar de esta segunda conciencia. En francés, Freud había utilizado “le subconscient” (el subconsciente) por primera vez en el Estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas, publicado en 1893.  Y en alemán, “Unterbewusst” (Subconsciente), utilizado la mayor parte de las veces por Breuer. Freud cuestionaría este término recién en La interpretación de los sueños.

Lo inconsciente siempre se muestra y al mismo tiempo se escapa de sus observaciones clínicas o en el análisis de sus propios sueños. La represión empieza a aparecer más claramente como concepto para explicar las ausencias de la conciencia. Se dejan ver más claramente las defensas hacia los contenidos de las representaciones en las diversas estructuras neuróticas. Freud comprende que el contenido de la representación inconciliable es desintegrado, es sustituido, es apartado del yo o proyectado al exterior. Freud señalaría, años más tarde, en 1914, en su Contribución a la historia del movimiento psicoanalítico, que la represión era el pilar fundamental del psicoanálisis en esa época, y que él la concibió de forma independiente (en relación a Breuer). Comenta en el mismo texto que ya posteriormente había encontrado un atisbo de la noción de represión en Schopenhauer (1819).

En su conocido texto del Proyecto de psicología, por más que el énfasis sea hacia una teoría neurológica, es notorio que Freud sigue entramado en el enfrentamiento entre lo exógeno y lo endógeno. Hay dos sistemas de neuronas para cada uno, el “psi” no está en contacto con el exterior, sino que recibe lo del “phi”. Sin embargo, aún el enfrentamiento hacia las fuerzas exteriores parecen ser el principal problema, y las interiores cobran más importancia como defensa o en relación al estado de deseo o búsqueda de satisfacción. Aún el ello no ha sido planteado como tal, y por más que sea de las primeras veces que se menciona la palabra trieb”, las pulsiones aún no son abordadas realmente. Es sugerente el otro sistema hipotético “w”, donde Freud se pregunta sobre dónde y cómo se generan las “cualidades” (en oposición a las “cantidades” y procesos neuronales) que la conciencia nos brinda:

La conciencia nos da lo que se llama cualidades, sensaciones que son algo otro {anders sind} dentro de una gran diversidad, y cuya alteridad {Anders} es distinguida según nexos con el mundo exterior. En esta alteridad existen series, semejanzas, etc. [11]

Aquí, de nuevo, Freud da un paso a un cuestionamiento “estructuralista” desde el lenguaje y la lógica, pero tal vez desvía este análisis imaginando otro tipo de neuronas (w) que estén destinadas a convertir cantidad en cualidad (la cualidad solo la asocia a las sensaciones conscientes). Sin embargo, en el apartado 11 llamado “La vivencia de satisfacción” plantea cómo el organismo humano entra al mundo cualitativo de la comunicación y de la moral ¾lo que podría ser un sutil antecedente de la intervención de “lalengua” de Lacan o a su ontología “moterialista” referida al materialismo de la palabra¾ a partir de su indefensión: 

El organismo humano es al comienzo incapaz de llevar a cabo la acción específica. Esta sobreviene mediante auxilio ajeno: por la descarga sobre el camino de la alteración interior, un individuo experimentado advierte el estado del niño. Esta vía de descarga cobra así la función secundaria, importante en extremo, del entendimiento {Verstandigung; o «comunicación},y el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales.[12]

Más adelante, en el apartado 15, agrega lo siguiente: “Cuando en el estado de deseo inviste de nuevo el objeto-recuerdo y entonces decreta la descarga, no obstante que la satisfacción por fuerza faltará, porque el objeto no tiene presencia real sino sólo en una representación-fantasía.[13]

¿De alguna manera, esto “real” para Freud podría tener que ver también con La Cosa no representada o solo como el objeto de la realidad objetiva que no está presente, y que tampoco llegaría a satisfacer en su totalidad? ¿Se desprende la misma falta en la satisfacción en este sentido? En ambos sentidos, una falta de satisfacción originaría una búsqueda constante, el deseo. Freud le da la función al sistema de las neuronas “w” de proporcionar el signo (excitación-descarga) de esta realidad objetiva o cualidad, laque solo podría competir con una fuerte investidura del objeto-deseo por una inhibición del “yo” hacia esta vía alucinatoria. El “yo” entonces proporcionaría “criterio para distinguir entre percepción y recuerdo”.

Por ejemplo, en el caso que esté presente un objeto real y la investidura objeto-deseo concuerde solo en parte con la percepción, se plantea de esta forma:

El complejo-percepción se descompondrá, por comparación con otros complejos-percepción, en un ingrediente neurona a, justamente, que las más de las veces permanece idéntico, y en un segundo, neurona b, que casi siempre varía. Después el lenguaje creará para esta descomposición el término juicio {Urteil; «parte primordial»}, y desentrañará la semejanza que de hecho existe entre el núcleo del yo y el ingrediente constante de percepción [por un lado], las investiduras cambiantes dentro del manto y el ingrediente inconstante [por el otro]; la neurona será nombrada la cosa del mundo {Ding}, y la neurona b, su actividad o propiedad -en suma su predicado.[14]

En el texto citado se menciona por primera vez La Cosa (Das Ding) en el proyecto. Es interesante que La Cosa sea asociada al sujeto, que sería lo constantemente no representado, a diferencia de sus propiedades o actividad que sería lo inconstante del predicado. Es otra analogía lingüística que muestra el interés, siempre presente, de Freud en el lenguaje para abordar o ejemplificar la estructura de los procesos psíquicos. ¿La presencia de La Cosa indeterminada en el otro, el “sujeto” invariable, es también causante de deseo?

Es curioso que la característica de cosa indeterminada del sujeto sea retomada por Lacan de diferentes maneras y en diferentes tiempos, pero el resto indeterminado también es asociado al sujeto, en un sentido inverso: para hablar de la división del sujeto al entrar al mundo del otro, siempre quedando un resto no comprendido, indeterminado y singular.

En Función y campo de la palabra, alude a una referencia de Heidegger:

…el instinto de muerte expresa esencialmente el límite de la función histórica del sujeto. Ese límite es la muerte, no como vencimiento eventual de la vida del individuo, ni como certidumbre empírica del sujeto, sino, según la fórmula que da Heidegger, como ‘posibilidad absolutamente propia, incondicional, irrebasable, segura y como tal indeterminada del sujeto’, entendámoslo del sujeto definido por su historicidad. [15]

En este texto, Lacan plantea el predicado, lo simbólico, o sea el lenguaje, como el asesinato de La Cosa, que es el límite del “pasado que se manifiesta invertido en la repetición”[16]. “Repetición primitiva” que Freud en estas épocas asociaba con lo inconsciente automático (a partir de la teoría de Jackson) que después, en Más allá del principio del placer, lo ligará al instinto de muerte. Sin embargo, en ese asesinato de la cosa queda un resto, un resto que deja o aparece en el sujeto como un deseo eterno. ¿Un deseo de descarga indeterminado? ¿Un resto-causa del inconsciente? ¿Lo indeterminado es causa? Lacan más adelante tratará al inconsciente como lo “no realizado”:

El inconsciente se manifiesta primero como algo que está a la espera, en el círculo, diría yo, de lo no nacido. No es extraño que la represión eche cosas allí. Es la relación con el limbo de la comadrona que hace abortos. Esta dimensión ha de evocarse, con toda seguridad, en un registro que nada tiene de irreal o de-real, pero sí de no realizado.[17]

En la misma línea, quería citar otro pequeño texto de Lacan de los Otros Escritos, en el prefacio a la versión inglesa del mismo Seminario 11, en donde se conceptualiza el inconsciente “real” lacaniano:

Cuando el esp de un laps, o sea, puesto que no escribo sino en fran­cés, el espacio de un lapsus, ya no tiene ningún alcance de sentido (o interpretación), solo entonces uno está seguro de estar en el inconscien­te. Uno lo sabe, uno mismo. Pero basta con que se le preste atención para salir de él. No hay allí amistad que a ese inconsciente lo soporte.[18]

Lo inconsciente mantiene su característica principal de no dejarse coger, solo se necesita la atención para que huya de lo determinado. Se podría hacer una conceptualización sugerente como un “principio de incertidumbre”, citando a la física, o teorizarlo como una necesidad lógica desde la teoría de conjuntos.

En Estudios sobre la histeria, la búsqueda de Freud se enfoca en el uso del instrumento de la sugestión hipnótica para sacar este material del inconsciente, que es tan difícil de atrapar. Así se plantean ¾con Breuer¾ dos razones, relacionadas con lo que se pensaba ya en el Proyecto, para la formación de la histeria desde lo inconsciente: una es que la vivencia o trauma original se da en un estado de disociación del sujeto (“estado hipnoide”), y la otra es cuando el “yo” considera defenderse de esa vivencia traumática por medio de la represión. El procedimiento “catártico” funcionaría en los dos casos para volver consciente lo inconsciente o para descargar o “abreaccionar” la fuerza del síntoma. La definición del principio de constancia, para darle más sustento a la descarga, llegaría más tarde.

A partir del análisis de las histéricas se empiezan a usar los términos teóricos conocidos desde una perspectiva más psicoanalítica. Breuer influye aún más en Freud en relación a que los problemas psíquicos deben tratarse en el lenguaje de la psicología. En Estudios sobre la histeria, Breuer mismo menciona por primera vez el concepto de “lo inconsciente” (das Unbewussle) en un sentido psicoanalítico; lo hace mientras habla del caso de Anna O. y lo usa entre comillas también como si fuera una idea de Freud, el que luego lo utiliza en el texto, pero sin comillas.[19]

La idea de “pulsión sexual” aparece también en este texto. Breuer la remarca como “la fuente más poderosa de aumentos de excitación persistentes (y, como tal, de neurosis)”.[20] Para Freud cobra más importancia lo sexual en lo inconsciente, como origen de la histeria y las neurosis.

Otras nociones, como investidura (Besetzung), están todavía en camino de convertirse en conceptos puramente psicoanalíticos (creo que ya se puede proponer esa palabra, ya que un año después ya es utilizada en sus textos). Recién en 1905, en El chiste y su relación con lo inconsciente, Freud rechazaría todo uso del término investidura que no fuera psicológico, es decir, todo propósito de equiparación a las neuronas o al aparato nervioso[21].

Sobre el término “sistema nervioso”, James Strachey comenta en una nota dentro de Estudios sobre la histeria:

Una corrección que Freud se sintió obligado a hacer treinta años después en la última oración del presente libro pone de relieve la inestabilidad de la posición que en materia de neurología aún trataba de mantener en 1895. En esta fecha había empleado el término «Ner- vensystem» {«sistema nervioso»}, que en 1925 cambió por «Seelen- leben» {«vida anímica»}. Pero lo que parecía un cambio trascendental no afectó en lo más mínimo el significado de la oración. Ya en la época en que Freud escribió este trabajo, el viejo vocabulario neurológico no era más que una envoltura.[22]

El camino de Freud hacia su obra más importante de estos años, La interpretación de los sueños, en 1900, está marcado por el abandono de la hipnosis, la diferenciación con el método catártico, el acercamiento a otras neurosis, y, sobre todo, la apertura de la investigación de lo inconsciente por medio de los sueños ¾los suyos principalmente¾ y su autoanálisis ¾que empieza en el verano de 1887¾. A partir de esto, se posibilitan diferentes vías para descubrimientos fundamentales, que van desde la sexualidad infantil y los comienzos del complejo de Edipo hasta la crítica a las convenciones de la cultura y hacia la propia medicina en su abordaje de la sexualidad.

En La interpretación de los sueños, se reafirma lo que Freud había estado pensando ya unos años antes, en el “Proyecto”. Convierte su base neuronal en sistemas o procesos, “divide” el aparato psíquico en los sistemas Inconsciente, Pre-consciente y Consciente (se habla de una “primera tópica” freudiana basada en estos tres sistemas como su fundamento).  Esta concepción dura más de veinte años hasta que se planteará el Ello, Yo y Superyó (la que sería la “segunda tópica”). Sin embargo, ligado a esto, James Strachey cree que “el más importante entre todos los descubrimientos obsequiados al mundo en La interpretación de los sueños: la distinción entre los dos modos diferentes del funcionamiento psíquico, el proceso primario y el proceso secundario”[23], aunque también esta división se había iniciado en el Proyecto.

El que se llame proceso “primario” se refiere no solo a un orden jerárquico ni característico sino también cronológico en el desarrollo de la psiquis. Este se encargaría de la “descarga de la excitación a fin de producir, con la magnitud de excitación así reunida, una identidad perceptiva (con la vivencia de satisfacción).”[24] Y el proceso secundario mediaría la descarga por medio de las investiduras, entonces apuntaría más bien a “una identidad de pensamiento”.[25] Entonces el principio de “placer” estaría fuertemente ligado al principio de “constancia” y complementado por el de “realidad”:

…la acumulación de la excitación —según ciertas modalidades de que no nos ocupamos— es percibida como displacer, y pone en actividad al aparato a fin de producir de nuevo el resultado de la satisfacción; en esta, el aminoramiento de la excitación es sentido como placer. A una corriente [Strómung] de esa índole producida dentro del aparato, que arranca del displacer y apunta al placer, la llamamos deseo; hemos dicho que sólo un deseo, y ninguna otra cosa, es capaz de poner en movimiento al aparato, y que el decurso de la excitación dentro de este es regulado automáticamente por las percepciones de placer y de displacer.[26]

Aquí cabría preguntarse si el aminoramiento de la excitación es sentido siempre como “placer” en el proceso primario; ¿en el proceso secundario también podría ser displacer, no solo si lo vemos desde el principio de realidad? Esto podría ser una sutil idea de conflicto entre procesos o principios que llevaría a los cuestionamientos del texto “Más allá del principio de placer”, en 1920, y luego, tal vez, al “goce” de Lacan.

En La interpretación de los sueños también se tocan otras de las teorías que Freud ha estado pensando a lo largo de los años. La mayoría de términos se utilizan ya de forma casi enteramente psicológica y Freud se sumerge en esta forma de interpretar los sueños como hechos psíquicos. Él cree firmemente que para entender al ser humano hay que entender lo psíquico. Y quiere dejar nuevamente bien en claro que lo psíquico no es lo consciente; que la propiedad de “conciencia” está sobreestimada y es más bien un obstáculo para comprender lo inconsciente:

Lo inconsciente, según la expresión de Lipps [1897, págs. 146-7], tiene que suponerse como una base universal de la vida psíquica. Lo inconsciente es el círculo más vasto, que incluye en sí al círculo más pequeño de lo consciente; todo lo consciente tiene una etapa previa inconsciente, mientras que lo inconsciente puede persistir en esa etapa y, no obstante, reclamar para sí el valor íntegro de una operación psíquica. Lo inconsciente es lo psíquico verdaderamente real, nos es tan desconocido en su naturaleza interna como lo real del mundo exterior, y nos es dado por los datos de la conciencia de manera tan incompleta como lo es el mundo exterior por las indicaciones de nuestros órganos sensoriales.[27]

Recurrente es la presencia de Lipps en este punto. Es un filósofo y psicólogo alemán contemporáneo a Freud, que también teoriza sobre la conciencia. Lipps planteaba que todo lo psíquico había tenido necesariamente que ser inconsciente y que podrían existir diversos niveles de conciencia. Freud lo cita con mucha estima y lo separa de otros filósofos que teorizan sobre lo inconsciente solo como lo opuesto a lo consciente. Lipps también utilizó la palabra “subconsciente”, que justo a partir de La interpretación de los sueños se vuelve obsoleto para el psicoanálisis. Freud utilizaría en otros textos posteriores la teoría de Lipps sobre la empatía para tratar el problema de la relación con el otro, algo que Lacan desarrollaría aún más.

Con La interpretación de los sueños, Freud demuestra que una de las puertas más directas de entrada al inconsciente es el análisis de los sueños, lo que le permitiría seguir desarrollando su teoría en los años siguientes. Encuentra en los sueños el “gran objeto” de investigación. Una forma única de conocer el funcionamiento de lo inconsciente, sus causas y funciones, sus “objetivos”. La gran promesa no solo queda ahí, sino que al entender lo que no es arbitrario en los sueños, y por ende, lo “psíquico verdaderamente real”, es decir, lo inconsciente:

…se nos promete también alcanzar una perspectiva sobre la infancia filogenética, sobre el desarrollo del género humano… Entrevemos cuan acertadas son las palabras de Nietzsche: en el sueño «sigue actuándose una antiquísima veta de lo humano que ya no puede alcanzarse por un camino directo»; ello nos mueve a esperar que mediante el análisis de los sueños habremos de obtener el conocimiento de la herencia arcaica del hombre, lo que hay de innato en su alma. [28]

Iván D’Onadio Muñoz
(Fuente: 
https://puntoedu.pucp.edu.pe/)

Con la intención de cerrar este inicial recorrido sobre los primeros intentos de Freud de leer lo inconsciente, quisiera citar una última pequeña frase en este mismo sentido de ir hacia lo profundo, arcaico e indeterminado, que aparece ya casi al final de La interpretación de los sueños ¾sin duda, el libro más representativo de estos primeros años, con el cierra una gran etapa y abre otra¾; una frase sugerente de Virgilio, que Freud rememora, utilizándola como metáfora del esfuerzo de las pulsiones desalojadas por llegar a lo consciente, la que podría ser también una analogía sobre la búsqueda que él mismo ha seguido y seguirá durante los próximos años de su vida para leer lo inconsciente: Flectere si nequeo superos, Acheronta movebo (“Si no puedo inclinar a los Poderes Superiores, moveré las Regiones Infernales”)  [Virgilio, La Eneida, VII, 312] “[29]


[1] Lacan, J., Otros Escritos, p.599. Paidós. 2012

[2] Freud, S., Histeria (1988), p. 54. En Obras Completas, volumen I. Buenos Aires. Amorrortu. 1886/1899.

[3] Ibid.

[4] Bassols, M., El Psicoanálisis como resguardo del sujeto frente al ‘Totalitarismo Científico’. Punto de fuga – Revista 22 Feb., 2017 https://www.youtube.com/watch?v=8tuL6R5M5JA

[5] Ibid.

6 Freud, S., La Afasia (1981), p. 71. Nueva Visión.

7 Ibid., p. 86.

[8] Ibid., p. 91.

[9] Freud, S., Bosquejos de la “comunicación preliminar” de 1893, P. 189. En Obras Completas, volumen I. Buenos Aires. Amorrortu. 1886/1899.

[10] Ibid., p. 183.

[11] Freud, S., El Proyecto de Psicología (1950 [1895]), P. 352. En Obras Completas, volumen I. Buenos Aires. Amorrortu. 1886/1899.

[12] Ibid., p. 362.

[13] Ibid., p. 370.

[14] Ibid., p. 373.

[15] Lacan, J., Escritos 1, P. 305. Siglo veintiuno editores. 2009.

[16] Ibid.

[17] Lacan, J., Seminario 11. P. 30. Paidós, 1964.

[18] Lacan, J., Otros Escritos, P.599. Paidós, 2012.

[19] Freud, S., Estudios sobre la histeria (J. Breuer y S. Freud) (1893-1895) , p. 68. En Obras Completas, volumen II. Buenos Aires. Amorrortu. 1893/1895.

[20] Ibid., p. 211.

[21] Freud, S., nota de James Strachey “Estudios sobre la histeria”, p. 19. En Obras Completas, volumen II. Buenos Aires. Amorrortu. 1893/1895.

[22] Ibid.

[23] Ibid., p. 8.

[24] Freud, S., La interpretación de los sueños, p. 591. En Obras Completas, volumen V. Buenos Aires. Amorrortu. 1900/1901.

[25] Ibid.

[26]Ibid., p. 588.

[27] Ibid., p. 600.  

[28] Ibid., p. 542.

[29] Ibid., P. 597.