Lenguaraz
Buscón
Antoni Vicens
“Yo, señora, soy del campo
freudiano. Mi padre se llamó; no era natural siendo del pueblo del Otro. El
Padre lo tenga en el cielo de los nombres. Fue, tal como todos dicen, de oficio
castrador, aunque eran tan altos sus pensamientos, que se corría de que le
llamasen así, diciendo que él era tundidor de topologías y sastre de goces.
Decían que era de muy buena cepa,
y, según él hablablaba, todo iba a Otra parte.”
El Buscón es el pícaro de una vida
sin valor, que encuentra todo mal como efecto de lalengua, Witz que se disuelve
en la mortificación de la pena: azotes, cárcel, ejecución capital. La pulsión,
sin enmarcar, guía al pícaro.
Ninguna culpa, dice un
especialista; nihilismo, responde otro; escepticismo, replica un tercero;
paganismo, encarece uno más; erasmismo, dice Bataillon (que sabe de qué habla).
El más católico lee el nacimiento del mal en la literatura, floreceriente en
Baudelaire y escrito por Bataille. Nosotros leemos, en el chiste, la angustia:
objeto sin cáscara.
El goce: “Repartiéronlo todo y a
don Diego dieron no sé qué güesos y alones, diciendo que ‘del cabrito el huesecito
y del ave el aloncito’ y que el refrán lo decía. Con lo cual nosotros comimos
refranes y ellos aves.” Del hambre al hablablambre, el goce. Luego queda el
decir donde resuena aún el imperativo “¡goza!” que se disolvió en el mismo
gozar. No todo, claro, pues quedó el resto quevedesco, aún, todavía, encore,
diciendo y cantando el chiste flotante que lo creó.
Para la culpa del pícaro, tomemos
la lección quevedesca: que, en el fondo, el pecado no toca la culpa. En esta
novela no hay culpa sino por virtud del escribano que la guarda (“no hay cosa
que tanto crezca como culpa en poder de escribano”). O por virtud del “músico
de culpas”, el pregonero que va clamando: “¡A esta mujer, por ladrona!” Todo
viene pues de haber estado en la cárcel: el pícaro es el hombre libre, libre de
recaer en prisión; y, si lo hace, es culpable de haberse dejado atrapar. Pero
sí, Quevedo, moralista, se disculpa en el último capítulo. Si no escribe más,
dice, es por no dar a imitar vicios; si escribió es para avisar a los
ignorantes. Con esta artimaña, en la que cayó el presbítero Peralta, censor,
crea culpables después de haber gozado.
El Buscón, culminación del pícaro,
es el héroe de la impunidad. Si a su padre Clemente Pablo lo hicieron “cuartos”,
es decir, lo descuartizaron después de haberlo ahorcado, es porque no pagó
nada, ni un ochavo. Si la madre, doña Aldonza, está presa de la Inquisición por bruja,
esperando la muerte que le llegará antes de terminar la cuenta de los
cuatrocientos azotes que recibirá, el hijo, don Pablos, la redime con una
tierna expresión: “la prisioncilla de mama”.
Quevedo describe un mundo en el
que todo se mueve en el terreno de la demanda, inmortal. Siguiendo los conceptos
con los que Jacques-Alain Miller presentaba recientemente el Seminario VI de
Jacques Lacan, El deseo y su interpretación, la pulsión es demanda sin objeto
real, toda ella en el circuito del significante: nada natural por tanto, ni
instintivo. Luego Lacan introduce un objeto real para el fantasma, lo que sirve
al sujeto para construir una defensa contra la Hilflosigkeit ,
el desamparo fundamental en el que nos deja la oscuridad del deseo del Otro.
El mundo quevedesco del Buscón
aparece como el mapa de los circuitos de una pulsión que no quiere saber nada
del fantasma. La vida no tiene objeto, parecería, ni ilusión. El goce no parece
hacer deseo. Don Pablos se fuga echando la llave por la gatera, sin pagar.
Leemos un mundo cruel, extremo del mal; pero sólo hasta que encontramos el
objeto real: el brutal ingenio lingüístico del chiste quevedesco. El Buscón se
pierde; pero el escritor y el lector devienen Encontrón, criados creadores de
lengua, lenguaraces descarados, fulleros del significado, escribidores de
ingenios, agudos labradores de letra, descifradores de las cartas marcadas que
van y vienen, analistas del goce que hace hablar. En lo crudo. Así nos advierte
para concluir: “son infinitas las maulas que te callo.”
Fuente: Boletín El Buscón número 11
Leer más en: XII Jornadas de la ELP
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