Paradojas de sujeto
contemporáneo, situado entre el goce, la corrupción, la impunidad, la vergüenza
y el perdón | Los países luteranos, donde no basta la confesión para obtener la
absolución, son los menos corruptos | La ciencia hecha discurso nos
desresponsabiliza; todo se da por leyes de las que no tenemos culpa.
Miquel Bassols, José R. Ubieto, Enric Berenguer
¿Cómo se vive hoy el
sentimiento de
culpa, en esta época de escándalos públicos? ¿Y el perdón?
¿Hasta qué punto ha
cambiado nuestra noción de la responsabilidad, en una época que
prima el goce y
la satisfacción inmediata?
El sentimiento de culpa está ligado, en nuestra tradición judeocristiana, a un obrar en oposición a la moral convenida que conlleva el castigo. En cuanto a la impunidad, en esta perspectiva quedaba vinculada a una vivencia clandestina y mal vista. Pero hoy el goce, satisfacción que empuja a su máximo logro, otorga otro estatuto a la impunidad. Ya no se trata de los viejos vicios privados, y discretamente practicados, que quedaban sin reprimenda. Ahora, el no ser castigado se presenta a menudo precedido de un investimento social positivo: la idolatría de ciertos personajes –algunos enjuiciados– como ejemplos públicos resulta muy significativo al respecto.
¿Dónde queda pues la culpa y que tratamientos observamos para aliviarla? Por un lado la ciencia ofrece argumentos de disculpa ligados a las explicaciones causales de muchos actos vitales (infidelidad, fracaso escolar, trastornos mentales, inversiones especulativas) que dejarían de implicar la responsabilidad del sujeto para reducirse a aspectos ‘moleculares’ (genética, neurotransmisores) sobre los cuales el sujeto nada tendría que decir. La paradoja es que ese sentimiento de culpa arrojado por la puerta, retorna por la ventana de las imputaciones hereditarias (padres con antecedentes genéticos).
¿No será la angustia la que toma el relevo de ese sentimiento de culpa y de la vergüenza que, en ocasiones, la acompañaba? La prevalencia actual de los cuadros de angustia (desde el estrés postraumático hasta el ‘panic attack’) así parece atestiguarlo. En este dossier, tres psicoanalistas discuten estas cuestiones.
Culpa y
corrupción
Por Miquel Bassols
Por Miquel Bassols
Los vínculos inconscientes que existen entre
la corrupción y
los sentimientos de culpa son más bien paradójicos y fuente de
toda suerte de
hipocresías. Son tan secretos que terminan por ser secretos para
cada uno. La
historieta contada per el cómico americano Emo Philips lo resume
muy bien:
"Cuando era pequeño solía rezar cada noche para tener una
bicicleta. Un
día me di cuenta de que Dios no funciona así, de modo que robé
una y recé para
que me perdonara." Así de paradójica es la relación del sujeto
de nuestro
tiempo con el goce y con la culpa. El cinismo del argumento no
excluye la
mísera verdad escondida en la operación: mejor creer en la
absolución de la
culpa, en la impunidad del goce inmediato, que en el deseo que
me haría merecer
por mí mismo este objeto de goce. Es una ecuación que el
psicoanálisis descubre
en los entresijos del sentimiento de culpa: sólo la certeza y la
constancia de
un deseo me hacen responsable de un goce que nunca obtendré de
manera impune.
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