20 de agosto de 2014

Eva-Lilith Nº 14



Boletín de las VIII Jornadas de la NEL
      Eva-Lilith
     Nº 14


Respuestas a Eva-Lilith  
Por: Beatriz Udenio

Eva-Lilith: El psicoanálisis, como dice en algún lugar Miller, ha inventado tal vez otro goce, el goce puro de la palabra, y recomienda que el analista esté alejado del goce que podría resultar para él mismo de esa posición. ¿Cómo se hace el giro desde ese otro goce puro de la palabra al goce donde el significante no comunica, sino que solo nombra?

Eva-Lilith: ¿Podría hablarse de una “clínica de lo femenino” a partir de la puntualización del no tener, (no tener derecho, el ser excluido), de la mascarada, del hijo como sustituto; pero ello está en la lógica del falo. ¿Una “Clínica de lo femenino” del lado de lo real es la clínica del dolor psíquico que se enraíza en el cuerpo, de una cierta relación con el infinito, con el exceso y con el estrago, con realizarse en el no tener?

                                                     Infinito y borde

Beatriz Udenio: “Ud. goza con cada palabra que dice”, fue una de las intervenciones tempranas que escuché en el que fuera mi tercer y último análisis. En efecto, la palabra impregnada de goce se articulaba con el semblante “la encantadora voz” que sostenía para el Otro. Esa palabra, atrapada en la insistencia repetitiva del fantasma, me hacía padecer cada vez más – lo que abría la única posibilidad de situarlo bajo transferencia, consintiendo a vaciar el contenido de goce que vehiculizaba. Entonces, en lo que a mi caso concierne, este goce de la palabra no se originaba en la cura sino que era una de mis cartas de presentación. Releo hoy que, de entrada, las intervenciones del analista tuvieron que ir directo a ese punto, para que pudiera ser cedido al trabajo transferencial.

Una vez situada desde el punto de vista sintomático, la palabra entraba, en ocasiones, en rodeos que la dispersaban, infinitizándose. ¿Al servicio de qué?

En una primera versión pesqué que se trataba de hablarle a alguien que no escucha, que no solo me sumergía en la insatisfacción histérica sino que me conducía al enloquecimiento con los partenaires. Eran orejas buscadas como relevo del padre.
Solo tirando la oreja muerta del padre –como un sueño lo señaló- la palabra pudo comenzar a tomar otro estatuto. Además, dar vueltas con la palabra alimentaba la gula del superyó, pidiendo siempre “una cosa más”.

Fue el trabajo con el objeto voz el que logró abrir una dimensión otra para captar la esencia de ese síntoma donde la palabra se me des-bordaba, dis-locá-ndome, abriendo así el último recorrido analítico que desembocaría en su uso sinthomático.

Es justo el punto donde puedo hacer entrar el asunto de cómo diferenciar cuándo un síntoma es respuesta al no-tener y cuándo a la cuestión de la inexistencia- o sea, a un no-hay. Son nociones bien disímiles. Es del lado de esta última –la inexistencia- que me parece conveniente plantear lo que denominan “Una clínica de lo femenino”. El tema me interesa, estoy trabajando en él, y puedo anticiparles algo.

El desborde tenía estrecha relación con mi condición de mujer. De allí que me atrajera  aquello que involucrara bordes, límites, finitudes. Me zambullí precozmente en el Seminario 20 –Aun- interesada en esos conjuntos abiertos que llegan a constituir una finitud sin la idea de serie (contable, numérica), sino de lista (una por una). Ven que allí hay una finitud, entendida de modo diferente a lo habitual: es un conjunto donde el rasgo en común es la inexistencia de un rasgo en común que permita decir La mujer. Entonces, el goce femenino de cada una mujer no encuentra límite en un rasgo patrón de medida. No hay. Es en cambio el goce que sí tiene medida –el fálico- el que se contabiliza en un tener o no tener. En mi caso, ese goce contable, en el marco del tipo histérico, se jugaba como privación en la modalidad de des-pojada. Cuando atrapé esto, cesó el goce de la privación. Lo que señalan del “realizarse en el no-tener”, a mi entender, participa de este modo de goce.

También capté que la solución a lo que restaba como Otro goce -no fálico- no radicaba exclusivamente en la demanda de que el partenaire me hable, pues en un punto eso quedaba aún ligado a la posición histérica, haciendo pesar sobre el hombre como subrogado paterno la función  de sostén de lo imposible de “tener” del lenguaje, del cuerpo, del goce. Y que esa búsqueda insistente en el hombre me llevaba al enloquecimiento y la devastación.

En cambio, abierto el camino a que el goce del recorrido pulsional se situara no en el objeto (la voz) sino en el ir y venir, en el trayecto, des-bordándome y bordeando, se esclareció otro tipo de funcionamiento y de goce, que confluyeron en mi solución sinthomática. El partenaire no tenía por qué ser más quien proveyera el límite a ese des-borde. El sinthoma, en mi caso,  resumido en una escritura que bordea, limita una deriva, en un movimiento de ir y venir, dando la vuelta, y encuentra su localización a nivel de la palabra y de esa escritura. Escapa a lo exhaustivo y circunscribe lo insoportable, loco, de asimilar: de lo extranjero-íntimo del lenguaje y lo extranjero-íntimo del goce, siempre Otros.
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Comisión Editorial Boletín Eva-Lilith
Raquel Cors Ulloa
María Hortensia Cárdenas
José Fernando Velásquez

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