2 de julio de 2015

Boletín 12 Letras en línea - I Conversación clínica de la NEL

           I Conversación Clínica de la NEL

 El analista y su práctica
 

São Paulo - 3 de septiembre de 2015

Tute

Letras en línea

Boletín Nº 12

Termina junio y faltan solo dos meses para la primera Conversación Clínica de la NEL, el 3 de septiembre en São Paulo, con la participación de Miquel Bassols. Para los que todavía no se han inscrito, no dejen de hacerlo con un clic en el enlace de abajo. Solo así podrán recibir los casos clínicos con anticipación y en la Conversación podremos intercambiar ideas, interrogar lo que queda oscuro, proponer abordajes nuevos, comparar, arribar a nuevas conclusiones. Pero todo esto solo será posible si hay practicantes bien orientados.

En este boletín tenemos dos comentarios notables por su calidad y precisión.
Existe una política del psicoanálisis dice Miller que se orienta por la diferencia absoluta y por eso afirma que la formación del psicoanalista, son las formaciones del inconsciente, y en primer lugar el suyo. [1] Esta política condensa muy bien las dos citas y los comentarios que presentamos aquí.

El texto del analizante tiene su propia lógica articulada al fantasma, a su significación y goce. El analista se cuida de no hacer una observación de comportamiento, aunque a veces tenga la tentación de hacerlo, intentando comprender el sentido. Se comprende mediante el fantasma, explica María Cristina Giraldo y precisa que las coordenadas fantasmáticas que rigen la vida subjetiva son las coordenadas del programa de goce. Lo más importante para el practicante es poder descubrir, en su propio análisis, la regla que rige su modo de goce que le permita, en su práctica, saber no agregar sentido al sinsentido de lo real del analizante.

La autonomía del discurso analítico es el mayor principio de la política del psicoanálisis. Solo así puede mantener su diferencia absoluta con otros discursos. En cuatro puntos justos y rigurosos Gustavo Zapata comenta este principio. Ubica los límites de la experiencia analítica que permiten medir sus obstáculos, alcances y resultados. Esta es una experiencia radicalmente singular que no se aviene ni se conforma con otros discursos, poderes o ideologías. El deseo del analista apunta lo real y a liberar al Otro del sentido.

María Hortensia Cárdenas
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[1] Miller, J.-A., “Perspectivas de política lacaniana”, 
Freudiana 55, ELP, Barcelona, 2009. 


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Comentario de María Cristina Giraldo a la cita:

“El analista, por supuesto, no hace esto [una observación del comportamiento], aunque a veces tiene la tentación. El mismo Freud, cuando tenía en tratamiento al famoso “Hombre de los lobos”, tiene tantos hechos y datos, que casi se ve que está a punto de convertirse en observador. Es solamente después, y precisamente por medio de este caso, que Freud ubica la presencia del fantasma: que nunca la observación del comportamiento dará el sentido del fantasma, que ninguna recopilación es tan exacta que sea equivalente al fantasma, y que mientras más y más un sujeto —como ocurre en el caso del Hombre de los lobos—, se acerca a los datos, hasta hacer desear más y más datos, la misma intensidad de la vivencia que él pone en algunos hechos señala, más bien, el carácter fantasmático de esos supuestos recuerdos. A partir de esto, Freud pone en función el tema del recuerdo encubridor, que significa, precisamente, que la intensidad misma del recuerdo, en lugar de señalar la exactitud del hecho, señala que lo más importante no está ahí. Bien, el analista no es un observador del comportamiento”. [1]

La perspectiva del desarrollo conduce a un saber referencial que pretende una verdad a ser verificada por la referencia, con base en correlatos de la realidad: los datos de la historia y de la observación del comportamiento. La afirmación de Lacan “La verdad posee estructura de ficción” nos ubica en otra orientación que es la lógica del texto del analizante, en el cual el axioma del fantasma constituye una articulación esencial. Si “la significación es el fantasma”, [2] es por su conexión entre significación y goce, que constituye el amor pasional de cada uno con la verdad y el sentido. Cuando creemos comprender, lo hacemos mediante el fantasma. Este es el que fija el sentido; de ahí que Lacan nos advierta: en la experiencia analítica “cuídense de comprender”, de escuchar al analizante a través del lente del propio fantasma.

El giro freudiano se operó al advertir en la intensidad del recuerdo encubridor no un dato, sino el carácter fantasmático del mismo. Un axioma es una proposición lógica. Freud lo definía como una frase que se queda congelada para el sujeto en un punto de fijación de la libido. El axioma opera como regla fantasmática que condiciona todas las significaciones. Las coordenadas de la vida subjetiva están regladas en cada uno por su fantasma fundamental; son las coordenadas de su programa de goce. Miller propone que en el axioma se da la conjunción del Uno y del goce, por tanto, es el lugar de lo real, es lo que en los síntomas vuelve siempre al mismo lugar, lo que permanece constante como consistencia lógica, que es la relación del sujeto con el objeto a.

El atravesamiento del fantasma toca aquello mediante lo cual comprendemos. Mientras el practicante no haya descubierto cuál es la regla que rige el goce en juego en su relación con su objeto a, estará lidiando con no agregar un sentido, desde la regla no conocida de su decir, al sinsentido de lo real del analizante. En la experiencia analítica, el analizante no deviene analista sin pasar por esa consecuencia lógica del fin de análisis, que es atravesar su fantasma fundamental.


[1] Miller, J.-A., “Estructura desarrollo e historia”, Seminarios en Caracas y Bogotá, Paidós, Buenos Aires, 2015, p. 310.
[2] Miller, J.-A., Donc, Paidós, Buenos Aires, 2011, p. 92.
Otras referencias en Miller: El ser y el Uno, La psicosis en el texto de Lacan, Iluminaciones profanas.


Comentario de Gustavo Zapata a la cita:

“Existe una política del psicoanálisis: concierne a los fines últimos y los resultados de la operación analítica. Su mayor principio, y posiblemente el único, es la autonomía del discurso analítico, que mantiene su diferencia absoluta con los otros discursos. Es bueno todo lo que preserva y alimenta esta autonomía; es malo todo lo que la mella, la corroe, la arruina”. [1]

1.- Operar según este principio implica fundar en razón los conceptos fundamentales del psicoanálisis, es decir, valorar su pertinencia, medir sus alcances, precisar sus escollos y acotar sus resultados siempre circunscritos a los límites de la experiencia, sin tener que echar mano de una supuesta causa última, que reduciría la operación analítica a las coordenadas de una ciencia pretendida superior.
2.- Es menester entonces que para el analista se haya cernido esa diferencia absoluta entre el I y el a, que haya “circunscrito la causa de su horror, el suyo propio, el de él, separado del de todos, horror de saber” [2], para que sepa ocupar en el dispositivo ese lugar que al final es de desecho.
3.- A partir de eso, el analista entiende que la experiencia analítica es radicalmente singular, por lo tanto no es masificable ni clasificable, no se deja atrapar en otra contabilidad como no sea la del uno por uno, ni acotar por los poderes del estado, por las iniciativas de bienestar o seguridad social de los gobiernos, por ideologías políticas de cualquier signo o color, o por interpretaciones históricas, sociológicas o antropológicas de la realidad.
 4.- Así, el analista verá, como comenta J.-A. Miller [3], que el psicoanálisis es incompatible con el orden totalitario, y no existe si no es posible hablar con libertad y ejercer la ironía. Efectivamente, un analista debe querer las condiciones materiales para su práctica, y si entiende bien que el deseo del analista es “un deseo de alcanzar lo real, de reducir al Otro a su real y liberarlo del sentido” [4], sabrá entonces que el psicoanálisis es subversivo, no revolucionario.
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[1] Miller, J.-A., “Perspectivas de política lacaniana”, Freudiana 55, ELP, Barcelona, 2009.
[2] Lacan, J.,”Nota Italiana”, Uno por Uno, N° 17, abril 1991, pp. 16-18.
[4] Miller, J.-A.,” Un real para el siglo XXI”, Scilicet. Un real para el siglo XXI, Grama, Buenos Aires, 2013,  pp. 17-27.


Referencias bibliográficas sobre la práctica analítica

Lacan, J., Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis (1953)

·         “Es la tentación que se presenta al analista de abandonar el fundamento de la palabra, y esto precisamente en terrenos donde su uso, por confinar con lo inefable, requeriría más que nunca su examen: a saber la pedagogía materna, la ayuda samaritana y la maestría dialéctica. El peligro se hace grande si le abandona además su lenguaje en beneficio de lenguajes ya instituidos y respecto de los cuales conoce mal las compensaciones que ofrecen a la ignorancia.” (p. 65)

·         “No hay duda de que estos efectos –donde el psicoanalista coincide con el tipo de héroe moderno que ilustra hazañas irrisorias en una situación de extravío- podrían ser corregidos por una justa vuelta al estudio en que el psicoanalista debería ser maestro, el de las funciones de la palabra.” (p. 65)

·         “El único objeto que está al alcance del analista, es la relación imaginaria que le liga al sujeto en cuanto a yo, y, a falta de poderlo eliminar, puede utilizarlo para regular el caudal de sus orejas, según el uso que la fisiología, de acuerdo con el Evangelio, muestra que es normal hacer de ellas: orejas para no oír, dicho de otra manera para hacer la ubicación de lo que debo oír.” (74-75)

·         “Afirmamos por nuestra parte que la técnica no puede ser comprendida, ni por consiguiente correctamente aplicada, si se desconocen los conceptos que la fundan. Nuestra tarea será demostrar que esos conceptos no toman su pleno sentido sino orientándose en un campo de lenguaje, sino ordenándose a la función de la palabra” (p. 68)

·         “… el arte del analista debe ser el de suspender las certidumbres del sujeto, hasta que se consuman los últimos espejismos. Y es en el discurso donde debe escandirse su resolución.” (72-73)

Responsables del Boletín Letras en línea
María Hortensia Cárdenas
Ana Viganó 



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