Lacan propone el sinthome como una solución que
anuda la estructura de una manera original, supliendo la ausencia del Nombre
del Padre en la psicosis, y a través de la cual el sujeto se reconstituye de un
modo nuevo. En este sentido, la estabilización de la estructura halla sus
fundamentos más allá del nivel simbólico-imaginario en el que interviene el
delirio, en tanto el sinthome no es sólo un velo sobre lo real del goce, sino
que en este nuevo anudamiento sintomático con los registros, el sujeto queda articulado
al goce del Otro desde otra posición.
Puede observarse que en las psicosis los nudos
presentan una consistencia de una rigidez particular. “Se funciona como si esa
identificación fuera la única, el S1, la imagen reina, el objeto “a”, solos. Es
lo que se conoce en el psiquismo como “régimen de hierro” o
“sobre-identificación”. En la sobre-identificación, el sujeto es ese papel; si
deja de serlo, si entra en contradicción con ese papel, ya no es nada y
efectivamente se desencadena. Se trata de un redoblamiento en lo Real de aquel
elemento que no pudo constituirse en forma primaria, y que se logrará suplir a
partir de un elemento reconstruido, imposible de suprimir o indispensable y por
ello constante, para el sujeto.”[1]
En “La significación del falo”, Lacan señala que
cuando se devela la condición del falo en tanto velo de la falta, lo que surge
es el pudor[2],
– el pudor, como el velo que cubre el vacío más íntimo del sujeto, y que
a la vez lo constituye al sujeto como tal en tanto dividido por el orden
significante. El semblante del pudor cubre lo que no hay, al mismo tiempo que
revela la nada que habita en cada cual.
En este punto, lo que nos enseña la experiencia
psicótica es que cuando el semblante no está en el lugar del real, cuando el
semblante no opera, el real irrumpe en la experiencia subjetiva como un
tsunami. Y luego, los recursos de la estructura para defenderse frente a ello.
En el caso de Schreber, la reconstitución del
sujeto resulta a partir de su proceso de emasculación, testimonio que puede
leerse en sus Memorias - publicadas luego de ganar su
emancipación ante los Tribunales y por decisión propia, a pesar de los empeños
de sus allegados por disuadirlo de no darlas a conocer. Schreber en ningún
momento desmintió su delirio ni lo disimuló ni manifestó pudor alguno – es más,
realzaba el valor de sus argumentaciones para la vida religiosa y sostenía que
la ciencia del momento era incapaz de invalidarlas – según consta en la
documentación.
Su relato da cuenta de cómo La mujer de
Dios articula al sujeto con el goce del Otro que lo invadía y sumergía
en el agujero forclusivo, para reposicionarlo en un lugar subjetivo propio a
partir de la invención de este nuevo sentido: la mudanza en mujer al
servicio de la redención del mundo y la reinstalación de la bienaventuranza
perdida.
En La mujer de Dios coinciden para
el sujeto lo que él es y el objeto “a” del Otro real. “No es que él quiera
mudarse en mujer; más bien se trata de un “tener que ser” fundado en
el orden del universo y al que no puede en absoluto sustraerse, aunque en lo
personal hubiera preferido mucho más permanecer en su honorable posición viril
en la vida”[3].
Sin embargo, de este modo, halla la vía para no
quedar capturado pasivamente por la iniciativa del Otro, y dar cumplimiento a
la restitución del Uno del Orden Cósmico al que se ofrece como su garante.
Evidentemente, no hay enunciación más allá de la
palabra; ni distancia alguna del sujeto respecto de su invención, tampoco entre
semblante y real, ni mucho menos libertad de desprenderse de ella.
Más bien, el ser del sujeto dependerá de estas
palabras logradas que dicen – y no a medias – de su real sin ley.
A pesar de ello, resultando para el sujeto una
captura con otra dignidad.
***
Para mayor información, Usted puede acceder a:
Twitter: @JornadasNELima
No hay comentarios:
Publicar un comentario