
“Lo
verdadero, en el sentido de Lacan en una mujer se mide, por su distancia
subjetiva, de la posición de la madre. Porque ser una madre, ser la madre de
sus hijos, es para una mujer querer hacerse existir como La. Hacerse existir
como La madre, es hacerse existir como La mujer en tanto que tiene.” (Miller J.
A. De mujeres y Semblantes).[1]
Esta
cita, ubicada en los ejes de trabajo de nuestras próximas Jornadas tiene para
el tema todo su lugar y pertinencia. Introduce en principio una cuestión
central: la de la diferencia entre mujer y madre. Acaso ¿transformarse en madre
es la solución a la posición femenina?, pregunta Miller. Esa sería la solución
Freudiana que aparece fundamentalmente del lado del tener, o mejor de la
suplencia a la falta en el tener, al no tener. En esa vía, hacerse madre es
transformarse en la que tiene por excelencia.
Lacan
se diferencia de esta perspectiva y plantea que hay la solución por el lado del
ser: “la solución del lado del ser consiste en no colmar el agujero, sino en
metabolizarlo, dialectizarlo, y en ser el agujero. Es decir fabricarse un ser
con la nada”.[2]
Ello
abre otra perspectiva y nos introduce en otra orientación clínica a la que se
anuda la tesis de Lacan: por un lado La mujer no existe y por otra, hay
verdaderas mujeres… Pero no olvidemos que la verdad tiene estructura de
ficción y por ende se anuda al semblante. Lo que insiste: lo verdadero en
una mujer, se mide por su distancia subjetiva de la posición de la madre, es
decir, tanto más madre menos mujer. Se trata de que el niño no colme, sino que
divida el deseo de la mujer que no es el de la madre.
Es
preciso entonces que se preserve el no-todo del deseo femenino, de tal forma
que la madre no aplaste en ella el agujero. Cuando la maternidad se vuelve una
manera de suplencia a La mujer que no existe, funciona como tapón del No-toda,
dejando al niño fijado en el lugar del falo de la madre, obturando la
posibilidad de que ella pueda tener acceso a su propia verdad y dejando al niño
en el lugar de satisfacer la exigencia materna.
La
mujer no existe, ubica en principio que ese lugar permanece esencialmente
vacío. Y si no existe hay que inventarla, en esa relación con la nada.
Verdadera, entonces solo se puede decir una por una, y en cada ocasión. El acto
de una verdadera mujer, tiene la estructura del acto de Medea, es decir, el
sacrificio de lo que tiene de más preciado y precioso para abrir el agujero en
el hombre al que lo dirige y que no podrá ya colmar. En este sentido se explora
una zona desconocida, más allá de los límites y las fronteras. Es la zona del
sin límites femenino, sin sentido. De allí que a partir de la sexualidad
femenina se haya podido ubicar el goce propiamente dicho en tanto que desborda
al falo y a todo significante. Son ellas, “las mujeres quienes recuerdan a los
hombres que son engañados por los semblantes, y que esos semblantes no valen
nada en comparación con lo real del goce. Es en esto que las mujeres son más
amigas de lo real….”
***
[2] Ibíd., p. 88.
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