Las neurosis y el padre.
¿De qué hablamos cuando
hablamos de padre?
Ana Viganó
El punto II de la
Convocatoria a las próximas Jornadas de la NEL titulado La práctica
psicoanalítica, contiene 4 referencias en las que quisiera apoyarme para
avanzar luego con algunas consideraciones particulares sobre la primera: Histeria
y obsesión. Lo propongo así porque me parece que la Comisión científica
pone de manifiesto en esta clasificación una problemática que venimos
trabajando hace algún tiempo en nuestra comunidad y sobre la que –por suerte!-
no encontramos una última palabra. Las preguntas con las que concluye la
introducción general de este punto son ejemplares respecto de nuestras
preocupaciones frente a la práctica con la que nos vemos todos los días: “¿Qué
encontramos hoy los psicoanalistas en nuestra práctica más allá del goce fálico
en los tipos clínicos clásicos y en las formas contemporáneas del síntoma?
¿Cómo es la experiencia contemporánea de un análisis?”[i] La articulación de
las cuatro referencias siguientes permiten articular el siempre problemático
esfuerzo entre la práctica y la clínica, en tanto elaboración de esa práctica.
Histeria y
obsesión/Psicosis por un lado parecen ponerse en cierta tensión con Síntomas
contemporáneos/La experiencia contemporánea del análisis. Y en este primer
acercamiento me pregunto: ¿Será que lo contemporáneo como tal ya no contempla
las estructuras? ¿Se oponen Histeria y obsesión/Psicosis a las
referencias clínicas contemporáneas? ¿Podría pensarse que estos modos de
construcción de la clínica estructural están perimidos? ¿Histeria y
obsesión/Psicosis se definen únicamente por la clínica -llamémosla así-,
estructural?
Me parece muy importante
señalar que al ubicar claramente estos ejes -aún separados de lo
contemporáneo-, se apunta a considerar la histeria y obsesión –tema del que
quiero ocuparme- en un cierto hoy, referencia topológica de tiempo y
espacio que remite a la práctica que mencioné: la de nuestros días; no los de
la época -siempre difícil de definir para los psicoanalistas- sino los de
cada practicante, en nuestra Escuela. Así, podemos afirmar que si bien
encontramos una gran variedad de presentaciones en nuestros consultorios, las
formas histéricas y obsesivas no han desaparecido como el DSM hubiera querido.
Hay neurosis, hoy, aún.[ii] El asunto es qué nos autorizaría en cada caso a
hablar de neurosis y desde qué orientación el analista dirige las curas de
estas neurosis.
Para Freud, la organización
del síntoma histérico se sostiene en la armadura del amor al padre, muy
especialmente el impotente, que la histérica sostiene con ese amor. Pero si
este síntoma se piensa como una solución-invención histérica, podría haber
otras soluciones. Con Lacan es posible pensar la histeria ya no
exclusivamente por la relación de amor al padre. “El padre, el síntoma, el goce
y el deseo se fundan en lo imposible, es decir, no dependen de las
contingencias de una época, aunque estas indudablemente produzcan efectos. El
problema, entendemos, es ver cuál es el lazo actual con aquello que resulta
fundante.”[iii] Nos preguntamos entonces, por ejemplo, por la histeria
rígida, aquella que Eric Laurent tomaba en el argumento hacia el pasado ENAPOL.
Esa histeria incompleta, que pareciera responder allí sin “emparejarse” –la
histeria es siempre dos- , ¿cuánto de histeria tiene?
De otra parte, si la
obsesión supone un redoblamiento defensivo sobre la histeria –de la cual es un
dialecto según el mismo Freud- ¿cómo pensar las cosas más allá o más acá del
padre? El padre muerto es sin dudas la referencia freudiana por excelencia para
la construcción del Edipo y en el obsesivo, conlleva la mortificación de su
deseo. ¿Cómo funcionaría este mecanismo sin Edipo? ¿Es lo mismo sin Edipo que
sin padre? ¿La exclamación de Miller “No podemos más con el padre”[iv], qué
resonancias tiene en nuestro campo de acción?
Se trata de considerar por
un lado las formas singulares de presentación y sus múltiples posibles
referencias al padre, presentes aunque más no sea en pequeñísimos pero divinos
detalles: que el Nombre del padre se pluralice no implica de suyo que se
extingan sus posibilidades operativas. Por otro, se trata de dar cuenta de una
orientación de la cura que no tenga al Edipo como brújula -esté presente o no
como recurso en quienes nos consultan-, pero tampoco reniegue del padre, sino
que lo considere desde una novedosa perspectiva: “Cuando Lacan anuncia el
Seminario Los Nombres del Padre, esboza una nueva figura del padre, que sabe
que el objeto a es irreductible al símbolo. Se trata de un padre que no
se dejaría engañar por la metáfora paterna, que no creería que esta pueda
cumplir una simbolización íntegra y que sabría, por el contrario, remitir el deseo
al objeto a como su causa. No tenemos los desarrollos ulteriores que
Lacan hubiera querido dar, pero quizás ya les parezca que anuncia a un padre
que no sería otro que el analista.”[v] El fracaso –necesario- de esa
“simbolización integral” que se esboza desde el Seminario 10 y hasta el
final de la enseñanza de Lacan, nos remite de diversas maneras al resto
irreductible. De ahí, el pivote irreductible de un análisis en las neurosis no
puede sino tener esta referencia: del padre a lo femenino, o lo femenino como
forma de abordar un real cuya clave no es el padre. Estas Jornadas nos ponen al
trabajo.
[ii] Cfr. Con la propuesta de
“neurosis ordinarias” en articulación con la noción de psicosis ordinarias, que
los colegas de la EOL propusieron a la conversación en el último ENAPOL.
RECALDE, M. “La histeria hoy”. Trabajo presentado en la Conversación Las
estructuras clínicas huérfanas del Nombre del Padre. VI ENAPOL
[iii] Ibid
[iv] MILLER, J.-A., “¡No
podemos más con el padre!” En Lacan Cotidiano #317 http://www.eol.org.ar/la_escuela/Destacados/Lacan-Quotidien/LC-cero-317.pdf
[v] MILLER, J.-A., La
angustia lacaniana. Buenos Aires: Paidós, 2007. p. 112
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