Boletín de las VIII Jornadas de la NEL
Eva-Lilith
Nº 03
Nº 03

Estrago
Marita Hamann
El estrago es efecto de un goce deslocalizado que
irrumpe arrasando al sujeto, quien carece de soporte para situarse respecto de
ese goce sin nombre ni medida (mientras que el síntoma intenta fabricar
alguno). Su modelo clásico es el de la relación entre la madre y la hija y, por
desplazamiento, la relación de una mujer con su pareja[i].
Ha sido Freud quien ha identificado este efecto devastador que se produce a
menudo en la relación entre una hija con su madre a partir de cierto fracaso inevitable
de la metáfora paterna[ii] para suplir un demás que subsiste a la
solución fálica: es aquí donde del modo más manifiesto se demuestra la
insuficiencia de la función paterna para resolver todo el goce en el sentido
sexual. En esa franja abierta, Lacan ubicará luego lo que a la altura del S. XX
llamará goce suplementario, verdadero Otro del goce inherente a la feminidad,
situable solamente en su discurrir entre centro y ausencia.
Una relación es estragante cuando no se admite la imposibilidad de la solución
fálica para domeñar un goce real. Y cuando, visto de otro modo, ninguna letra
consigue indicar esa existencia. En otras palabras, el estrago se produce tanto
desde la lógica fálica masculina que se revuelve en la impotencia como desde la
lógica femenina, cuando todo sentido o valor es arrasado para hacerse subsistir
en un nada de nada.
Al decir de Lacan, la hija “parece esperar como mujer más sustancia que de su
padre –lo que no va en su ser segundo en este estrago”[iii]. Que el padre sea segundo es una observación que
responde a los hallazgos freudianos. No solo porque, como es evidente, la
maternidad no suple íntegramente al goce femenino —al menos, no sin
consecuencias indeseables—, sino que la dirección al padre puede ser efecto, en
parte, de una metonimia antes que de una metáfora: la niña no necesariamente
abandona por ello su demanda inicial hacia la madre, quien permanece como su
objeto privilegiado[iv]. Y la pareja no es sino un sucedáneo que
arrastra las marcas de quien fuera “la primera seductora”.
El estrago materno, ¿es estructural? Lo es si se considera que la niña reclama
a su madre una substancia que no puede transmitirse: cada mujer es el resultado
de su propia invención. A diferencia del varón, que encuentra apoyo en el padre
para alcanzar la identificación masculina, la madre no puede ofrecer a la niña
un rasgo unario (simbólico) que la sostenga como mujer; en este terreno, el
silencio reina. Sin duda, la madre puede transmitir ciertos semblantes
que favorezcan la construcción de la mascarada, pero es insuficiente.
¿Es indeleble? Dependerá, más allá, de la relación que la madre guarde con su
propia locura femenina y del modo en que la niña logre consentir a la mujer que
habita en la madre. Como refiere A. Vicens, madre e hija pueden en un
momento dado dirigirse palabras terribles y, un instante después, todo se
desvanece sin mayores consecuencias. El estrago ocurre, nos aclara, cuando la
madre o la hija se ponen en posición masculina: creen en sus propios enunciados
(el discurso de la creencia es masculino) y lo que se profiere se torna en imposición.
“Estrago [es] como una destrucción del deseo”.[v]
Justamente, el efecto estragante suele ser el fruto de algunos dichos maternos
que, de la mano del superyó, avasallan al sujeto y ponen en marcha un circuito
pulsional mortificante.
El análisis debe “refutarlos, inconsistirlos, indecidirlos, indemostrarlos”,
según una conocida fórmula de Lacan[vi], para inventar un deseo en su lugar.
En última instancia, se trata de separar lo que proviene de la madre de los
efectos de lalalangue sobre el cuerpo, que se atribuyen a la
madre en la medida en que ha sido ella quien transmitió la lengua: “El fin del
análisis le dará entonces la oportunidad de saber hacer con la
soledad del Uno. En esta vía, puede consentir a su goce que la hace
radicalmente Otra incluso para ella misma, Podrá también consentir en lo real
del amor, prestándose a ocupar el lugar de sinthome para un
hombre”.[vii]
[i] Pero no se excluye que una mujer también
pueda ser un estrago para un hombre o que no se lo pueda hallar en otras
manifestaciones clínicas, como la de las toxicomanías.
[ii] La niña transfiere al padre la demanda
dirigida inicialmente a la madre, para que le dé el falo del que la madre misma
carece. Por acción de la metáfora (el concepto es lacaniano pero se asemeja a
lo que Freud describe), el falo adquiere la forma del niño que anhela recibir
de él y, más tarde, de otro hombre. Ver al respecto la obra de André,
S., ¿Qué quiere una mujer?, Buenos Aires, siglo XXI, 2002, p.
167-185.
[iv] Incluso tratándose del juego de las muñecas,
la cosa no está decidida. Originalmente, opina Freud, este juego responde a la
identificación con la madre, con el objeto de repetir activamente lo vivido
pasivamente (Freud, S. Obras Completas T. III, Madrid,
Biblioteca Nueva, 1973, p. 3174).
[v] Vicens A., “Madres contemporáneas”, Registros
Tomo Verde Madres y Padres, Buenos Aires, Colección Diálogo, Año 12, 2014, p.
63.
[vii] Solano-Suárez, E., “Lacan, las
mujeres”, La Causa freudiana, París, Navarin, n°79, 2011, p. 277.
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Comisión Editorial Boletín Eva-Lilith
Raquel Cors Ulloa
María Hortensia Cárdenas
José Fernando Velásquez

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