"Hay una patologización de problemas normales de la infancia" denuncia Marino |
Ernesto Agudo.
«No existe. El TDAH es un diagnóstico que carece de entidad
clínica, y la medicación, lejos de ser propiamente un tratamiento es, en
realidad, un dopaje». Esta es la sentencia de Marino Pérez, especialista en
Psicología Clínica y catedrático de Psicopatología y Técnicas de Intervención
en la Universidad
de Oviedo, además de coautor, junto a Fernando García de Vinuesa y Héctor
González Pardo de «Volviendoa la normalidad», un libro donde dedican 363 páginas a desmitificar
de forma demoledora y con todo tipo de referencias bibliográficas el Trastorno por Déficit de Atención con y sin
hiperactividad y el Trastorno Bipolar infantil. Lo que sí que existe, y
es a su juicio muy preocupante, es el fenómeno de la «patologización de
problemas normales de la infancia, convertidos en supuestos diagnósticos a
medicar».
En «Volviendo a la normalidad», ustedes ponen el dedo en la
llaga, al asegurar que el llamado Trastorno por Déficit de Atención, con o sin
Hiperactividad (TDAH), no existe.
El TDAH es un diagnóstico, cada vez más popularizado, que
carece de entidad clínica. Para empezar, no se establece sobre criterios
objetivos que permitan diferenciar el comportamiento normal del supuestamente
patológico, sino que se basa en apreciaciones subjetivas, en estimaciones de
los padres del tipo de si «a menudo» el niño se distrae
y se mueve mucho. Más que nada, el diagnóstico es tautológico. Si un
padre preguntara al clínico por qué su hijo es tan desatento e inquieto,
probablemente le respondería porque tiene TDAH, y si le preguntara ahora cómo
sabe que tiene TDAH, le diría porque es desatento e
inquieto. Por lo demás, insisto, no existe ninguna condición
neurobiológica ni genética indentificada, y sí muchas familias donde no se asume que la educación de los
niños es más difícil de lo
que se pensaba.
¿Quiere decir que no hay ninguna prueba médica que lo
demuestre?
No. No existen pruebas clínicas ni de neuroimagen (como TC,
RM, PET, etc.) ni neurofisiológicas (EEG, ERP) o test psicológicos que de forma
específica sirvan para el diagnóstico. Lo que nosotros decimos en esta obra,
con toda seguridad, es que no hay ningún biomarcador que distinga a los niños TDAH. No se niega que
tengan problemas, pero son niños, que tienen curiosidad y quieren atender a lo
que sea, moverse... A sentarse es algo que hay que aprender. No existe ninguna
alteración en el cerebro.
Pero los expertos en TDAH afirman que este trastorno
mental/psiquiátrico del neurodesarrollo conlleva ciertas particularidades
cerebrales, y niveles anormales de sustancias neurotransmisoras...
Pudiera haber diferencias en el cerebro, como es distinto el
cerebro de un músico al de otro que no lo es. Incluso el de un pianista a un
violinista. Pero esa diferencia del cerebro no es la causa. El cerebro es
plástico y puede variar su estructura y su funcionamiento dependiendo de las
exigencias y condiciones de vida. Un ejemplo muy famoso es del hipocampo
cerebral de los taxistas de Londres. Cuantos más años de profesionalidad, más
alterada es esa estructura cerebral. ¿Por qué? Porque está relacionada con el
recuerdo y la memoria espacial, como es requerido para ser taxista en una
ciudad de 25.000 calles como Londres. Lo que se pueda observar diferencial en
el cerebro de quien sea, en este caso de niños a los que se diagnostica TDAH,
no explica que esa sea la causa del supuesto trastorno, si no que los niños
sean más activos e inquietos. Pero algunos padres se agarran o podrían estar
interesados en encontrar una diferencia cerebral en los niños que les
justifique o exima de responsabilidad en lo que le pasa al niño. Insisto, no
hay ningún clínico ni ninguna prueba de neuroimagen que pueda validar un
diagnóstico, como no hay evidencia que demuestre que los niveles cerebrales de
dopamina o noradrelina sean anormales en niños con este diagnóstico.
Ustedes también recogen en su obra que muchos clínicos, y
hasta laboratorios farmacéuticos, que reconocen que no hay biomarcadores
específicos.
Cualquiera que esté al tanto de las investigaciones no puede
dejar de reconocer que en realidad no hay biomarcadores específicos por los que
se pueda diagnosticar ese TDAH como una entidad clínica diferencia. En España
hay multitud de expertos en el tema que después de defender que es un trastorno
bioneurológico, reconocen que no hay bases neurológicas establecidas para el
diagnóstico. Y sin embargo mantienen ese discurso. Casualmente, suelen ser
personas con conflictos de intereses reconocidos y declarados, que han recibido
y está recibiendo ayudas y subvenciones y todo tipo de privilegios de diversos
laboratorios. Es decir, muy a menudo los defensores del TDAH mantienen esa
retórica a pesar de que no hay evidencia, por un conflicto de intereses que les
lleva a sesgar la información por el lado de lo que desean que hubiera en base
a los intereses de hacer pasar el trastorno como si fuera una enfermedad que
hubiera que medicar.
La realidad es que el TDAH se acaba de reconocer en la flamante
Ley orgánica para la mejora educativa (LOMCE).
Las instancias políticas, empezando por el Parlamento
Europeo, con su «libro blanco» sobre el TDAH, y terminando por su inclusión en la Ley Orgánica de
Mejora de la Calidad
Educativa (LOMCE), puede que estén dando carta de naturaleza
a algo cuya naturaleza, valga la redundancia, está por determinar y que, de
hecho, es controvertida. Se está reclamando que se hagan las dotaciones
adecuadas que contempla la ley como son ayudas, subvenciones, e incluso rebajas
para la adquisición de los libros de texto, ventajas para acceder a becas,
quien sabe si hasta para acceder a la Universidad. Mientras,
los lobbies de la industria farmacéutica se estarán frotando las manos, viendo
como los políticos «trabajan» a su favor. Los políticos creerán que han hecho
lo políticamente correcto pero, de acuerdo con lo dicho, sería incorrecto
científicamente.
Usted augura que, a partir de este reconocimiento, habrá
muchos interesados en que el niño reciba un diagnostico formal de TDAH.
Sí. Esto mismo que ha pasado en España, de que la Ley otorgue cobertura legal al
TDAH, se vio con anterioridad en 1997 en Quebec (Canadá). Allí hicieron un
estudio de seguimiento de diagnósticos durante los 14 años siguientes y se
encontró que en esa provincia canadiense en concreto, y a diferencia del resto
de Canadá, había aumentado exponencialmente el número de niños medicados. Un
crecimiento que no se observó en otras enfermedades propiamente infantiles como
el asma, donde el porcentaje se mantuvo el resto del tiempo. Además, los niños
que tomaban medicación de forma continuada tenían un rendimiento más bajo a
largo plazo. Y tenían a su vez otros comportamientos y otras alteraciones como
ansiedad y depresión.
Los efectos secundarios de la medicación es algo que ustedes
también citan en esta obra, al señalar que los padres no son muy conscientes de
los mismos.
La utilidad de la medicación, hasta donde lo es, no se debe a
que esté corrigiendo supuestos desequilibrios neuroquímicos causantes del
problema, como se da a entender, sino a que el propio efecto psicoactivo de la
droga estimulante puede aumentar la atención o concentración, como también lo
hacen el café o las bebidas tipo Red Bull. La medicación para el TDAH no es, en
rigor, un tratamiento específico, sino un dopaje: es la administración de
fármacos o sustancias estimulantes para potenciar artificialmente el
rendimiento. En cuanto a la salud, estas anfetaminas lo que producen es un
efecto inmediato (si es continuado) de aumento de la presión sanguínea y
cardiaca, que les puede llevar a tener a la larga más riesgos cardiovasculares.
Tampoco les debería sorprender su efecto sobre el retraso del crecimiento. La cuestión es saber qué pasa tras años de medicación.
Si el TDAH no es un cuadro clínico, pero sí un problema de
conducta, ¿qué pueden hacer los padres afectados?
Lo difícil hoy en día es que los padres puedan tener una atención más continuada y
sosegada con los niños. Pero la atención y la actividad se pueden
aprender, y mejorar. Hay estudios hechos y publicados en la versión americana
de Mente y Cerebro con niños pequeños abocados o candidatos a recibir el
diagnóstico. Se les enseñaba a los padres a realizar diversas tareas con esos
pequeños, con el objeto de educar la atención y su impulsividad. Y se ha comprobado
que con estas actividades consistentes en juegos tipo «Simon dice», donde uno
tiene que esperar a responder cuando se le pide algo, se ha logrado que los
niños mejoren y controlen la impulsividad o los comportamientos que les abocaba
al TDAH.
Mientras tanto, usted señala que las asociaciones de
afectados tienen publicidad en sus webs de los laboratorios farmacéuticos
implicados en la fabricación de los medicamentos.
Si usted echa un vistazo a alguna de ellas lo podrá comprobar
por usted misma. En mi opinión, las asociaciones de padres y afectados por el
TDAH, si no quieren hacerle el juego a otros intereses, debieran tener
prohibido en sus estatutos recibir financiación de los fabricantes de
medicación, y utilizar como divulgación sus explicaciones y panfletos. Es como
si ponemos al lobo a cuidar de las ovejas. Aunque los laboratorios reciban
cuantiosas multas por la inapropiada promoción de sus preparados y afirmaciones
engañosas acerca de su eficacia, como los 56.5 millones de dólares que tendrá que
pagar el principal fabricante de medicamentos para el TDAH, no será nada
comparado con los 1.200 millones de dólares que tiene previsto ganar en 2017
con uno de ellos. De estas cosas también hay que hablar cuando se habla de
TDAH.
¿Recomendaría usted alguna lectura a padres
preocupados?
A los padres de niños diagnosticados con
TDAH les aconsejaría, sobre todo, que no aceptaran guías cuyos autores y
asesores tengan conflictos de intereses con las industrias farmacéuticas. Que
busquen guías independientes que cuenten la verdad de lo que se sabe del TDAH y
de las implicaciones que tiene la medicación. En España el Boletín de Información Farmacoterapéutica de Navarra
ha editado una que se titula Atentos al Déficit de Atención (TDAH) entre
la naturaleza incierta y la prescripción hiperactiva. Es una guía que puede ser
muy útil para que los padres sepan a qué atenerse o que esperar de los
fármacos. Y que ellos decidan.
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