Marie-Hélène Brousse |
Sara Carreira
10 de noviembre de 2012
A Coruña acoge este fin de semana unas jornadas de la Escuela Lacaniana del Psicoanálisis sobre el amor. Una de las invitadas estrella -junto a Judith Miller, hija de Jacques Lacan- es Marie-Hélène Brousse, doctora en psicoanálisis, profesora en la universidad París VIII e investigadora de primer nivel.
Dice que el «pegamento»
que une a las familias es ahora el amor y no la biología, que era lo que
ocurría antes.
Sí. Durante siglos, una
pareja formaba una familia y el amor era algo deseable, pero no fundamental.
Ahora, todas las familias contemporáneas, múltiples, se fundamentan sobre el
amor.
¿Eso es mejor?
El amor es problemático
porque jamás está garantizado. Por eso muchas parejas buscan algo más, que es
el matrimonio, y ya vemos que les pasa también a los homosexuales.
¿Qué le parece que su
unión se llame matrimonio?
Es importante para ellos.
A mí lo que me sorprende es que quieran casarse. Mi generación puso en cuestión
el matrimonio porque era un modelo paternalista, no nos parecía importante la
necesidad de casarse. Pero poco a poco voy entendiendo por qué lo reivindican.
El amor no garantiza nada, no permite una permanencia en el marco en el que el
sujeto vive, y creo que los homosexuales reivindican este marco, esta garantía.
¿Existe el amor
verdadero?
Lacan distinguía entre el
amor imaginario, el simbólico y el real. El primero es el flechazo, donde el
otro es lo que menos importa porque es algo de nuestra imaginación; el
simbólico era, para Freud, el amor al padre; y después está el amor real, que
es el amor sin piedad. Es un amor que no busca reciprocidad y que no se engaña,
uno conoce los defectos del otro pero aún así lo quiere.
¿La pareja está en
crisis?
Antes la unidad básica de
relación social era la familia y ahora es la pareja, pero hay que entender la
pareja separándola de la satisfacción sexual, hay muchos modelos de pareja
compatibles con ser célibe [Brousse prepara un artículo sobre las parejas y el
celibato].
El deseo es salud, decía
Lacan.
El deseo implica el
manejo de la pérdida, se desea lo que no se tiene. El goce, en cambio, no
localiza la pérdida de una manera que permita utilizarla, y su único límite es
la sobredosis. Pero, bueno, algo de goce también es necesario (risas).
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