Así como en el siglo XX se reconoció la
sexualidad infantil, ahora se ha evidenciado y nombrado en el sentido común de
ésta época que “no hay relación sexual”. Ello se traduce en una multitud de
fenómenos en el hombre contemporáneo, y en la masa social, que tienen en común
algo que llama la atención, la generalización del autismo de goce que permea el
modo de vida social.
Lo femenino participa en ello, podemos
reconocerlo, pues de él surge “lo Uno”, lo singular, lo válido para “Uno
solo”; lo femenino actúa en una situación sustrayéndose a todo concepto de
identidad, porque surge en el acontecimiento, en el encuentro imprevisto. Lo
femenino está más cerca de lo Real, más allá del ser y del sentido. J.-A.
Miller lo expresa así en su seminario “El ser y el Uno”: “El ser no es
lo mismo que existir. Esto cobra fuerza en el Seminario 19 cuando dice “!Hay de
lo uno!, pensar el Uno como superior, anterior, independiente respecto al Ser”.[1] “El
ser depende del Uno y el Uno es anterior al ser”. (…) “La existencia es unívoca
tanto como el ser es equívoco.[2]
Lo femenino es la excepción a la regla,
la “potencia-de-no”,[3] que
perfora lo simbólico con su fustigante insistencia sin sentido. Es lo que
introduce un disturbio de goce[4] que
deja en suspenso la regla lógica y la situación entonces cambia radicalmente.
Lo femenino está cerca de lo Real pero no es lo Real porque no está desordenado
por completo, no es caótico, aunque intenso y profundamente humano.
Ese goce en su andar esquivo a la ley
deja huellas, trazos, cicatrices y en ocasiones ruinas o cadáveres. De este
polo de goce proviene la percepción enigmática de un “no-todo” regulado por la
ley y el derecho. Ese goce es fuente de actos más que de pensamientos o
sentidos; de invenciones y movilidad que pueden conjugarse en forma
aleatoria como creatividad o estrago. Bajo el arrebato de lo femenino,
“pertenecer a…” no es la consecuencia de una identidad sino de una
identificación singular que surge en el propio acontecimiento. El goce femenino
es una singularidad en razón de su indiferencia en lo que atañe a su
pertenencia social. Estas propiedades de lo femenino hacen que sea causa de
intolerancia y segregación.
Con la caída de los semblantes fálicos
que universalizan la esclavitud del hombre según el modelo del amo, el goce
femenino queda al descubierto y más soberano, lo que subraya tres hechos: primero,
la pluralidad de lo singular; lo segundo es correlativo a lo primero: eso
singular tiene la fuerza de un goce autista; y tercero: es fuente de
segregación y violencia de parte del amo. El movimiento de transfiguración
contra lo singular y el acontecimiento pasa por varias expresiones: en primer
lugar la negación: “no ha pasado nada” del discurso fálico que no reconoce su
alteridad. También está algo que Freud reconoció como la “sed de sometimiento”,
y su revés, el exterminio de lo excluido, formas del maltrato, los
totalitarismos y los campos de concentración. Un camino intermedio y que sirve
a dos modelos, al debilitamiento de la singularidad y el sometimiento al amo,
es el mecanismo libidinal de la identificación que homogeniza la masa. Masas del
tipo de monopolios “ruidosos” y “efímeros”,[5] mediáticos
o políticos; o pequeñas tribus que se aglutinan alrededor de cualquier rasgo
que se convierte en conductor.
Estas opciones las previó Freud en “El
malestar en el cultura” cuando afirma que el proceso que comienza en relación
con el padre, ahora destituido, concluye en relación con la masa.[6]
En el grupo de investigación conformado,
al que pertenecen Antonio Aguirre, Mercedes Iglesias, Beatriz García, Tania
Aramburu, Giancarla Antezana, Raúl Castañeda, Diego Tirado y José Fernando
Velásquez, seguiremos explorando hasta las Jornadas de octubre en Lima esta
veta inusitada que nos han insinuado Freud y Lacan.
***
Para mayor información, Usted puede
acceder a:
Twitter: @JornadasNELima
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