“La Otra satisfacción” y las comunidades de goce
Susana
Dicker
La última enseñanza de Lacan nos orienta en una
lectura de lo contemporáneo que no vela el desplazamiento que se fue
produciendo desde una creencia en el Padre, en los ideales de una cultura
universalizante, a la admisión de que- por estructura- no hay relación entre
los sexos e, incluso, entre aquellos de un mismo sexo. Al reconocimiento
de que si no es posible alcanzar ese goce adecuado, el que tendría que ser, lo
que queda es procurar siempre un poco más de goce, uno más, un poco más, tal
vez con la ilusión de encontrar el que sería el bueno. Es decir, un empuje
a gozar que Lacan identifica en sus desarrollos sobre el goce
femenino, como un goce más allá de lo fálico y, como tal, paradigma del goce.
Esto lleva a un hedonismo contemporáneo, allí donde
el parlêtre se cree liberado de las ataduras y los prejuicios
sociales, y que deja en el camino a muchos sujetos "desbrujulados"
pero, además, enfrentados a lo que E Laurent[1] rescata
del descubrimiento freudiano: "No es que la sociedad impida gozar; es que
cualquiera fuera el orden del mundo, hay en el goce, hay en el placer, una
parte más allá del principio del placer que hace que esto tome inmediatamente
otro cariz: quien quiera adentrarse en el gozar sin trabas se encuentra
rápidamente en el horror".
Quizás sea esto mismo, esto
"desbrujulado" en el parlêtre de la actualidad, lo
que empuja a buscar ese ordenamiento que falta en las llamadas
"comunidades de goce". Un ordenamiento supuesto a distribuir los
goces, los modos singulares de gozar pero, también, supuesto a proporcionar una
salida alternativa al aislamiento. Por ello es que podemos pensar estas
comunidades como una respuesta a la fisura de los lazos sociales tradicionales
en nuestra época. Se trata de inventar un lazo que alcance a negar la
heterogeneidad de los goces haciendo del colectivo el lugar de la
identificación horizontal: adictos, neuróticos, feministas, emos, tatuados,
etc.
El mismo E Laurent, en su texto "Un nuevo amor
por el padre" (La lettre en ligne, 31) dice que: "Ninguna
norma llega a estabilizar el empuje-a-gozar. La justicia distributiva puede
sostener el sueño de fundar la garantía de una distribución igualitaria del
goce (...) El ideal de justicia distributiva universal se confronta con las
comunidades de goce que de ningún modo quieren asimilarse al bien común.
Anhelan simplemente una comunidad de derechos afirmando la diferencia. Cada una
quiere definirse a partir de un goce propio y protegerlo como tal". Pero
"la comunidad identificatoria en la que prosigue la búsqueda del goce
puede funcionar como fundamento imaginario de una neo garantía simbólica. Sin
embargo deja intacto ese punto de real. El sujeto está sometido a ese agujero
en el universo del sentido sexual en el que quiere vivir".
Esto que señala Laurent podría ser el fundamento
del hecho de que dichas comunidades, como soluciones identificatorias,
agrupadas a través de semblantes, sean precarias ante la solidez de la
concentración de los goces, de lo que no deja de ser el empuje del plus de
gozar, del imposible encuentro con la satisfacción que sea la adecuada. Punto
que nos acerca a pensar en los conceptos de feminización del mundo y del goce
femenino como paradigma del goce. Pero también nos habilita la vía para
entender cómo lo que estaría en este orden, en ese un poco más que implica el
goce femenino, termine desplazado hacia el imperativo superyoico, ese
imperativo que Lacan aísla tan bien en "Kant con Sade" como "empuje
al crimen" y que, de alguna manera, se hace evidente en nuestra sociedades
latinoamericanas a través de las "maras" centroamericanas, de los
grupos armados por el narcotráfico, de los colectivos armados, de los que
pretenden instalar un "orden alterno". Pero están también los grupos
de niños, de adolescentes o de jóvenes que se unen en el desafío del placer y
la transgresión y se internan en ese "un poco más" acerca del cual
"La naranja mecánica" de Stanley Kubrick nos da un excelente
testimonio.
Estos desarrollos nos permitirían ubicar una
paradoja en estos colectivos que nombramos "comunidades de goce". Si
ponemos el acento en la búsqueda de una legitimidad, de una comunidad de
derechos afirmando la diferencia, lo paradojal estaría en que en esta misma época
de declive de las normas y la autoridad, de la extrañeza por los universales,
allí donde se busca afirmar el derecho a la singularidad de los goces y al
siempre un poco más que lo emparenta con el goce femenino,
encontramos un retorno a esos mismos universales. En la medida en que falta el
goce de la relación sexual, "tenemos el goce de los universales, el goce
de la comunicación, el goce comunitario, el goce grupal, todo lo que nos ocupa
para saber cómo nos vamos a situar o no al lado del otro, según qué reglas vamos
a obedecer, a dar órdenes, a actuar, etc."[2].
Allí donde se produce la rebeldía hacia el Otro en tanto lo instituido, razón
supuesta de esos agrupamientos, retorna en ese "goce sublimatorio" y
que, como tal, reenvía a buscar normas que no dejan de ser herencia de lo que
ese Otro inscribió en el parlêtre. Paradojas que envuelven una
"otra satisfacción" en tanto la relación con el Otro está afectada
por el goce.
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