8 de febrero de 2022

LA REPETICIÓN EN EL SÍNTOMA Y SUS IMPLICANCIAS EN LA CONCEPCIÓN DE LA CURA ANALÍTICA por Zaida Avendaño

La construcción del corpus teórico psicoanalítico, en tanto teoría de una praxis, experimentó a lo largo de la obra freudiana sucesivas reformulaciones que respondieron a los fenómenos clínicos, los obstáculos y los límites que Freud encontró en su práctica. En concreto, uno de los fenómenos clínicos que llevó a Freud a introducir nuevos soportes teóricos y reformulaciones en la cura analítica fue la repetición del síntoma en el tratamiento. Así, desarrolló construcciones teóricas tales como: compulsión de repetición, transferencia, resistencia y pulsión de muerte, entre los más importantes. El presente ensayo tiene por objetivo explicar el rasgo esencial del síntoma en la teoría freudiana: su repetición; y precisar las reformulaciones que esta implicó en la dimensión de la cura analítica. Para ello, se enmarcará la repetición del síntoma a la luz de los conceptos antes mencionados, y se explicitarán las implicancias de esta en el desenlace de la cura analítica.

En base a su trabajo con pacientes neuróticos, Freud descubrió que los síntomas tienen un sentido[1] y que, al igual que los sueños y actos fallidos, se pueden interpretar. En esa línea, destacó inicialmente como tarea de análisis descifrar el sentido del síntoma para llegar a la cura: advirtió que, al interpretar y comunicar el sentido del síntoma, este desaparecía. Sin embargo, esa inicial eficiencia interpretativa no se mantuvo por mucho tiempo, ya que, en su práctica clínica, reconoció algo particular del síntoma: la insistencia en su repetición[2].

La repetición del síntoma llamó la atención de Freud como un fenómeno clínico en el tratamiento psicoanalítico en tanto desafiaba los límites de la inicial concepción de la cura. Frente a ello, abordó la repetición y la incluyó en su elaboración teórica como compulsión de repetición. Inicialmente, la ubicó como una manera de recordar lo reprimido y olvidado, que guardaba siempre relación con un fragmento de la vida sexual infantil[3] y que regularmente se escenificaba en el terreno de la trasferencia, es decir, de la relación con el analista (Freud, 1914). En todos los casos el analizado iniciaba la cura con la compulsión a repetir, a revivenciar cierto fragmento de su vida olvidada. A lo que el analista debía cuidar que, a la par, este conserve cierto grado de reflexión en virtud de la cual esa realidad aparente pueda individualizarse cada vez como reflejo de un pasado olvidado. Para Freud, ello garantizaba el posterior éxito terapéutico.

En función a lo mencionado, el nuevo objetivo del tratamiento para Freud residía en esforzar al máximo el recuerdo y admitir la mínima repetición. Al respecto, advirtió que, si se establecía una transferencia positiva, era posible sustituir el repetir por el recordar; mientras que, si se establecía una transferencia negativa, se producían resistencias que comandaban la repetición (Freud, 1914). En ese último escenario, el analizado no solo repetía en vez de recordar, sino que repetía bajo las condiciones de la resistencia: mientras mayor era esta, más era sustituido el recordar por el actuar (repetir).  De ese modo, la resistencia se servía de la transferencia para obstaculizar el análisis: los síntomas se afirmaban en su repetición, produciendo detenciones en la cura y empeoramientos cuando debían producirse mejorías. En dichas reacciones terapéuticas negativas, el papel del yo, a la luz de la segunda tópica, pasó a ser determinante: Freud (1920) advirtió que, si bien lo reprimido insistía como compulsión a la repetición, la resistencia provenía del yo del sujeto. Al respecto, indicó que lo que la compulsión de repetición le genera al yo -en tanto retorno de lo reprimido que intenta abrirse paso a la consciencia- no es algo más que displacer, puesto que saca a la luz operaciones de mociones pulsionales reprimidas. Tal displacer genera la resistencia expresada en la sustitución del recordar por la compulsión a repetir.

En la experiencia del análisis, Freud constató que la compulsión de repetición revivenciaba, mediante el síntoma, satisfacciones que ciertas posiciones infantiles habían procurado antes a la vida del sujeto, lo cual calzaba en lo teorizado respecto al principio de placer que rige los procesos psíquicos. Sin embargo, lo novedoso para él fue que “la compulsión de repetición devolvía también vivencias pasadas que no contenían posibilidad alguna de placer, que en su momento no pudieron ser satisfacciones, ni siquiera de las mociones pulsionales reprimidas desde entonces” (Freud, 1920, p.20). De hecho, los neuróticos repetían en la transferencia todas las ocasiones indeseadas y situaciones afectivas dolorosas, reanimándolas incluso con gran habilidad: repetían, a pesar del displacer; la compulsión forzaba a ello. En esa línea, Freud ubicó a la compulsión de repetición como “una función del aparato anímico que, sin contradecir al principio de placer, era independiente de él y parecía más originaria que el propósito de ganar placer y evitar displacer” (Freud, 1920, p.31). Así, esta se instauraba más allá del principio de placer, y era más originaria, más elemental, y más pulsional que este.

En función a lo mencionado, Freud entramó lo pulsional y la compulsión de repetición: le atribuyó a esta última un alto grado de carácter pulsional[4]. Esto exigió una nueva definición de las pulsiones que, sin negar la anterior[5] que ya había descrito en su teoría, pusiera en primer plano una naturaleza conservadora no bien reconocida hasta ese momento en las pulsiones: las pulsiones no rigen sólo la vida anímica, sino también la vegetativa, y estas pulsiones orgánicas se revelan como unos afanes por reproducir un estado anterior (Freud, 1933). Agregó que “en el momento mismo en que uno de esos estados, ya alcanzado, sufre una perturbación, nace una pulsión a recrearlo y produce fenómenos que podemos designar como compulsión de repetición.” (Freud, 1933, p. 98). En ese sentido, afirmaba que la repetición en el síntoma respondía a la naturaleza conservadora de las pulsiones.

Ahora bien, poner en primer plano la naturaleza conservadora de las pulsiones, llevó a Freud (1930) a distinguir dos tipos de pulsiones, cuya acción eficaz conjugada y contrapuesta permitía explicar los fenómenos de la vida. Las pulsiones de muerte persiguen la meta de conducir al ser vivo hasta la muerte. Mientras que, el otro grupo de pulsiones, las pulsiones de vida -tanto las sexuales como las de autoconservación- tendrían como propósito “configurar a partir de la sustancia viva unidades cada vez mayores, para obtener así la perduración de la vida y conducirla a desarrollos cada vez más altos” (Freud, 1920, p. 253). En función a ello, si la compulsión de repetición y lo pulsional se entraman en íntima naturaleza, en tanto su “naturaleza conservadora”, la pulsión de muerte sería la que más se afirma en su carácter de pulsión, de fuerza irreprimible y, por tanto, es la que más se relaciona al carácter compulsivo. La pulsión de muerte se expresa como un más allá del principio del placer que encuentra en el empeoramiento y/o en la repetición del síntoma el vehículo para manifestarse como reacción terapéutica negativa, como resistencia.

            En lo sucesivo, Freud amplió el entendimiento de las resistencias en la cura y de la insistencia del síntoma al explicar la lucha del yo contra las mociones pulsionales que incitaban la formación de síntomas. Indicó que “los síntomas son indicio y sustituto de una satisfacción pulsional interceptada, son resultado del proceso represivo” (Freud, 1916 – 1917, p. 326). Es decir, un síntoma se engendra a partir de una moción pulsional afectada por la represión del yo; sin embargo, a pesar de ella, la moción pulsional encuentra su satisfacción en cierto sustituto: uno harto mutilado, desplazado e inhibido, por supuesto. Freud (1926) indica que cuando ese sustituto llega a consumarse, no se produce ninguna situación de placer al yo; en cambio, tal consumación cobra el carácter de compulsión de repetición: el síntoma se forma, se repite y causa displacer.

Es así como la lucha inicial contra la moción pulsional encuentra su continuación en la lucha contra el síntoma; sin embargo, en tanto el síntoma ya se ha formado y no puede ser eliminado, el yo ve necesario avenirse a esa situación y sacarle la máxima ventaja. Freud (1926) indica que el yo – por sus características de tendencia a la reconciliación, ligazón, unificación y compulsión a la síntesis – intenta cancelar la ajenidad y el aislamiento del síntoma y trata de ligarlo e incorporarlo a su organización mediante tales lazos. De esa forma, se adapta al fragmento del mundo interior, representado por el síntoma, tal como suele adaptarse al mundo exterior objetivo, real. En síntesis, “el síntoma se fusiona cada vez más con el yo, se vuelve cada vez más indispensable para este” (Freud, 1926, p.95).

Freud (1926) advirtió que, tras ese proceso, se evidencia algo que llamó ganancia (secundaria) de la enfermedad[6]: el yo obtiene en el síntoma, una satisfacción narcisista de la que estaba privado. Dicha satisfacción viene en auxilio del afán del yo por incorporarse el síntoma y refuerza la fijación de este último. En ese sentido, se explicaban las resistencias generadas cuando se intentaba prestar asistencia analítica al yo en su lucha contra el síntoma. Estas, sin duda, evidenciaban las ligazones de reconciliación entre el yo y el síntoma. De esa forma, el síntoma se afirmaba en su repetición.

A modo de síntesis, Freud (1939) ubicó al síntoma en su obra como un fenómeno neurótico de naturaleza compulsiva que, a raíz de una gran intensidad psíquica, mostraba una amplia independencia respecto de la organización de los otros procesos anímicos adaptados a los reclamos del mundo exterior real y obedientes a las leyes del pensar lógico. Así, la repetición – compulsión de repetición – en el síntoma se instaura más allá del principio de placer en tanto refleja el carácter conservador de las pulsiones que impulsan su formación. De igual forma, la repetición en el síntoma encuentra su expresión más siniestra en la de pulsión de muerte que obstaculiza la cura como resistencia, siendo explicada esta última por la fusión del síntoma – sustituto de la satisfacción pulsional – con el yo.

En función a todo lo mencionado, Freud analizó las implicancias de la insistencia en la repetición del síntoma en el curso final del tratamiento. Al respecto, ubicó dos condiciones para el fin del análisis: la primera, en relación con el síntoma y el fin del padecimiento que trae aparejado: “que el paciente ya no padezca a causa de sus síntomas y haya superado sus angustias, así como sus inhibiciones” (Freud, 1937, p. 222). La segunda, en relación con el fin de la repetición: “que el analista juzgue haber hecho consciente en el enfermo tanto de lo reprimido, esclarecido tanto de lo incomprensible, eliminado tanto de la resistencia interior, que ya no quepa temer que se repitan los procesos patológicos en cuestión” (Freud, 1937, p. 222).

Freud advirtió que ambas condiciones, relacionadas al síntoma y su repetición, implicaban una satisfacción en juego: la satisfacción de la pulsión. En ese sentido, destacó la intensidad de las pulsiones como un obstáculo para la cura y el fin del análisis: el factor cuantitativo de la intensidad pulsional pone un límite en la eficacia de la experiencia analítica, ya que la pulsión es ineliminable, constitucional (Freud, 1937). Advirtió Freud que la pulsión solo puede ser domeñada, es decir, admitida en su totalidad dentro de la armonía del yo, para ser asequible a toda clase de influjos por las otras aspiraciones que hay en el interior de este, y ya no seguir más su camino propio hacia la satisfacción. Sin embargo, destacó que en el análisis el domeñamiento pulsional implica un punto de fracaso: no es sin restos; en ese sentido, el resto pulsional se presenta también como obstáculo a la curación. En conclusión, la pulsión, que se satisface en el proceso de formación y repetición del síntoma, hace de límite a la experiencia analítica.

De esta manera se intentó hacer un recorrido de la obra Freudiana que explique la repetición en el síntoma. Al respecto, se evidenció la importancia de realizar ese recorrido por los conceptos de compulsión de repetición, transferencia, resistencia y pulsión de muerte. De igual forma, se evidenciaron los cambios en la teoría, y la consecuente implicancia en la práctica analítica a raíz de los cuestionamientos que la repetición del síntoma ofrecía.

Zaida Avendaño (Participante del CID-Lima)

Referencias Bibliográficas

Freud, Sigmund (1893/1895). “Estudios sobre la histeria”, en Obras completas (Vol. 3), Buenos Aires, Argentina, Amorrortu, 2001.

Freud, Sigmund (1905). “Tres ensayos de una teoría sexual”, en Obras completas (Vol. 7), Buenos Aires, Argentina, Amorrortu, 2001.

Freud, Sigmund (1914). “Recordar, repetir y reelaborar”, en Obras completas (Vol. 12), Buenos Aires, Argentina, Amorrortu, 2001.

Freud, Sigmund (1915). “Pulsiones y destinos de Pulsión”, en Obras completas (Vol. 14), Buenos Aires, Argentina, Amorrortu, 2001.

Freud, Sigmund (1916-1917). “El sentido de los síntomas (Conferencia 17)” y “Los caminos de la formación del síntoma (Conferencia 23)”, “El estado neurótico común (Conferencia 24)” en Obras completas (Vol. 16), Buenos Aires, Argentina, Amorrortu, 2001.

Freud, Sigmund (1920). “Más allá del principio del placer”, en Obras completas (Vol. 18), Buenos Aires, Argentina, Amorrortu, 2001.

Freud, Sigmund (1923). “El yo y el ello”, en Obras completas (Vol. 19), Buenos Aires, Argentina, Amorrortu, 2001.

Freud, Sigmund (1926). “Inhibición, síntoma y angustia”, en Obras completas (Vol. 20), Buenos Aires, Argentina, Amorrortu, 2001.

Freud, Sigmund (1937). “Análisis terminable e interminable”, en Obras completas (Vol. 23), Buenos Aires, Argentina, Amorrortu, 2001.


[1] El sentido de los síntomas fue ampliamente desarrollado por Freud a la luz de la primera tópica en obras como Estudios sobre la histeria (1893/1895), y específicamente en la 17º de las Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-1917).

[2] La insistencia en la repetición del síntoma, y la expresión de otros fenómenos neuróticos que no encontraban su inscripción en lo formulado en la primera tópica, marcó un segundo momento en la obra de Freud: lo llevó a ampliar su teoría conduciendo a la formulación de la segunda tópica.

[3] Freud desarrolla ampliamente lo referente este tema en Tres ensayos de teoría sexual (1905).

[4] Freud desarrolla esta particularidad en Más allá del principio de placer (1920) y también en Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis (1933).

[5] Véase Pulsiones y destinos de pulsión (Freud, 1915).

[6] Freud desarrolla ampliamente este tema en la 24º de las Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-1917).

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