“(…) habría que ser capaz de guardar cierta sorpresa con respecto a la emergencia del amor, en una actividad que se presenta como científica y terapéutica.” (Miller, 1979, p. 179).
La transferencia es un concepto polivalente y uno de los pocos sobre el que hay consenso sobre su importancia. El recorrido freudiano dilucida lo que se le presentó como un embrollo: repetición, resistencia y sugestión; pone en evidencia lo presta que es a camuflarse en su relación a otros conceptos. Su fenomenología es paradójica, una moneda cuyas caras indican valores distintos.
Se abordarán dos acercamientos a la transferencia que exponen su carácter paradójico: la transferencia como motor u obstáculo y la transferencia como orientación o extravío.
Motor u Obstáculo
Cuando se hace alusión a la transferencia como motor u obstáculo se da cuenta de su efecto dinámico. Es motor en tanto posibilita el movimiento del análisis y obstáculo en tanto obstruye movimientos posibles, una apertura y un cierre del inconsciente. Si es que hay un movimiento del análisis es precisamente porque hay un movimiento del sujeto. “Un movimiento del sujeto que sólo se abre para volver a cerrarse en una pulsación temporal” (Lacan, 1964, p. 132).
Desde esta concepción de transferencia es factible su uso como herramienta para motorizar el análisis, ya que posibilita la conexión del síntoma con la asociación libre y en consecuencia el trabajo analítico (Padín, 2013) aquella conexión no es espontánea, requiere determina presencia, la del analista, que se caracteriza por ser inédita y radicalmente distinta. (Fink, 2007).
En sus inicios la transferencia es concebida como obstáculo, el recorrido freudiano y lacaniano ha despejado significativamente el camino, siendo importante conservar la premisa de que la transferencia más que ser un obstáculo en sí misma, puede convertirse en uno, dependiendo cómo se posicione el analista frente a esta, cómo la concibe, cómo la maniobra.
Sobre el manejo de la transferencia Freud menciona que “le abrimos la transferencia como la palestra donde tiene permitido desplegarse con una libertad casi total y donde se le ordena que escenifique para nosotros todo pulsionar patógeno” (Freud, 1914, p. 156).
En una línea similar, Lacan (1958) afirma que el analista paga con su persona prestándola como soporte de los fenómenos transferenciales. “La comparación que puede hacerse entre el analista y un basurero se justifica” (Lacan, 1955-56, p.47). Al ser receptáculo del discurso del analizante cuyo valor dudoso desconoce aún más que el analizante, los sentimientos que surjan en el analista además de ser superados deben ser suprimidos de su práctica (Lacan, 1955-56).
El verdadero obstáculo sería que el analista priorice su persona, sus afectos, su saber particular sobre la clínica, aplastando el saber que importa, el saber del inconsciente del analizante. En resumen, que sea o no un obstáculo depende de si se está sosteniendo o no el deseo del analista.
La posición del analista es la más responsable de todas, al tener a su cargo la operación de introducir una conversión ética radical: al sujeto en el orden del deseo.
(Lacan, 1965). “Entendemos la lógica del deseo ligada al movimiento, la creación y la novedad. La creación ex-nihilo parte de la nada del significante, de la interrogación, y no de las respuestas.” (Mascheroni, 2015, p. 46).
Por lo tanto, la dirección del análisis no podría estar supeditada a un ideal, ni el analista pretender tener un saber a priori sobre el analizante, bajo esa lógica cada caso requiere ser leído como si fuera el primero, en su novedad, en su singularidad, “suspendiendo” los saberes particulares que se han adquirido sobre la clínica.
Orientación o Extravío
Creemos sin embargo que la transferencia tiene siempre el mismo sentido de indicar los momentos de errancia y también de orientación del analista, el mismo valor para volvernos a llamar al orden de nuestro papel: un no actuar positivo con vistas a la ortodramatización de la subjetividad del paciente. (Lacan, 1951, p. 220)
Los principios que rigen la dirección del análisis requieren determinada posición del analista frente a la subjetividad desplegada por el analizante. No hay pregunta por la transferencia que pueda dejar fuera la pregunta por el analista. Esa posición va a determinar una orientación o un extravío respecto a la dirección del análisis. Paradójicamente aquella “dirección de la cura” no está plagada de furor sanandi, sino que apunta a provocar un deseo de saber.
En el texto “Intervención sobre la transferencia” (Lacan, 1951) propone una forma radicalmente distinta de entender la transferencia y contratransferencia. La forma en boga de aquella época era concebir la contratransferencia como producto de la transferencia del analizante, mientras que la transferencia se define como la repetición de los objetos primarios del analizante en la figura del analista. Es decir, la transferencia era producción del analizante y el analista no tenía nada que ver con esta, bajo esa premisa se autorizaban a interpretarla. En este texto Lacan da un giro, reordena el orden de aparición transferencial, subraya y resalta lo involucrado que está el analista, siendo la contratransferencia la que activa la transferencia o la reaparición de estos objetos primarios, sin atenuar su crítica define contratransferencia “como la suma de los prejuicios, de las pasiones, de las dificultades, incluso la insuficiente información del analista” (p. 219).
En el inicio del texto va dejando indicios de su propuesta, afirma que “la experiencia analítica debe comprenderse que se desarrolla entera en esa relación sujeto a sujeto” (p. 210), reafirma su idea señalando que incluso cuando el analista no interviene, tan solo su presencia aporta la dimensión de diálogo. No deja vía para que la pregunta por el analista se escurra.
Su siguiente paso es comprender la naturaleza de la transferencia como experiencia dialéctica, cuya orientación de su curso la proveen sus propias leyes de gravitación: la verdad. Lo ejemplifica a través del caso Dora. Hay “inversiones dialécticas” por parte del analista y “desarrollos de la verdad” por parte de la analizante. En un primer momento el analizante tiene determinada verdad sobre su padecer o queja (desarrollo de verdad), el analista interviene (inversión dialéctica) generando “una escansión de las estructuras en que se trasmuta para el sujeto la verdad” (p. 212) que toca tanto su comprensión como su posición en tanto sujeto. La inversión dialéctica provocará un nuevo desarrollo de la verdad.
En ese sentido la transferencia es una brújula, ya que su aparición nos indica lo extraviado que se encuentra el analista, nos indica su contratransferencia. Y en ese mismo punto de extravío, de estancamiento puede volver a orientarse, relanzando el proceso a través de la interpretación de la transferencia.
La literatura analítica nos muestra cómo la transferencia es una señal de desorientación de la posición y acción del analista:
Cambios Rápidos
El tránsito rápido de una egodistonia a una egosintonia como producto del analista personificando a un juez, es decir, el analista aprueba o desaprueba, valora como normal o anormal, correcto e incorrecto. Si algo que el analizante hace, expresa o experimenta le es egodistónico y es valorado como normal por el analista, se puede generar un efecto tranquilizante; por otro lado, si algo que el analizante hace, expresa o experimenta el analista lo valora negativamente, la consecuencia será similar en ambos casos: un tapón al decir del analizante. La detención del despliegue del sentido va a impedir indagar lo que mediante lo simbólico se puede ampliar para posteriormente reducir y localizar de determinado fenómeno. En el segundo ejemplo, es probable que el analizante no mencione más sobre aquello que le fue valorado como negativo, lo cual no significa que eso ha dejado de producirse fuera de sesión. (Fink, 2007)
La Transferencia Imaginaria
Esta presentación de la transferencia es orientadora al advertirnos donde abstenernos: responder a la demanda. Aunque muchas veces sea inevitable que el analizante espere del analista lo que espera de otras personas ajenas a la situación analítica, “cuando el analista mantiene su posición en forma inconmovible, muchos fenómenos imaginarios tienden a ceder” (Fink, 2007, p.54). A menos individualizado este el analista, hay mejores condiciones para que pueda hacer de “pantalla en blanco”. Si el analista no es un Otro inédito, ocupa el lugar de otro semejante, es decir en el plano imaginario, siendo las relaciones imaginarias fecundas en su producción de rivalidad. Sin embargo, lo que se busca es un atravesamiento de la dimensión imaginaria (cuya clave puede estar en lo simbólico) para esclarecer y modificar las relaciones simbólicas entre analizante y el Otro. (Fink, 2007)
Acting Out
Lacan en el Seminario III (haciendo alusión al caso del hombre de los sesos frescos) define acting out como una simbolización prematura, como efecto del abordaje en el plano de la realidad y no en lo simbólico. En “La dirección de la cura y los principios de su poder” agrega que el acting out posee un valor correctivo, el error de Kris fue haber borrado el lugar del deseo, que de por sí ya se encuentra recubierto en el paciente. Agrega que de lo que se trata es de captar el deseo y esto es solo posible a la letra, siendo necesario que el analista sea un letrado. (Lacan, 1958). En el Seminario VIII, lo define como toda acción en determinado momento del análisis en la cual el sujeto exige una respuesta más justa. (Lacan, 1961, p.375).
La intervención de Kris apoyada en su realidad descuida tanto la vertiente simbólica como la pulsional del paciente, esta última siempre encontrará una nueva forma de decirse y satisfacerse. El paciente sin percatarse de sus palabras le dice al analista que saliendo del consultorio encuentra en el menú su plato preferido, sesos frescos. Es decir, el síntoma adquiere una nueva presentación.
Para la psicología del yo, el yo es un mediador que produce defensas ante los enemigos: el ello, superyó y la realidad externa. “Puesto que una defensa es una defensa, consideran que es tan legítimo analizar una defensa contra algo relacionado con la realidad externa como analizar una defensa contra un impulso del ello.” (Fink, 2016, p.69)
Kris y Hartmann consideran que defensa y pulsión son concéntricas (Lacan, 1958), se prioriza la defensa al ser la capa más alta, la más cercana a la experiencia del analizante (Fink, 2016) esto desemboca en que algo de la defensa ceda, mientras que la pulsión no cede solo se desplaza, transmuta. La intervención de Kris descuida la
“reversión pulsional” (Castán, 2007, p.3), se centra en una de las caras del síntoma, la del sentido y no desde el sentido del analizante o como consecuencia de alguna inversión dialéctica, sino desde su juicio, él mismo “comprueba”, él valora que el paciente no ha plagiado. Aunque Lacan afirma que no existe tal cosa como una idea propia en tanto lo simbólico no le pertenece a alguien, indica que una intervención que sí contemplaría lo simbólico sobre el “creer plagiar” del paciente, abordaría la siguiente pregunta: “¿Por qué las cosas del orden del símbolo adquirieron ese matiz, ese peso para el sujeto?”
(Lacan, 1955-56, p.117). Kris prioriza su juicio y no los dichos del paciente, si estos hubieran sido recibidos desde otro lugar, podrían haber desembocado en un nuevo desarrollo de la verdad del analizante más cercano a su singularidad.
La Interrupción del Análisis
Lo sucedido a Freud con Dora: cuando se insertan sentidos que no son la verdad del deseo del analizante, sino el prejuicio o contratransferencia del analista. En la lectura que Lacan (1951) propone del caso revaloriza el lugar de la figura de la señora K, mientras que durante el análisis Freud le adjudica centralidad al señor K, centralidad producto de sus prejuicios, interpretando con la finalidad que Dora confiese su amor por el señor K. Freud identifica su error como no haberse percatado de la transferencia de Dora (transferencia de la figura del Señor K en Freud) y no haber alojado su nexo homosexual con la señora K. Mientras que Lacan localiza el error en la
contratransferencia de Freud e identifica en la importancia que Dora le otorga a la señora K una interrogación por su propia feminidad. Esta inserción de sentidos ajenos a la verdad del analizante es sugestión, en algunos sujetos puede generar efectos terapéuticos, es importante preguntarnos si estos efectos no son una apariencia temporal, placebo, en tanto están supeditados a la persona del analista, y no a una rectificación subjetiva.
Referencias
Castán, D. (2007). "El hombre de los sesos frescos" de Ernst Kris. NODVS XXI. Madrid:
Sección Clínica de Barcelona.
Fink, B. (2007). Introducción clínica al psicoanálisis lacaniano. Barcelona, España:
Editorial Gedisa, S.A.
Fink, B. (2016). Lacan a la letra. España: Gedisa.
Freud, S. (1914). Recordar, repetir, reelaborar. Obras Completas de Sigmund Freud. Tomo XII (pp. 145-158). Buenos Aires, Argentina: Editorial Amorrortu.
Lacan, J. (1951). Intervención sobre la transferencia en Escritos 1 (pp. 209-220). Buenos
Aires, Argentina: Editorial Siglo XXI.
Lacan, J. (1955-56). Seminario III: Las psicosis. Barcelona: Editorial Paidós.
Lacan, J. (1958). La dirección de la cura y los principios de su poder en Escritos 2 (pp.
565-626). Buenos Aires, Argentina: Editorial Siglo XXI.
Lacan, J. (1961). Seminario VIII: La transferencia. Buenos Aires: Paidós
Lacan, J. (1964). Seminario XI: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
Buenos aires: Editorial Paidós
Lacan, J. (1965). Seminario XII. Clase 14. Inédito.
Mascheroni, G. (2011). La dirección de la cura. En El Rey está desnudo: Revista para el psicoanálisis por venir, Número 3, Año 1, p. 43-56. Recuperado de
shorturl.at/alpFI
Miller, J. (2015). Seminarios en Caracas y Bogotá. Buenos Aires: Paidós.
Padín, L. (2013). Modos de La Transferencia: Motor y obstáculo. Documento de trabajo para la Carrera de Especialización en Psicología Clínica con Orientación
Psicoanalítica UBA. Recuperado de shorturl.at/opJSZ
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