Las incoherencias aparecen
rápido: es la utilidad de un discurso sostenido.
J. Lacan[i]
En este trabajo, me serviré de las psicosis ordinarias y sus enseñanzas
para destacar, además de algunas de sus condiciones, dos principios que nos
atraviesan a todos los seres hablantes. Puesto sobre la mesa por J.-A. Miller a
fines de la década de 1990 y acaso más vigente que nunca en la clínica
contemporánea, el concepto de psicosis
ordinarias introduce una óptica distinta en la clásica división
neurosis-psicosis y en la práctica clínica. Sin dejar de lado sus diferencias
de base, permite ubicar matices y puntos de encuentro entre ambas estructuras;
nos invita a pensar, como sabemos, en una cierta continuidad. De hecho, Anna Aromí y Xavier Esqué, en su texto de
orientación para el congreso de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP) de
2018 sobre este tema, destacan que el último periodo de Lacan subvierte el
enfoque previo: la psicosis ya no se lee desde la neurosis, sino justamente al
revés[i].
Como marco de entrada, retomo la frase pronunciada por Lacan en 1978,
propuesta por J.-A. Miller como eje de su curso de 2007-2008[ii]
y por trabajarse en el próximo congreso de la AMP: «Todo el mundo es loco, es
decir, es delirante»[iii].
Creo que este enunciado es especialmente orientador para acercarnos, en una
neurosis o en cualquier psicosis, a la complejidad subjetiva y sus
singularidades, y que puede aportar algo más allá del dispositivo analítico.
Con este derrotero, planteo una primera pregunta: ¿en qué medida todos somos locos,
delirantes?
El delirio del sentido
Desde los inicios de su enseñanza, Lacan sostiene que los significantes, en sí mismos, no significan nada y
que por eso mismo adquieren significaciones diversas[iv]. Que los significantes se articulen con otros significantes implica, como
señala Miller, que la referencia está siempre vacía[v];
ante ello, inexorablemente, «todo sujeto se enfrenta a tener que descifrar un
significante»[vi].
Si partimos de esta idea, hay, entonces —parafraseando también a Miller—, un
cierto delirio en todo saber al agregarle a un S1 un S2 y generar una
significación a partir de ahí[vii].
Esto nos lleva a una semejanza fundamental entre los seres hablantes, y
primer principio que resumo: que producir
sentido es delirante[viii].
Como sostiene el mismo Miller, subrayando una idea de Lacan, todo saber —en
tanto S2— es un delirio, así como el delirio es, de hecho, un saber, una
interpretación[ix].
Si estiramos esta idea, finalmente, no hay una diferencia tan sustancial entre
una metáfora delirante de una psicosis extraordinaria, un anudamiento precario
de una psicosis ordinaria o una interpretación neurótica producida desde el
fantasma[x].
Si seguimos esta lógica, asimismo, acortamos las supuestas grandes diferencias
entre la locura y, por ejemplo, un discurso hegemónico como el de la ciencia.
Lo que elaboramos en torno al psicoanálisis tampoco escapa a este axioma.
Ahora, una segunda pregunta: ¿esta generalización del delirio del sentido
borra las diferencias entre estructuras y entre delirios?
Definitivamente no. En términos estructurales, habrá que establecer si el ser
hablante se halla o no ante el vacío significante de la forclusión de un
nombre-del-padre, así como las características de la significación fálica
presente o ausente en cada caso. Se trata de ver, primero, sobre qué se ha
montado cada ficción delirante. En este nivel, probablemente encontraremos una
distinción clara entre la manifestación delirante de una psicosis
extraordinaria y desencadenada y el, digamos, delirio neurótico. Pero ambos
son, en el fondo, invenciones. La única diferencia, como sostiene Miller
—siguiendo a Lacan—, es que unos son «los delirios de los discursos
establecidos» y otros «los delirios verdaderamente inventados»[xi].
Si nos limitamos al ropaje del sentido, justamente, el caso de las psicosis
ordinarias es enseñante: estas suelen moverse mejor dentro de los discursos
establecidos. Como orientación general, podríamos decir que el delirio
psicótico suele presentar una certeza más inamovible y una dialéctica distinta
frente al Otro, con menor separación y una implicación subjetiva distinta,
generalmente ausente. Esto, sin embargo, puede ser difícil de diferenciar
frente a las neurosis, precisamente por la característica ordinaria de la
adecuación a los discursos establecidos. Entonces, ¿cómo guiarse clínicamente
para identificar una psicosis ordinaria frente a una neurosis? Esta es la
tercera interrogante que propongo.
El desorden sutil de las
psicosis ordinarias
A partir del caso Schreber, Lacan planteó una idea que nos guía hasta hoy
para las psicosis: mencionaba que había ahí «un desorden provocado en la
juntura más íntima del sentimiento de la vida en el sujeto»[xii].
Esta es una frase que, pienso, podría ser renovada —para no quedar fijados a
ella—, pero que sigue resultando muy aguda. El desorden en las psicosis
ordinarias es sutil. Y está, como propone Jean-Pierre Deffieux en Los inclasificables de la clínica
psicoanalítica, en los detalles ínfimos[xiii].
Miller, al aludir a «los pequeños índices de forclusión» de las psicosis
ordinarias, menciona una clínica de la
tonalidad. Esta, más que fijarse en el hay
- no hay, se soporta precisamente en las gradaciones, en un más-menos[xiv].
Hay una gradación entre el delirio evidente de una psicosis extraordinaria
desencadenada y la latencia discreta de una psicosis ordinaria.
Miller también propone atender a las por él llamadas externalidades, que serían tres y que tan solo menciono: la social,
la corporal y la subjetiva[xv].
En una línea similar, José María Álvarez, citado por M. Fernández Blanco,
apunta cuatro experiencias comunes a toda psicosis. Tampoco las reseño con
exhaustividad aquí, pero tienen que ver con la certeza o revelación en cuanto
al saber y la verdad; con la extrañeza y la autorreferencia en las relaciones
con los otros; con la satisfacción y el goce en exceso; y con la desunión del
cuerpo. En las psicosis ordinarias, estas experiencias aparecerían atenuadas[xvi].
Cada práctica clínica podrá aportar más detalles sobre estos desórdenes y sobre
los distintos arreglos subjetivos, pero todas las anteriores son coordenadas
para orientarse.
Pienso que esta brújula para las psicosis ordinarias puede extenderse a
cualquier caso que llegue al dispositivo analítico:
se trata de hallar los tonos tenues del malestar de cada ser hablante, quien, por decirlo de algún modo, se bambolea entre la intrusividad del goce de lalangue y la extranjeridad del lenguaje
del Otro, y quien, con algo de fortuna, consigue un arreglo en ese vaivén para
convivir lo suficientemente bien con los demás, así como con un cuerpo que se tiene.
Todos frente al agujero
Llegamos, finalmente, a la gran similitud de fondo entre las neurosis y las
psicosis, y de la que parte todo lo tratado antes: que todos tramitamos con lo real del goce y sus
consecuencias. He aquí el segundo principio común a todos los parlêtres. Si vamos hacia los últimos planteamientos lacanianos, diremos que, ante
el traumatismo inaugural de lalangue,
ante un S1, cada parlêtre halla —o no— un modo
de hacer con el goce que resulta de ese (des)encuentro. Tanto una neurosis como una
psicosis, desde la represión más obsesiva y llena de sentidos superpuestos
hasta la esquizofrenia más invadida por su emergencia, pueden ser leídas como
modos diferentes de obrar con eso. En esta misma línea, resulta sugerente la
afirmación de que un S1 —ese significante de goce privilegiado y previo— es
equivalente a un fenómeno elemental[xvii].
Aunque se trata de un término que merece investigación aparte, podríamos
decir, en suma, que todos estamos frente a un agujero. Alrededor de este, cada quien hace lo que puede y monta su
ficción-interpretación, con resultados variables. En buena cuenta, esto es lo
que subyace en el aforismo lacaniano de que no
hay relación sexual. Que todos estemos ante el agujero de lo indecible, que
hallemos —o no— la manera de hacer con eso, que construyamos un delirio
singular ante ese choque podría resumirse en el desencuentro irreconciliable
entre un S1 y lo que viene a partir de ahí en cada sujeto, dentro o fuera de la
cadena significante. De aquí parte también la pertinencia de la clínica universal del delirio que Miller
proponía en 1993, una que entiende todos los discursos como defensas contra lo
real[xviii].
Frente al goce indecible, en suma, todos deliramos: nos agarramos —con
algunas excepciones— de un cuento
simbólico que propone un orden[xix]
en torno a lo real de un agujero irrepresentable. Esta es la razón por la que,
especialmente a partir de la última enseñanza lacaniana, los análisis se
orientan —al margen de estructuras— con lo real del goce desde el inicio y no a
la ficción del sentido. Precisamente, el deseo del analista —lo menciono solo superficialmente—
se dirigiría hacia ese lugar, el de lo más singular de cada uno.
Una república de goces
Termino esta elucubración de saber, este delirio sobre delirios ajenos, con
una última pregunta, esta vez más allá de estructuras y prácticas clínicas: frente
a este cada uno con su goce y ante el
imperativo contemporáneo de gozar a toda costa y sin pérdida aparente, ¿qué
hacer con el lazo social? Traslado aquí una idea que le escuché hace años a un
profesor en el contexto de un curso de literatura. Él sugería asumir ese
encuentro entre varios —de tan solo un semestre— como una república; lo decía en el sentido etimológico original, esto es, el
de res publica: una cosa pública. Juego un poco con este significante
y propongo que pensemos también en una república,
pero de goces, y en plural.
Entender que cada uno
subsiste con su propia ficción significante, con su propia locura, y que hace
lo que puede con su singular modo de gozar no implica romper el lazo social o refugiarse
en la comodidad del derecho a lo particular, tendencia en una sociedad
contemporánea que empuja a un universal que segrega o, finalmente, fagocita lo
diferente. En cambio, el desafío en distintos niveles, desde el más íntimo
hasta el más político, es perder algo del propio goce para convivir en este,
digamos, mar de alteridades. Es decir, en vez de seguir alimentando el goce
mortífero de cada individuo o de aislarse en comunidades cerradas de goces
compartidos, y sin dejar de considerar lo real existente del goce de cada Uno o
el desencuentro irreconciliable de la relación sexual que no hay, habría que poner
a prueba otro vínculo: uno que no segregue al que goza diferente y que,
asimismo, se deje descompletar por lo ajeno, eso que es, también, íntimamente propio.

Raúl Montesinos Parrinello, asociado a la NELcf-Lima
Bibliografía
[1] Lacan, J., El Seminario. Libro 3. Las psicosis. 1955-1956 (Trads. J.-L.
Delmont-Mauri y D. Rabinovich), Buenos
Aires, Paidós, 1981/2009, p. 16.
[i] Aromí, A. y Esqué, X., «Las psicosis
ordinarias y las otras, bajo
transferencia», texto de orientación del XI Congreso de la Asociación
Mundial de Psicoanálisis, 2018, párr. 6. https://congresoamp2018.com/textos/las-psicosis-ordinarias-las-otras-transferencia/
[ii] Miller, J.-A., Todo el mundo es loco (Trad. S. Verley; Est. del t.: S. Tendlarz), Buenos Aires, Paidós, 2015, p. 308.
[iii]
Lacan, J., «¡Lacan por Vincennes!» (Trad. N. González; Rev. S. Tendlarz), Revista Lacaniana de Psicoanálisis, n.° 11, 1978/2011, p. 7.
[iv] Lacan, J., El Seminario. Libro 3. Las psicosis. 1955-1956, op. cit., pp. 270-271.
[vi] Miller, J.-A., Conferencias porteñas. Tomo 2 (Comp. y Ed. S. Tendlarz), Buenos Aires, Paidós, 1995-1996/2009,
p. 296.
[vii] Miller, J.-A., Todo el mundo es loco, op.
cit., pp. 311 y 340-341.
[ix] Miller, J.-A., Conferencias porteñas. Tomo 2, op.
cit., pp. 296-297.
[xii]
Lacan, J., «De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la
psicosis», Escritos 2 (Trads. T.
Segovia y A. Suárez; 3.ª ed.), Ciudad de México, Siglo
XXI Editores, 1966/2009, p. 534.
[xiii]
Miller, J.-A., et al., Los inclasificables
de la clínica psicoanalítica (Trad. N. González), Buenos Aires, Paidós,
1999, p. 202.
[xiv] Miller, J.-A., «Efecto retorno sobre la
psicosis ordinaria», op. cit., párrs.
33 y 65; y Miller, J.-A., et al., Los inclasificables…, op. cit., p. 319.
[xv] Miller, J.-A., «Efecto retorno sobre la
psicosis ordinaria», op. cit.
[xvii]
Miller, J.-A., Conferencias porteñas. Tomo 2, op.
cit., pp. 296-297.
[xviii]
Miller, J.-A., «Ironía», op. cit.
[xix] Miller, J.-A., «Efecto retorno sobre la
psicosis ordinaria», op. cit., párr.
25.